Presos del calor
Olas cada vez más largas e intensas obligan a acelerar la adaptación de las ciudades a veranos tórridos

La ola de calor que está cociendo España desde el pasado día 3 se extenderá al menos hasta el próximo jueves, según precisó este viernes la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). Es ya la quinta más duradera que ha vivido la Península en el último medio siglo. La sensación de angustia se acrecienta con cada ampliación de la previsión. La impresión de que este no es el calor de siempre está sustentada por los datos que confirman la superación cada vez más rápida de los récords. Sin salir de España, por ejemplo, 2024 fue el tercer año más cálido de la serie histórica, que comienza en 1961. En ese plazo ha crecido la temperatura media anual en 1,69 grados. Los 11 años más calurosos de dicha serie se han registrado este siglo.
Solo el más obtuso empecinamiento ideológico puede seguir minusvalorando o negando una evidencia científica respaldada por una cantidad abrumadora de datos y por la propia vida cotidiana: el calentamiento provocado por la quema de combustibles fósiles se está acelerando, y las olas de calor son cada vez más frecuentes, intensas y duraderas. En España, cada década desde los años setenta las olas de calor han aumentado en 3,3 días adicionales, han afectado a tres provincias más y aumentado su intensidad en 0,27 grados.
Más allá del imaginario popular, se trata de un problema de salud pública de enorme magnitud —con todas sus consecuencias económicas, sociales o psicológicas— que solo puede agravarse. Entre el 16 de mayo y el 13 de julio, periodo que incluye la anterior ola, que duró tres días en junio, se produjeron 1.180 fallecimientos atribuibles al calor, según el sistema de monitorización del Instituto de Salud Carlos III. Son 10 veces más que en igual periodo de 2024.
Las ciudades, donde el efecto isla de calor se suma al tráfico y la falta de zonas verdes, son las zonas que más sufren. Y las del sur de Europa las que afrontan el mayor aumento de olas de calor. Casi el 80% de la población española vive en ciudades, en cuya planificación tradicionalmente no se ha tenido en cuenta que algún día el calor las haría invivibles. La consecuencia es que la población de las ciudades se ve estos días abocada de hecho a un confinamiento en sus domicilios. El 33,6% de los hogares, en especial los de rentas más bajas, no pueden disfrutar de una temperatura suficientemente fresca en verano. Las únicas alternativas viables son los centros comerciales. Es urgente una política mucho más audaz de refugios climáticos públicos, ausentes de 36 de las 52 capitales españoles, según un reciente análisis de Greenpeace, y en algunas de las que las tienen su número es claramente insuficiente dada su población. Cualquier proyecto urbano nuevo que no tenga en cuenta esta realidad debe ser rechazado de plano. Y cualquiera que no crea en los datos climáticos, que salga a la calle.
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