Un difícil horizonte para la UE
La dimensión insuficiente de la integración europea y la dispersión de intereses nacionales limitan la capacidad de la UE para negociar, sea con EE UU o con China

Es difícil pensar en un entorno internacional más complicado para la economía europea que el resultante de las cumbres fallidas con China, celebrada el 24 de julio en Pekín, y el desigual acuerdo arancelario alcanzado con Estados Unidos este domingo en Escocia.
Si la cumbre con China debía servir para despejar las preocupaciones ―cuando no agravios― que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente del Consejo, António Costa, mencionaron en sus discursos ante el presidente chino Xi Jinping, el encuentro puede considerarse fracasado. En una fecha tan simbólica como el 50º aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre China y la UE uno habría podido esperar más de esta cumbre, especialmente visto el vapuleo al que le ha sometido su principal aliado, EE UU. China ni siquiera ha considerado necesario hacer mínimas concesiones para que la relación con Europa pudiera volver a la senda de la cooperación, en lugar de la rivalidad que se ha hecho cada vez más evidente tras la pandemia y aún más desde la invasión de Ucrania por Rusia.
Parece difícil pensar que las pretensiones europeas hayan podido sorprender a China. Empezando por la seguridad territorial, que China dificulta con su apoyo a Rusia y como el propio ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, ha reconocido durante su último viaje a Bruselas hace un par de semanas. Tampoco en el ámbito económico, donde el problema de la sobrecapacidad china y su impacto pernicioso sobre la competitividad europea tiene difícil solución, unido a los controles a la exportación de tierras raras impuestos por China. Pekín, por su parte, esperaba resolver el problema de los aranceles europeos a los coches eléctricos producidos en China o incluso revivir el acuerdo de inversiones alcanzado con Europa en diciembre de 2020. Ni que decir tiene que la Unión Europea no ha hecho atisbo de querer resolver ninguno de los temas pendientes ante la imposibilidad de llegar a ningún acuerdo para sus propios problemas. El único ámbito en el que ambas partes han podido alcanzar un denominador común ha sido la lucha contra el cambio climático, con un comunicado conjunto lleno de buenas intenciones, pero sin medidas concretas.
La cumbre, en el fondo, refleja cómo la relación UE-China se encuentra ante una encrucijada estratégica: una mezcla compleja de cooperación en áreas puntuales, como el cambio climático, y una competencia creciente en comercio, tecnología y geopolítica, en un marco de desconfianza establecida. El fracaso en lograr acuerdos decisivos evidencia que la dinámica actual es más estructural que coyuntural.
Tampoco la UE ha sido capaz de afianzar su relación con Washington. Lo único bueno que se puede decir —al menos para la UE— del acuerdo comercial que ambas partes acaban de anunciar es que ha evitado una guerra comercial en toda regla. Aun así, el pacto se antoja claramente asimétrico y desfavorable para Europa, colocándola en una posición de debilidad ante Donald Trump no solo arancelaria sino también estratégica.
El recargo fijo del 15% que la mayoría de las exportaciones europeas a Estados Unidos van a soportar a partir del viernes es una cifra considerablemente alta si se compara con el promedio anterior a la llegada de Donald Trump, que rondaba el 4,8%. La UE, a su vez permitirá la entrada en Europa de productos “estratégicos” estadounidenses sin gravamen alguno, como aeronaves, semiconductores o medicamentos genéricos. Una asimetría que también se observa en los anuncios de inversión, puesto que la UE se compromete a invertir 600.000 millones de dólares en EE UU, en línea con el compromiso incluido en el acuerdo con Japón, por el que Tokio se compromete a invertir 550.000 millones. Por si fuera poco, la UE también ha firmado un cheque para la compra de energía estadounidense por alrededor de 750.000 millones de dólares durante los próximos años. Un compromiso que no solo tendrá un impacto relevante en la balanza comercial europea, sino que puede incrementar la dependencia energética del continente en lugar de avanzar en la autonomía de suministro o en fuentes renovables propias.
El desequilibrio no es solo comercial, también estratégico, incluso geopolítico. Europa se ve obligada a aceptar condiciones económicas desiguales impuestas desde Washington, pierde con ello margen de maniobra y queda en una clara posición subordinada tras una cumbre con China vacía de contenido. Los estadounidenses, mientras tanto, mantienen todas sus cartas sobre la mesa mientras negocian con China en Estocolmo, justo después de haber dado carpetazo a Europa.
La asimetría del acuerdo resalta la debilidad de la Unión Europea para negociar en términos verdaderamente equitativos, evidenciando la falta de una política industrial y tecnológica comunitaria suficientemente fuerte para resistir presiones externas y proteger sectores estratégicos. La dimensión insuficiente de la integración europea y la dispersión de intereses nacionales limitan la capacidad de la UE para negociar sea con EE UU o con China.
En conclusión, Europa se encuentra hoy en una situación de clara desventaja estratégica frente a sus principales socios comerciales. Una realidad que evidencia la urgencia de fortalecer la autonomía estratégica europea, diversificar sus relaciones comerciales y desarrollar una política industrial y tecnológica robusta para no quedar supeditada a las decisiones de Washington ni de Pekín.
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