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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Espiral violenta en Estados Unidos

El ataque contra políticos demócratas en Minnesota es inseparable del clima de odio que promueve el Gobierno de Donald Trump

Flores, velas y banderas recuerdan este domingo a la congresista asesinada, Melissa Hortman, y a su esposo, Mark, ante el Capitolio estatal, en St. Paul (Minnesota).
El País

El atentado contra dos congresistas regionales demócratas de Minnesota este sábado ha hecho realidad los peores augurios sobre el peligroso clima político en el que se ha sumido Estados Unidos con la presidencia de Donald Trump, y refuerza la impresión de que su deriva autoritaria, cada vez más desacomplejada, está alimentando una espiral de resentimiento que puede desbordar hacia la violencia política en cualquier momento y en cualquier lugar.

La congresista estatal Melissa Hortman, de 55 años y madre de dos hijos, fue asesinada a tiros junto a su marido al abrirle la puerta de madrugada al sospechoso, que iba vestido de uniforme policial. El asesino se dio a la fuga tras enfrentarse a los agentes que acudieron a la escena. Una hora antes, el senador estatal John Hoffman y su esposa habían sido tiroteados en su casa de la misma manera, delante de sus hijos. Ambos sobrevivieron con graves heridas. La policía buscaba este domingo al sospechoso, un hombre de 57 años en cuya casa se encontró una lista con más de 50 objetivos, entre ellos activistas por el derecho al aborto y clínicas de salud reproductiva, lo que invita a pensar en una motivación política inequívoca.

Los dos nombres se suman así a una lista de víctimas de la violencia política en Estados Unidos que en la última década ha afectado tanto a demócratas como a republicanos, empezando por Donald Trump, quien durante la última campaña electoral fue herido de bala en un intento de asesinato. Aquel suceso, sin embargo, no ha hecho reflexionar a Trump ni a sus acólitos sobre el peligro del discurso de odio contra los rivales políticos. Todo lo contrario. El hoy presidente ha acelerado al máximo su retórica fantástica sobre un país lleno de inmigrantes asesinos, enemigos internos en el funcionariado y opositores antiamericanos de ultraizquierda que deben ser purgados de todos los puestos de poder. Ese discurso paranoico permea todas las acciones de la Casa Blanca.

La exaltación nacionalista de Trump que está cambiando de manera profunda la forma en que los norteamericanos ven su país, a favor y en contra, tuvo su culminación el sábado con un desfile militar nunca visto en las calles de la capital de EE UU, un regalo de Trump a sí mismo por su 79º cumpleaños. Los militares no desfilaban por Washington desde el fin de la Guerra del Golfo en 1991. El lamentable espectáculo no fue una celebración de la institución del ejército, sino de su persona. Una vez más, las instituciones de EE UU fueron utilizadas parta identificar a Trump con la esencia del país, en un ejercicio de populismo descarado. El desfile recordó al tipo de exhibiciones que solo disfrutan dictadores en Moscú, Caracas o Pyongyang. Ningún presidente moderno había osado colocar al Ejército en una posición tan incómoda, manchado de partidismo político.

A la misma hora, por todo el país se reproducían concentraciones, de unos cientos de personas en algunos sitios y de decenas de miles en otros, bajo el lema No Kings (Reyes, no). La protesta consiguió robar la atención informativa del desfile. Es esperanzador ver que la ciudadanía empieza a superar el shock por la victoria de Donald Trump y a ver sus acciones como lo que son: no un ejercicio extremo de partidismo, sino algo más, un intento de doblegar el sistema democrático y someterlo a su voluntad. Trump dejó claro en campaña que le gustaba la idea de ser un dictador. Llamar a las cosas por su nombre es el camino para evitar que lo consiga.

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