La desinformación, el alga invasora del siglo XXI
Una página web publica un montaje sobre la falsa muerte de Isabel Preysler con el único objetivo de que el usuario haga clic


La memoria de mi teléfono móvil acaba de sacarme tarjeta amarilla. Estoy llegando al límite de su capacidad de almacenamiento y no es por una sobredosis de recuerdos vacacionales sino de material recolectado en las redes sociales con formatos de desinformación de una abrumadora variedad. Los bulos y las mentiras diseminadas por el mundo digital hay que cazarlos al vuelo como si fueran insectos raros. A estas alturas he convertido mi teléfono móvil en una especie de cazamariposas de los tiempos modernos, con capturas de pantalla que documentan cada pedacito de manipulación. Son tantas imágenes que rivalizan en número con las fotos de la saga familiar, los paisajes del verano y todas las exquisiteces por las que purgaremos en el gimnasio cuando llegue septiembre. Cuando llegue septiembre, convendría también tener claro que la desinformación ya es masiva, una plaga. O una especie de alga invasora como las que amargan el verano de tantos bañistas. Una realidad que tendremos que conocer mejor para poder gestionarla en toda su extensión.
Hace algunos días Isabel Preysler se incorporó involuntariamente al festival de desinformación que se ha organizado en mi teléfono móvil. Los responsables de la página de Facebook Impacto de estrellas, seguida por 32.000 usuarios, se han inventado su muerte. “Hoy el funeral de Isabel Preysler se ha convertido en un bonito homenaje, lleno de flores y lágrimas” anuncia este falso medio. Más chocante que el titular resulta aún el montaje que han perpetrado para apoyar gráficamente la noticia: una fotografía de Preysler, convenientemente enmarcada, encabeza la comitiva fúnebre, con féretro y sacerdote incorporado, en el momento que abandona la iglesia. Entre los usuarios que no se creen la noticia, los que dudan de ella o los que caen en el engaño, son muchos los que acaban picando en el verdadero anzuelo: cliquear sobre el enlace que te lleva a una web externa que ofrece más información sobre la falsa difunta. Los responsables del bulo consiguen así activar el mecanismo por el que anuncios de marcas reales empiezan a mostrarse en la web fraudulenta y generan ingresos.
El caso de Isabel Preysler ilustra sobre nuevos rasgos de la desinformación hoy: no sólo es masiva, también es rentable y altamente impune, es decir, se practica, bien sea por razones económicas o políticas, sin que los responsables de las grandes plataformas hagan demasiado por evitarlo. La desinformación se desboca con facilidad como tuvimos ocasión de comprobar en los sucesos de Torre Pacheco, y se aferra como una garrapata a cada hecho noticioso hasta alterar la percepción que de este van formándose muchos usuarios en las redes sociales. Este efecto de filtración permanente, paulatina y duradera en las estructuras de la información es otra de las señas de identidad de este monstruo que ya no se esconde. La desinformación amontonada ha acabado además nutriendo los modelos de inteligencia artificial a los que acudimos cada vez con más frecuencia. La IA ha marcado un hito, ya que hace a la desinformación buena, bonita y barata. Tan fácil como rápida de producir y propagar. Cualquier realidad, voz, imagen, texto, es generable y replicable y con ello asoma un mundo paralelo ante nuestras narices sin que hayamos tenido tiempo de pensar cómo queremos relacionarnos con él. Este desconcierto, o desinterés, de los humanos juega a favor de la desinformación, que es capaz de mutar vertiginosamente sin que las regulaciones o los programas de alfabetización puedan adaptarse a su ritmo de transformación.
El primer informe de Riesgos Globales elaborado por Naciones Unidas (ONU) sitúa a la desinformación en el tercer lugar de las amenazas que enfrenta el mundo, por detrás de la inacción ante el cambio climático y la contaminación a gran escala. Un desafío para el que asegura el informe “la comunidad internacional no está preparada” y que tiene el potencial de “de exacerbar las tensiones geopolíticas y la discordia social”. La desinformación no tiene fronteras, es un veneno global. Tan solo una acción colectiva y urgente puede frenarla.
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