Coldplay y los cuernos en la era de la hipervigilancia
El panóptico de las redes es una esfera terrorífica en la que cualquiera puede ser expuesto por atención y dinero


Dice un meme muy compartido en redes estos días que cada verano se debe cumplir el ritual de sacrificar a un consejero delegado. De la orca Gladis atacando yates de superricos a la explosión de Titan, el sumergible que llevaba a millonarios a la búsqueda de restos del Titanic, hemos llegado a 2025 y nadie vio venir que sería Chris Martin, el cantante más blanco y tibio del pop, quien rodase un Midssomar de ejecutivos ante 50.000 personas en un estadio con nombre de cuchilla de afeitar a las afueras de Boston.
Every summer, fate chooses a CEO for the sacrifice. That's the ritual. https://t.co/e7qKWsYqz9
— Tara (@boredwriter1) July 18, 2025
Más que a la trama de una película de Ari Aster, la pillada de cuernos en el concierto de Coldplay me llevó a otra ficción, pero de Ruben Östlund. Concretamente, a Fuerza mayor. En esa cinta de 2014 todo cambia el primer día de vacaciones de una idílica familia burguesa formada por un matrimonio y sus dos hijos pequeños mientras esquían en los Alpes. Una avalancha en la cima de la montaña amenaza el almuerzo que toman al aire libre en la terraza del hotel. La madre grita y pide al marido que la ayude a proteger a los niños mientras ella se abalanza sobre ellos para cubrirlos, pero este huye para salvar su vida. El hombre no solo esprinta, sino que le da tiempo a rescatar su bien más preciado en esa mesa: su teléfono móvil. A los pocos segundos, al comprender que el alud no los alcanzará, la gente vuelve a sus sillas, incluido el padre. Todos deberán enfrentarse a lo acontecido. Un incidente que resquebrajará los pilares patriarcales de esa unidad familiar.
families may have been divided but the world is united pic.twitter.com/d38kNEMAat
— FearBuck (@FearedBuck) July 20, 2025
Un hombre sale corriendo sin mirar atrás. Unos amantes reaccionan de forma exagerada al ser vistos. La que se ha liado con el concierto de Massachussets me ha recordado que un gesto fatal, por rápido que suceda, puede amargarte la existencia. Porque nadie sabría qué es Astronomer ni quién es Andy Byron, su consejero delegado, si los implicados no hubiesen reaccionado de forma tan delatora. El vídeo no se hubiese viralizado al carecer de valor en la economía de la atención y, como mucho, Byron hubiese sido pillado por conocidos o personas de su círculo asistentes a ese show. Hay un abismo entre ser el cotilleo del grupo de padres del cole y salir en todos y cada uno de los telediarios del planeta.
this is Scandoval for people who can't attach a PDF to an email pic.twitter.com/Kyf1de6jLe
— Louis Staples (@LouisStaples) July 17, 2025
Lo advirtió la periodista Kate Lindsay hace ya cuatro años: vivimos en la era de la hipervigilancia de TikTok. Una esfera terrorífica en la que cualquier persona anónima puede acabar siendo expuesta ante el mundo entero, sometida al ridículo viral y sus consecuencias, que no son pocas, aunque su fama dure un corto espacio de tiempo. Gente borracha volviendo a casa captada por las cámaras de sus vecinos. Pasajeros que la lían, por lo que sea, en un avión. Ser penoso en una cita y quien la sufre lo cuente. El caso de la infidelidad de Byron no solo refuerza la idea del panóptico moralista de las redes, sino que certifica el negocio de monetizar la exposición de supuestas vergüenzas que no deberían serlo. Sabemos que internet no es territorio anónimo, pero hay algo pesadillesco al comprobar que nuestra vida deje de serlo. Especialmente ahora que los creadores de contenido son detectives de LinkedIn y harán cualquier cosa para descubrir a cualquiera, aunque sea mentira —Astronomer ha desmentido que la mujer que aparece riendo en el clip es su empleada Alyssa Sttodard, como se aseguró en redes—.
Como persona alérgica a compartir su vida personal en redes, siempre alerta al salir de fiesta por si acabo en las stories de otras, no puedo evitar sentir calambres de envidia cuando recuerdo lo que la madre de Nora Ephron dijo a un amigo que le pidió poder llevar a su casa a Lillian Ross, la cronista social que tenía la capacidad de dejar a todos como idiotas: “Que venga a la cena, pero que no publique nada”.
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