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La brújula europea
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Divergencias cognitivas en Europa

El asunto de la defensa, como antes la crisis económica en la zona euro, evidencia cuán lejos estamos de un auténtico pensamiento en clave europea

Varios líderes europeos posan junto con el secretario general de la OTAN durante la cumbre de la OTAN celebrada en La Haya el pasado mes de junio
Andrea Rizzi

Se le atribuye a Massimo d’Azeglio una frase sobre la que tiene interés reflexionar: “Hecha Italia, ahora hay que hacer a los italianos”, habría dicho el político poco después de la unificación del país transalpino, en el siglo XIX. En la Europa del XXI ocurre lo mismo. Tenemos, aunque muy incompleta, una Unión Europea; pero no tenemos de ninguna manera una identidad europea, una visión compartida, o ni siquiera una sólida disposición a entender los puntos de vista de otros.

En la segunda década de este siglo, en medio de una gravísima crisis económica, arraigó con fuerza en las ciudadanías del norte de la unión la idea de que los países del sur eran portadores de una suerte de culpa moral, que sus problemas económicos derivaban de una actitud equivocada hacia la vida. Esa percepción distorsionada de una realidad que era mucho más compleja —una en la cual incidían entre otras cosas, mecanismos comunes europeos diseñados para favorecer a otros—, condujo a un dolorosísimo austericidio.

Hoy, en segmentos considerables del suroeste de Europa, es difundida una mirada por la cual el objetivo del 3,5% en gasto militar fijado en la OTAN no es otra cosa que la sumisión a las barrabasadas de Donald Trump. No cabe duda de que la presión de aquel tuvo un papel fundamental, y que la actitud de Rutte produjo sonrojo. Pero, hoy también, la realidad es mucho más compleja.

De entrada, hay que considerar que un grupo consistente de países europeos no se sometió a ese objetivo: lo celebra. Son por supuesto los países más cercanos a la amenaza rusa: Polonia, los Bálticos, Finlandia. Pero si se amplía la mirada, se verá que hay otros que no está para nada claro que hayan aceptado eso como una sumisión. Alemania está decidida a avanzar en esa senda, y hoy quiere comprar para Ucrania los Patriots que EE UU ya no quiere entregar a Kiev. El SPD también está alineado con esta posición, con solo un segmento minoritario en contra. En Francia, cabe notar, Le Monde —poco dudoso de ser filotrumpista o sumiso ante los excesos del mandatario estadounidense— editorializó no para rechazar ese objetivo, sino para decir que habrá que “hallar ese dinero no ya para apaciguar a Trump, sino para asegurar nuestra propia protección”. En esa misma línea, el mismo día, se pronunció en estas páginas Bernardo de Miguel.

Ayer Rusia llevó a cabo su mayor ataque de drones contra Kiev, con Irán como gran suministrador. Corea del Norte se dispone a aumentar su apoyo a Moscú. Sabemos desde hace mucho que China da a Rusia todo el oxígeno posible sin cruzar líneas que llevarían a sanciones, porque no tiene interés en que su agresión se torne en un fracaso. Y ahora vamos teniendo cada vez más claro que Trump no hace nada para que Rusia fracase. El freno al suministro de ciertas armas es la enésima señal de alerta. Las alertas son todas desfavorables para Ucrania; en casi seis meses de presidencia Trump, Putin todavía no ha visto nada preocupante proceder de Washington.

Esta es la realidad. Ante esa realidad que lógicamente infunde miedo en muchos europeos, países como España e Italia han mostrado hasta la fecha un nivel de solidaridad más bien modesto. España no solo es la última en cuanto a cuota de PIB invertida en defensa entre los miembros de la OTAN. Sino que también figura pésimamente en el listado de ayuda a Ucrania recopilado por el Instituto Kiel. En la categoría militar, en valor absoluto ha entregado menos que Estonia, y casi lo mismo que Eslovaquia. España hace cosas, por ejemplo, aportando protección aérea en el flanco oriental, pero es poco. Italia también tiene cifras muy decepcionantes. A diferencia de España, no ha salido a decir que cree que el 2,1% de PIB es suficiente. Pueden considerarlo hipocresía. O pueden considerarlo pragmatismo: evitar una crisis generalizada en la OTAN que poco ayuda. Decidan ustedes.

Pero lo importante no es eso, sino, diría D’Azeglio, la construcción de los europeos, es decir, de una mirada compartida sobre el mundo. Una que pueda contemplar de forma más honda el punto de vista de otros europeos y el interés común. Porque lo que en un lado se percibe como sumisión, en otro se siente como un seguro de vida. Putin machaca. A paridad de poder adquisitivo, su gasto militar es superior al europeo, según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos. Xi le ayuda. Trump se desentiende. Son tiempos extraordinarios. Habrá que hacer muchas cosas. Los europeos debemos adaptarnos a ellos. El 3,5% es un objetivo exagerado, pero los europeos suroccidentales no deben desentenderse de la angustia de otros europeos o minusvalorar los riesgos.

Aquella falta de solidaridad que desembocó en un austericidio es más grave que esta solidaridad mediocre en un mundo de nuevas amenazas. No es una comparación equivalente, pero la yuxtaposición tal vez ayude a pensar. A pensar en clave auténticamente europea para un mundo brutal.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS. Autor de la columna ‘La Brújula Europea’, que se publica los sábados, y del boletín ‘Apuntes de Geopolítica’. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Autor del ensayo ‘La era de la revancha’ (Anagrama). Es máster en Periodismo y en Derecho de la UE
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