‘Sirât’, la sustancia
La película de Laxe es un hallazgo, un artefacto que logra, entre otras cosas, ser una ‘road movie’, una película de aventuras, un rito de pasaje, y volver verosímil lo inverosímil


Qué furibundo es el arte, las cosas que nos hace. Fui a ver Sirât, la película del director Oliver Laxe, al cine Renoir de Madrid. Cada vez que voy a esa sala tengo la sensación de haber asistido a una experiencia más grande que la vida. Llevaba diez minutos en la oscuridad, sumergida en la música bestial de Kangding Ray, en la actuación magnética de Sergi López, sin entender qué historia me iban a contar, y pensé: “Hacé lo que quieras, estoy entregada”. Se dice que el film es acerca de un hombre que, junto a su hijo pequeño, viaja al desierto de Marruecos, donde se hace una rave, para buscar a su hija desaparecida cinco meses antes. Es tanto más que eso. Es un hallazgo, una brujería, un artefacto que logra, entre otras cosas, ser una road movie, una película de aventuras, un rito de pasaje, y volver verosímil lo inverosímil. ¿Pueden esos camiones viejos recorrer rutas de arena y de montaña, atravesar riachos pantanosos, andar cientos de kilómetros alimentados por apenas tres bidones de combustible; puede un padre amoroso exponer a su hijo a un peligro demoledor? Difícilmente. Pero me lo creí todo. La anarquía, la solidaridad, la búsqueda absurda, el desastre, la violencia inaudita de una película sin metáfora, fulminante como un acontecimiento. Solo lamento haberla visto porque nunca más volveré a tener el estado de ignorancia virginal con que la vi por primera vez, con que me sentí tocada por esa música química, transportada a un mundo sobrenatural. La estadounidense Louise Erdrich tiene una frase: “Escribiendo puedo vivir de formas en las que no podría sobrevivir”. Las emociones que procura el cine, a veces, son emociones con las que no se podría sobrevivir. Salí flotando a una noche burbujeante de calor. Caminé hasta mi ático madrileño pensando qué asunto tan misterioso es el arte que logra que una persona, después de ver una película terrible, se sienta capaz de todas las cosas de este mundo. Incluso de ser invenciblemente feliz.
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