Los adolescentes soviéticos que soñaban con ser escritores
Una investigadora de Cambridge revela el contenido de más de un veintenar de diarios de jóvenes en la Rusia de Stalin, donde retratan sus luchas con el amor, el hambre y la presión soviética para lograr sus objetivos, mientras construyen un camino como narradores


Ivan Khripunov tenía 17 años cuando escribió en su diario: “Las diez de la noche. Estoy sentado solo en la trastienda. Todos ya se han acostado… la tinta es mala, se difumina en el papel, y la pluma lo araña como un buen arado… Todo me impide trabajar… Pero tengo que llenar el diario, cueste lo que cueste”. Era 1940 y Khripunov, un adolescente campesino en la Rusia de Stalin, ensayaba con esas líneas difuminadas —casi obsesivamente, como hacía desde hace tres años— su camino para convertirse en escritor. “Pienso en mi futura gran obra literaria, en la que muestro mi vida y doy una descripción completa de la sociedad contemporánea”, escribió en otro momento. Su afán terminó pronto, cuando con 18 años fue reclutado por el Ejército Rojo. Lo reportaron como desaparecido dos veces, en marzo y en julio de 1942. La fecha exacta de su muerte nunca se supo.
Su diario, cuenta la investigadora de la Universidad de Cambridge Ekaterina Zadirko, “es solo el más ilustre ejemplo” de los muchos de una generación de adolescentes soviéticos nacidos a finales de la década de 1910 y principios de 1920 que “encontraban un desproporcionado interés en convertirse en escritores”. Para ello, ha estudiado más de una veintena de esos diarios inéditos, “habitualmente menospreciados por ser solo consideradas preocupaciones de adolescentes”, y acaba de publicar un artículo en la revista Slavic Review de la universidad — una publicación académica enfocada en trabajos sobre disciplinas relacionadas con Rusia, Eurasia central y Europa central y oriental— dedicado al diario de Khripunov. “Son una de las fuentes más perspicaces para explorar la muy flexible naturaleza de la subjetividad soviética”, expone.

Si los investigadores hasta ahora no le habían dado mucha importancia es porque la sociedad en la que vivían tampoco lo hacía. Los jóvenes aspirantes a escritores no habían conocido más realidad que la soviética. El mundo prerrevolucionario había terminado, y estaban profundamente presionados por una sociedad que esperaba de ellos la construcción del futuro socialista, pero sin ofrecerles muchas referencias a ese porvenir.
Además de lidiar con las emociones habituales de un adolescente —en un contexto que las reprimía—, las exigencias sociales y simbólicas del estalinismo eran parte del mundo adulto que tenían que dominar para crecer exitosamente. “La cultura soviética estaba muy enfocada en la infancia feliz. La idea eran los niños alegres que el Estado cuidaba y apoyaba que serían leales cuando crecieran. Pero no había ninguna representación cultural, ni siquiera en los medios, de la etapa intermedia. Es ese alguien que se está transformando, que duda, alguien cuyo cuerpo no es perfecto —porque el de los niños o adultos jóvenes [en la representación soviética] sí lo es—. Con esas experiencias de los adolescentes: enamorarse, dudar, tener sexo, sentirse solo... era algo en lo que la cultura soviética puritana no quería pensar. Así que estaba reprimido”, cuenta Zadirko.
En ese contexto de enorme incertidumbre personal, sigue la investigadora, “los diarios se convirtieron en un mecanismo para establecer un entendimiento coherente con ellos mismos. Un yo creado por una variedad de a veces controvertidas emociones y comportamientos”. Era una manera de encontrar distintas formas de autopresentación sin ser censurados o sancionados.

