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Candidatos a ser grandes hombres

Los que pretenden ser escritores empiezan a veces por los diarios, y apuntan lo que viven buscando un interlocutor

Una página del diario de Ivan Khripunov con tres dibujos, 1941.
José Andrés Rojo

Hace unos días, en las páginas de Cultura de este periódico, Rodrigo Naredo se hacía eco de un trabajo publicado en una revista académica por una investigadora de la Universidad de Cambridge, Ekaterina Zadirko, en el que se ocupaba de los diarios de unos adolescentes soviéticos nacidos en el siglo XX entre finales de los años diez y principios de la década siguiente. Al parecer fueron muchos los que mostraron “un desproporcionado interés por convertirse en escritores”, dice Zadirko, y al ver lo que escribían descubrió que son una de las fuentes “más perspicaces para explorar la muy flexible subjetividad soviética”.

Algunas de las citas que recoge el artículo proceden del diario de Ivan Khripunov. Con 17 años apuntó una noche: “Todos ya se han acostado… la tinta es mala, se difumina en el papel, y la pluma lo araña como un buen arado…”. Era un muchacho campesino, corría el año 1940, y su plan como escritor, confiesa, era el de dar “una descripción completa de la sociedad contemporánea”. No está mal para empezar. Poco más tarde fue reclutado por el Ejército Rojo, y desapareció en 1942. Lo que pretende Ekaterina Zadirko en su investigación es explorar, a través de una veintena de diarios como el de Khripunov, cómo era la cultura soviética de aquellos años.

En este caso, el propósito es otro. Se trata más bien de volver a los diarios y a la idea de convertirse en escritor —¿qué es eso, cómo se hace?—. Hubo un tiempo en que se trataba de una dedicación que daba mucho prestigio, y todavía queda algo de admiración en las sociedades de hoy cuando tratan a aquellos que alcanzaron el éxito tras dedicarse a la tarea a la que quería entregarse aquel joven Khripunov: arañar con la pluma los papeles, “como un arado”. Seguramente para terminar por sembrar algo, vaya usted a saber qué.

La primera anotación del diario de Franz Kafka, en 1910, quizá pueda dar alguna pista sobre lo que significa ser escritor, al fin y al cabo él se convirtió en uno de los más grandes. Dice: “Los espectadores se ponen rígidos cuando pasa el tren”. Cesare Pavese, otro de los indiscutibles, anotó en el suyo el 16 de octubre de 1935: “Naturalmente, no se trataría de describir los tumultos, la oratoria, la sangre y los triunfos, sino de vivir en la atmósfera moral de la revolución, y desde aquí contemplar y juzgar la vida”. Se estaba preguntando cómo tenía que ser la nueva atmósfera de su poesía.

El polaco Witold Gombrowicz, y también en sus diarios, resulta más explícito. Dice que toda obra de arte es “en cierto modo una especie de confesión” y considera que lo de escribir “es un poco como si alguien propusiera su propia candidatura para ser un gran hombre”. Quizá fue exactamente eso lo que intentaban hacer aquellos adolescentes que se pusieron a escribir diarios en la Unión Soviética. Estaban proponiendo esa candidatura, y si pretendían convertirse cada uno en un gran hombre, lo que acaso querían tan solo es que alguien los reconociera. Los reconociera como ejemplares únicos, con sus manías y obsesiones y esperanzas, con esa propia mirada que estaban empezando a construir, seguro que con torpeza, a partir de sus historias y sus experiencias. “Hoy cumplo 18 años…”, anota Ivan Khripunov. “Si recuerdo mi pasado e imagino mi futuro incierto, siento una sensación aterradora”. Ha pasado mucho tiempo desde que hizo ese apunte, pero ahora mismo no es difícil reconocerlo en esas palabras y quizá convenga decirle: “Recibido”.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.
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