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tribuna
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Ahora es el momento de reaccionar

Hay que defender de las agresiones a quienes velan por la salud común: la física, la mental y la ambiental. Porque ahí se juega nuestro futuro

Grupos en defensa del clima protestan en Londres, el pasado día 14.

¿Has visto las primeras medidas de Trump?, me preguntó mi hijo pocos días después de que el nuevo presidente de Estados Unidos empezara a legislar. Y pensé: qué bien. Yo aún daba vueltas a El tiempo del fuego, el libro en el que John Vaillant narra los efectos del fuego que durante 15 meses quemó pueblos y bosques de Canadá, e ilumina las razones por las que se están produciendo incendios nunca vistos que los bomberos no pueden extinguir.

Vaillant observa que, desde que la climatóloga Eunice Newton Foote realizó el primer experimento para demostrar la realidad del cambio climático en 1856, un sinfín de científicos han ido advirtiendo sobre los peligros de emitir demasiado CO₂, recomendando controlar a las industrias del petróleo y la automoción. También señala que, cuando los desastres medioambientales empezaron a encadenarse, algunas élites entendieron que el tema era serio, y durante los años setenta y principios de los ochenta se vivió una mini edad de oro de la ciencia climática que permitió celebrar la primera Conferencia del Clima (1972) o, en 1981, leer la primera portada de The New York Times dedicada al cambio climático.

Así fue hasta 1984, cuando la sobreproducción de petróleo coincidió con una gran recesión económica. La estadounidense Administración de Reagan decidió no solo obviar los inquietantes informes científicos sino manipular su contenido, apartando o desacreditando a los expertos que rechistaran, para volcarse en el extractivismo desenfrenado y contagioso que nos ha llevado hasta hoy.

Ante la cronología perfectamente ordenada de Vaillant, pensé que el orwelliano 1984 podía ser un año cero de la posverdad: hasta entonces, los gobiernos habían usado la mentira para más o menos sobrevivir, pero aquel momento inauguraba la mentira a sabiendas de que su resultado era la muerte global, y, por tanto, la propia. La mentira kamikaze.

Megadanas, ciclones mediterráneos o pirotornados son algunas novedades climáticas de este orden mundial, que Donald Trump pretende entronizar con decretos a favor, por ejemplo, del fracking. Muy bien. Mientras, también cierra oficinas dedicadas a promover la diversidad. Estupendo. Porque ahora mi hijo, que tiene 20 años, empieza a temer sin duda por sus libertades, a percibir el antiguo significado de la palabra libertad, a intuir qué es la auténtica opresión. Me alegra decir que mi chaval siempre ha estado del lado del respeto, pero hasta hace unos días escuchaba algunas razones de Meloni, Milei o Trump como las de unos opositores con remedios que deberían sopesarse. (En Abascal no encontraba nada sopesable). Sí, respondía yo, pero piensa que esas medidas vienen con otras. Han bastado tres días para que mi querido veinteañero interprete de otro modo los “remedios”.

El poder casi absoluto de Trump permitirá descubrir hasta dónde es, son capaces de llegar. Los opositores de ayer son los nuevos mandatarios, y, aunque sabemos que su combustible es fomentar el desprecio y la animadversión por “los otros”, cabe confiar en el criterio de una multitud que ha pasado de ver cómo los mismos que defendían justicia para “el pueblo” asistieron a una investidura presidencial repleta de multimillonarios. “El individualismo camina estos días vestido de uniforme”, escribió en 1970 el filósofo campesino Wendell Berry, aludiendo a las mesnadas de presuntos machos alfa que en realidad necesitaban obedecer juntos a un gurú. Emblemas del pensamiento lacayo. ¿Seguimos en ese punto?

Ahora, muchas falsedades van a salir en bloque a la luz y cabría esperar que no haya una epidemia de ceguera y puedan articularse reacciones como la que tumbó a Ciudadanos en Cataluña, donde el partido pasó en un plis plas de ganar las elecciones a ser borrado del mapa parlamentario. Por mentir, sobre todo, a los trabajadores.