El propio Khripunov lo ejemplifica en un texto de 1941: “En el extranjero el amor es la principal meta de la vida… Para nosotros, el amor es secundario. Lo más importante es el trabajo común. Rara vez pronunciamos la palabra amor… Me enamoré de una chica, pero ella no me correspondió. En mi mente solo quería mirarla y no mancillar mi ternura con sueños de relaciones sexuales". O Vasili Trushkin, otro joven campesino que con 18 años escribió sobre estar con una chica llamada Natasha: “¡Es tan placentero sentir la cercanía de una mujer amada! Del vaso sagrado, cantado por muchos poetas, bebí con avidez el placer. Después, ya en la cama, no pude calmarme durante mucho tiempo”.
Aunque el amor era recurrente, no era de lo único de lo que se escribía, también lo hacían de la presión por triunfar, la hambruna que sufrían sus familias, el exilio o el reclutamiento para la guerra. “Los exámenes no deberían de definir la vida, ¿¡verdad?! ¿Pero qué es la vida verdadera? Mirad mis padres: viven y trabajan del sudor de su piel. ¿Quizá eso es ‘vida’? Si es así, que Dios me perdone. ¿Tal vez, la vida verdadera está en el ejército, en la guerra, en el frente?”, escribió Sergei Argirovski con 19 años. También Aleksei Smirov: “Hoy cumplo 18 años… Si recuerdo mi pasado e imagino mi futuro incierto, siento una sensación aterradora, una necesidad imperiosa de escapar de la vida, pero ni yo mismo sé adónde. Pero esta sensación es muy fuerte, casi frenética”.

Sus textos bebían directamente de referencias de los autores soviéticos clásicos que estudiaban en la escuela. “Hay una idea de que la cultura estalinista estaba muy centrada en la literatura, y, en cierto modo, es verdad”, cuenta la investigadora de Cambridge. “Los jóvenes estudiaban literatura clásica en la escuela: Pushkin, Nekrásov, etc. Y encontraron en poemas y novelas esas emociones que sentían y no sabían expresar, encontraron modelos a seguir, ejemplos, palabras para hablar de eso”. Fue en ese ejercicio de escritura para encontrar un sentido a su vida, el yo para presentar a la sociedad, que descubrieron también una vocación compartida.
Al menos eso defiende la investigadora: “Siempre se ha dicho que los diarios son espacios seguros para practicar métodos de autopresentación, pero yo sostengo, y es lo interesante aquí, que escribir para esos jóvenes no solo era una forma de procesar la frustración y trabajar en una estrategia para convertirse en adultos”, explica Zadirko. Porque ellos no solo contaban lo que les pasaba y sentían, sino que experimentaban con la forma de sus escritos; convertían pasajes en ficción, escribían poemas “que incluso luego juzgaban en una entrada siguiente”, y hablaban de sus diarios como un “diario de escritor”.

¿Y de dónde surge esta tan particular obsesión colectiva por escribir? Para Zadirko la respuesta es clara. “La cultura soviética ofrecía un rango de modelos heroicos, como pilotos o exploradores polares, pero en la práctica eran actividades que implicaban talento, habilidades físicas y larga experiencia y preparación que no era muy fácil de obtener. Pero había otra opción que parecía más realizable: convertirse en escritor soviético”. Además, estos jóvenes tenían clara la importancia de internalizar los marcos ideológicos de colectivización para recibir aceptación social y oportunidades profesionales, pero al mismo tiempo tenían un deseo de establecer la singularidad de su personalidad y experiencias de vida. Querían ser exitosos y sobresalir. La literatura tenía una gran relevancia en su contexto, la estudiaban con mucho énfasis en la escuela y leer, como dice la investigadora, “era el ocio más aceptado y adecuado”. Convertirse en escritores soviéticos era “una especie de agujero en el sistema” porque podían preservar sus experiencias, pensamientos, pero también venderlas al mundo y ser útil a la sociedad sin cambiar ni desaparecer entre la gente.
“La ideología soviética moldeó a la gente, pero no la lavaron por completo. No solo había verdaderos creyentes y disidentes. La gente no se limitaba a aceptar o rechazar la propaganda, ni a seguir sus reglas para sobrevivir. Los diarios muestran que los soviéticos, incluyendo a los adolescentes, eran muchas cosas a la vez, intentando forjar su identidad y comprender el mundo con lo que les era dado”, sentencia Zadirko. La mayoría de esos textos terminaron, como el de Iván, abruptamente cuando sus escritores entraron inevitablemente al ejército para la Segunda Guerra Mundial. Muchos fallecieron, y quienes sobrevivieron, envejecieron y murieron. Así lo hizo la propia Unión Soviética. “No podemos juzgarlos como escritores porque apenas empezaban, pero evidentemente había algo, había formas. Un futuro que no llegó”, termina la investigadora. Unos pocos lograron su objetivo, como David Samoilov, que terminó convirtiéndose en uno de los poetas más famosos de su generación.
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