Las tetas de Sydney Sweeney y los guisantes de Mendel
Es muy peligroso que la genética vuelva a ponerse de moda sin entenderla bien, porque suele acabar mal


Abro Instagram en el curro para evadirme con las stories de gente maja disfrutando en la playa. Pero me encuentro un asquerosísimo insecto palo gigante, que me negué a publicar en la sección de Ciencia: “Que lo den en la sección Bestias surgidas de la mente de Stephen King durante una fiebre tifoidea”, pensé. También me encuentro un nuevo horror de Gaza que se apila sobre los meses de horror ya conocido: el famélico niño Mohamed Zakariya Ayyoub al Matouq —esas costillas que se pueden contar desde lejos— y su desgracia explicada de maravilla por mi compañera de madrugones Tiziana Trotta. Y la enésima polémica forzada desde Estados Unidos, en este caso sobre un anuncio de vaqueros de la actriz Sydney Sweeney.
La campaña de American Eagle hacía un juego de palabras entre jeans y genes, que se pronuncian muy parecido en inglés. Un chiste de esos que haría tu padre delante de un camarero para humillarte. Sweeney, decía, los tiene muy buenos: “Los jeans/genes se transmiten de padres a hijos, y a menudo determinan rasgos como el color del pelo, la personalidad e incluso el color de los ojos. Mis jeans/genes son azules”. Azules, como sus ojos y sus pantalones, mientras el denim resalta todo lo posible las tetas de la actriz. Soy explícito porque sería ingenuo fingir que la marca (y el machismo) pretende otra cosa. Todo esto en la América de Donald Trump, poca broma, con el supremacismo blanco rampante.
¿El anuncio es nazi, como se ha llegado a decir? ¿Es un dogwhistle, una llamada discreta al racismo? Desde los tiempos de Oliviero Toscani, la marca quería ganar pasta con polémica y le ha salido de lujo. Pero hay un par de lecciones que deberíamos aprender.
“Have you seen the Sydney Sweeney ad?”🗣️ pic.twitter.com/oRCKPh9Fwp
— The White House (@WhiteHouse) August 6, 2025
Lo primero de todo: este fango es para la derecha populista como la tierra de Roland Garros para Rafa Nadal. Si ha entrado Trump, su vicepresidente y toda la turbamulta MAGA es porque han olido sangre. Han aprovechado la reacción de la izquierda para acusarla de que no le gustan las mujeres guapas. Un eufemismo para expresar que a la izquierda le gustan las camioneras y la deformidad de las mujeres trans, como ya dijeron en los Juegos Olímpicos con atletas “poco femeninas”. Trump ha elogiado a Sweeney por lo buena que está y por ser votante republicana, y aprovechó para llamar fracasada a Taylor Swift, porque no le vota. Las mujeres son objetos pornográficos o chatarra inservible en función del casito que les hagan: ya les vimos decir que Scarlett Johansson estaba gorda por ser feminista.
Lo segundo: acabemos de una vez para siempre con Gregor Mendel. El cura agustino tenía un instinto muy fino, pero solo sirve con los guisantes, no con las personas. Hasta este mismo año no se ha sabido exactamente qué único gen —jean— determinaba rasgos como lo del color verde o amarillo, o si salen lisos o rugosos. Pero repitan conmigo: las personas no son guisantes. Hay un gen, un interruptor, que determina el color del guisante. Los humanos no somos así. Somos millones de veces más complejos: no hay un gen que determine la belleza de la actriz, sus ojos azules, su talento interpretativo o sus tetas grandes. No hay una tecla del piano, sino agrupaciones de acordes que luego interactúan con el entorno en el desarrollo, por eso el anuncio de jeans solo se sostiene en el chiste. Es probable que Sydney hubiera tenido una hermana igual de tetuda, pero pudiera haber sido plana, como saben todas las hermanas del mundo. Este mismo mes, el mejor estudio hasta la fecha ha demostrado esta complejidad: 11 millones de letras del genoma nos distinguen a cada individuo. Es tan complejo que, si sobrevive, los nietos de Mohamed heredarán (como explicó a la perfección Jessica Mouzo en estas páginas) el trauma de su abuelo grabado en su epigenética. Demasiado complicado para alguien que juzga a una persona —y compra vaqueros— por la inclinación política de sus tetas.
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