Uno de los petroleros de cabecera de Trump, Kelcy Warren, ha utilizado a su empresa Energy Transfer para demandar a Greenpeace USA por, dice, azuzar la rebelión de los sioux contra la construcción de un oleoducto en sus tierras. Pedía 300 millones de dólares, que habrían fulminado a la organización. El magnate proclama haber ganado, aunque la sentencia solo obliga a pagarle 600.000 euros, y será recurrida. En Italia, la petrolera ENI también ha demandado a Greenpeace. Shell en el Reino Unido y TotalEnergies en Francia demandaron y perdieron, pero veremos qué sentencian los jueces ante la nueva coyuntura.

Greenpeace solo es un ejemplo vistoso de cómo proliferan las agresiones contra quienes velan por la salud común, porque ahí se juega el futuro. La medida es la salud. Física y mental. De la mayoría. Guiándonos por ese criterio, podremos discernir mejor quién nos quiere más o menos. Este instante de gobiernos que proponen salud para no tantos invita a que los discrepantes se desplieguen (por fin) como sioux, a que las fuerzas populares hasta hace poco dubitativas, confundidas y muy dispersas se organicen creando resistencias sólidas, proyectando narrativas transformadoras sin pose, fruto de la necesidad.

Un ejemplo excitante es el de la periodista Eliane Brum, que en 2022 se instaló en Altamira, un epicentro de la tala de árboles, y lanzó la plataforma periodística Sumaúma para denunciar los abusos que se estaban cometiendo en la selva a la vez que presentaba modelos de vida sana respetuosos con los seres no humanos. Jair Bolsonaro aún gobernaba Brasil, así que Brum y su equipo recibieron amenazas muy serias, de hecho aún las reciben, pero Sumaúma fue aglutinando lectores, mecenas, creando una comunidad que hoy ya genera redes capaces de levantar proyectos y demuestran la validez de las ideas alternativas. Hace unas semanas, Brum fue nombrada Pensadora del año 2024 por la influyente revista británica Prospect.

Y es que hay personas que hallan aún más energía cuando se sienten atacadas. En la presunta hecatombe, la inspiración. Mientras la mayoría afirma “menudo desastre, no se puede ir peor”, estos individuos descubren el contexto idóneo para reaccionar, para reconocer hasta qué punto desean defender unas ideas, seres, espacios. Y entonces se esfuerzan no solo por cuidarlos sino también, a menudo, por visibilizarlos: la forma de crear red.

Juan Tambolero trabaja la chinampa (antigua forma de cultivo) en San Gregorio Atlapulco, localidad adscrita a Ciudad de México. La metrópolis y algunos propietarios locales amparados por la alcaldía necesitan tanta agua que están dejando a San Gregorio sin ella, contaminando sus canales y abocando al axolote, el emblemático anfibio, a la extinción. Tambolero y muchos de sus vecinos entendieron que el Partido Verde Ecologista obedece tan sumisamente al Gobierno —en este caso, dicen, “de izquierdas”— que es capaz de avalar una tremenda deforestación para construir el turístico Tren Maya, y no les iba a ayudar. De modo que, además de emprender manifestaciones sin bandera contra la extracción de agua, Tambolero entró en un proyecto universitario para proteger al axolote y su ecosistema de chinampas. La experiencia animó a impulsar un taller literario en el pueblo, “queremos contar qué pasa aquí”, y ya han publicado libros que suman a los de narradores de todo el mundo que enfrentan abusos con eficacia y en común, difundiendo historias y convicciones al margen de engañosas siglas.

Brum, que levantó Sumaúma gracias a Bolsonaro; Tambolero, espoleado por hipócritas; mi hijo, concluyente al escuchar las medidas de Trump… todos ellos y muchos más coinciden en que justo ahora es el momento de rechazar la adulterada idea de “libertad” que proclaman quienes quieren hacer de Gaza un resort con campos de golf o de Madrid y Buenos Aires paraísos del capital privado, sin olvidar a los San Gregorio, y reivindicar el sentido original de esa palabra; el momento de asumir que la libertad tiene límites y solo existe cuando es colectiva. Ahora es el momento es el título, por cierto, de una novela del escritor Tom Spanbauer, también autor de una maravilla salvaje que puede acercar al significado profundo de libertad: El hombre que se enamoró de la luna.

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