Cae la noche del calor atroz
A pesar del negacionismo, no hay escapatoria al cambio climático, que ya es una realidad y traerá graves consecuencias económicas


“El calor denso y húmedo que cubría como un manto el rostro de la tierra aniquilaba de raíz cualquier esperanza de sueño. Las cigarras ayudaban al calor, y el aullido de los chacales a las cigarras”. Con estas palabras comienza La ciudad de la noche atroz, un relato corto del autor anglo-indio Rudyard Kipling que plasma con admirable perspicacia la canícula nocturna en una ciudad del norte de la India. Cuando las altas temperaturas arrojan a los cuerpos —cuyo mayor prodigio es respirar— a la intemperie, y la ciudad adquiere una apariencia espectral.
La atmosfera asfixiante de la llanura indogangética que describe Kipling ha sido entre nosotros un fenómeno exótico, literario y lejano. Cada vez menos. En el mes de junio España experimentó un inusual episodio de noches criminales con temperaturas mínimas 10 grados centígrados por encima de lo normal
Por otra parte, en la India, el Consejo de Energía, Medio Ambiente y Agua (CEEW, por sus siglas en inglés) informa que el patrón del calor ha cambiado en la última década en un 70% de los distritos del país, aumentando con mayor rapidez el calentamiento nocturno que el diurno. Con el agravante de que las noches sofocantes dificultan la recuperación del cuerpo y lo debilitan para hacer frente a las máximas del día siguiente.
En nuestra imaginación, concebimos el calentamiento del planeta como un fenómeno lineal, vinculado a la luz del sol, del que uno puede resguardarse a la sombra o, recuperarse durante la noche. Por eso la noticia produce desasosiego: cuestiona nuestras expectativas y nos sumerge en un escenario en el que no hay tregua, ni para los humanos ni para la vegetación, ni para la cigarra ni para el chacal.
A pesar de la evidencia, seguimos avanzando en el sentido equivocado. En Estados Unidos —donde la última cúpula de calor ha batido récords de temperatura— Donald Trump ha lanzado nuevas medidas para acelerar la explotación de combustibles fósiles y malograr la acción contra el cambio climático. La más reciente, la propuesta para que la Agencia de Protección Ambiental deje de reconocer que los gases de efecto invernadero dañan la salud, una incoherencia que dejará sin sustento legal la normativa ambiental actual. El plan: desvincular la responsabilidad del Estado en el cambio climático y a este de la economía, en la creencia de que, frente a los desastres medioambientales, es más efectivo invertir en paliar que en prevenir.
Empeño que nada a contracorriente. Si no que les pregunten a las 200.000 personas desplazadas por los incendios del sur de California de enero o los afectados por las lluvias de Texas en julio, muchos de los cuales tendrán que rehacer sus hogares desde cero. Tarde o temprano, gobiernos, empresas e instituciones financieras deberán asumir lo inevitable, por una simple cuestión de logística y previsión.
En este sentido se ha decantado el Banco Central Europeo (BCE), que, en las páginas de su blog, sentencia de modo concluyente: “Ya no hay horizonte lejano: los riesgos climáticos están aquí” (Climate risks: no longer the tragedy of the horizon). La entrada revela que los episodios meteorológicos extremos —inundaciones, sequías, incendios y olas de calor— “podrían provocar una caída del PIB de la zona del euro de hasta un 5%, una desaceleración de magnitud similar al impacto económico de la crisis financiera de 2008”. El artículo atiende al informe del Network for Greening the Financial System (NGFS), una innovadora red de 144 bancos centrales y supervisores que mide el impacto pecuniario de estos fenómenos a corto plazo. En Asia y otras regiones emergentes, las implicaciones serían mayores y se esparcirían a través de las cadenas de producción.
Las advertencias del Banco Central Europeo convergen con otros informes de estimaciones a largo plazo. Como el de la Universidad de Exeter, publicado con datos del Servicio Copernicus del Cambio Climático de la Unión Europea, que informa de una pérdida del PIB global del 50% entre 2070 y 2090. Asociado a todo ello, el colapso de los Estados frágiles y movimientos migratorios.
El pronunciamiento del BCE es más la excepción que la norma. En general, las organizaciones financieras, los think tanks y las consultoras fundamentan sus estimaciones de crecimiento global en marcos que omiten los efectos disruptivos del cambio climático, lo que resulta en un enfoque insuficiente. Lo abordan, eso sí, de forma disgregada en estudios separados.
Esta distorsión —propia del ciego fermento de la ideología negacionista, de los intentos del presidente norteamericano por imponer una visión alternativa o los intereses espurios de diversa índole— no debería tener cabida en entidades dedicadas a descifrar el presente para actuar en consecuencia. Ignorar esta realidad no solo afecta al ámbito financiero, sino que proyecta consecuencias geopolíticas, al modificar las expectativas sobre la capacidad futura de potencias como Estados Unidos, China, India o la Unión Europea. Hoy por hoy conviene seguir la senda marcada por el Banco Central Europeo. Además, el vacío dejado por la Administración de Trump le viene al pelo a la UE para posicionarse como un actor de mayor credibilidad en políticas medioambientales.
Que las noches tórridas de este verano les inviten a reflexionar sobre estas cuestiones.
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