Si la izquierda no se hace a un lado hoy, no habrá izquierda mañana
Convocar elecciones no es entregar el poder a la derechona sino al pueblo soberano, al que se ha fallado en un aspecto esencial


Hay muchas formas de mencionar el partido del que uno es secretario general. Puede decir mi partido, el partido o este partido. Puede citar sus siglas, PSOE, o puede aludir a un colectivo los socialistas, con las variantes de los socialistas españoles o, incluso, el socialismo. Bandera, huestes, legiones (famélicas, ya no, aunque el presidente Sánchez dijo varias veces que tenía hambre), masas, colores, escudo o escuadra son desaconsejables por lo bélico y lo deportivo, aunque se puede hablar de un partido como de nuestra casa. De nuestra familia, mejor no, por connotaciones sicilianas. De todos los sinónimos y símiles para referirse a un partido, Pedro Sánchez escogió este lunes el más abstracto, kafkiano y orwelliano: organización.
Decenas de veces dijo “la organización que dirijo” o “nuestra organización”, y en cada cita se acentuaba lo incorpóreo del término. El PSOE dejaba de ser un partido con militantes, votantes y cargos y se esfumaba en una idealidad ontológica que presagia su extinción. En la incapacidad de un líder para nombrar con naturalidad aquello que lidera se puede leer su irrelevancia futura. Ahí están los comunistas. Quiero decir: ahí no están. Desde que perdieron el nombre, han perdido cuerpo hasta quedarse en puro espíritu y llegar a Sumar, que es un espacio, ni siquiera una organización.
El empecinamiento de Pedro Sánchez y sus socios en tapar la tragedia con cuatro cojines y una mano de pintura conduce necesariamente a la desaparición de la izquierda, y eso se adivina en las palabras genéricas que escoge el presidente. La única manera que el PSOE, Sumar y el resto de socios no contributivos tienen de salvar un proyecto político de izquierdas en España es reconocer con crudeza el fracaso y hacerse a un lado. Aguantar como sea significa un par de años y tal vez un par de leyes, pero a cambio habrán perdido su crédito y cualquier posibilidad de derrotar a la hoy oposición en muchos años. Su perseverancia es suicida para su futuro.
El presidente y sus socios se equivocan también en otro asunto: convocar elecciones o una cuestión de confianza no sería entregar el país a la derechona, sino asumir la única responsabilidad a la que un demócrata se debe cuando su proyecto sufre heridas tan graves y obscenas. No entregarían el poder más que al pueblo soberano, al que se ha fallado en un aspecto esencial, y cuanto más tarden en hacerlo, cuantos más cuentos se cuenten y más coartadas sociales e idealistas enuncien, peor será para su organización, que de tan abstracta e inconsútil, no tendrá fuerzas ni para regenerarse ni para combatir a sus adversarios.
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