Ir al contenido
_
_
_
_
CÓDIGO ABIERTO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La verdad sobre los guisantes de Mendel

Debe ser agradable percibir que un producto de tu mente se hace carne en forma de una errata en un texto químico

Guisante garrofal del Maresme
Javier Sampedro

Gregor Mendel, uno de mis dos curas favoritos (el otro es Georges Lemaître, descubridor del big bang), fundó una nueva ciencia con solo siete variedades de guisantes. Color verde o amarillo, semilla lisa o rugosa y otras cinco dicotomías de ese estilo. Sin más que cruzar unas con otras, dedujo el concepto abstracto de gen: una cosa que se hereda, que existe en distintas variedades y que sigue intacta pese a las vicisitudes de la biografía. Se puede argumentar que el origen de la física moderna tuvo que esperar a la invención del telescopio, como el de la biología dependió del microscopio. Pero este no es el caso de la genética. Las variedades de guisantes y la hibridación entre plantas se habían conocido durante milenios. Mendel, simplemente, supo ver más allá.

El genoma del guisante (Pisum sativum) se publicó en 2019, último año de la era prepandémica. Los científicos del Centro John Innes en Norwich, Reino Unido, una referencia en la biología de plantas, han echado ahora el resto y han secuenciado (leído) el genoma de 700 variedades de la misma especie, Pisum sativum. Tiene gracia que, 160 años después de los experimentos de Mendel que descubrieron la existencia del gen, solo cuatro de las siete variedades utilizadas por el cura austriaco hubieran sido asignadas a los genes concretos que las causan. Vale decir que el conocimiento abstracto precede en un siglo y medio al concreto, lo que en sí mismo supone un sólido argumento a favor de la investigación básica. En cualquier caso, los investigadores del John Innes han hallado ahora los tres genes más escurridizos de la historia.

Acabamos de saber, por fin, que el color de la vaina depende de un gen implicado en la síntesis de la clorofila, el pigmento verde que permite a las plantas vivir de la luz solar, y de paso nos permite a todos los demás vivir de comernos a las plantas o a alguien que coma plantas por nosotros. Seguro que a Mendel le habría gustado conocer que un cambio de letra en ese gen bastaba para volver amarillas las vainas verdes de sus guisantes. Debe ser agradable percibir que una idea abstracta, un producto de tu mente, se hace carne en forma de una errata en un texto químico, una cosa que puedes ver y tocar y leer y conocer en todo su fatigoso detalle. Pero claro, si te adelantas demasiado a tu tiempo, nunca llegas a ver esas cosas.

Otro de los tres genes olvidados del cura afecta a la pared celular, la capa rígida que recubre cada célula vegetal, y de ese modo altera la forma final de la vaina. Y el tercer gen misterioso, a una de cuyas versiones le falta un trozo de texto, controla la forma de ramificación de las flores por mecanismos que será interesante investigar. El objetivo de la investigación no es satisfacer la curiosidad de Mendel en la tumba, sino desarrollar herramientas para adaptar el guisante al cambio climático y las plagas locales que puedan surgir. Además de los caracteres de Mendel, los científicos han localizado otras 72 variantes genéticas de probable utilidad agrícola.

Pese a su fama, Mendel nunca fue un fanático de los guisantes. Su intención inicial era utilizar ratones para hacer los experimentos, y llegó a programar algunos cruces en los patios del claustro, pero apareció por allí el obispo de Brno y montó en cólera ante la perspectiva de ver su monasterio agustino infestado de roedores copulando por todas partes. Así que el cura se tuvo que tragar sus planes y pasarse al guisante, que se puede cruzar igual y no llama tanto la atención. Con lo poco que les gusta la genética a los obispos, y al final va a ser la creación de uno de ellos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_