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TRIBUNA
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El eterno retorno de Dominique de Villepin

Podría parecer una paradoja que el político que protagonizó los años dorados del neoliberalismo termine siendo el salvador que Francia necesita

Dominique de Villepin, en noviembre de 2023 en París.

Casi un año después de las elecciones legislativas, Francia sigue buscando desesperadamente su lugar. Con Ucrania y Gaza como focos de tensión constante, y Europa sufriendo el desgaste de su perdida de relevancia internacional, el país tiene vía libre para seguir cavando su profunda crisis interna. La sensación de decadencia es palpable, y una economía estancada marca la cotidianidad de los franceses. Mientras tanto, la atención de los medios está fija en un único punto: 2027. La elección presidencial condiciona ya todos los movimientos políticos, entre encuestas volátiles, rumores de candidaturas y batallas culturales.

Aparecen entonces los mirlos blancos. Y en sociedades que mercantilizan datos y están fascinadas por los números es inevitable atender a las encuestas. Según un sondeo de Ifop-Fiducial, del pasado mes de marzo, Dominique de Villepin lidera el ranking de personalidades políticas preferidas por los franceses. Los barómetros de Cluster17 de febrero y marzo confirman esa tendencia y añaden un dato más: el antiguo primer ministro de Chirac contaría, de forma particular, con el afecto de de los votantes más a la izquierda, es decir, aquellos que apoyaron a Jean-Luc Mélenchon y al PCF en el pasado.

Además del favor de las encuestas, Dominique de Villepin posee una sólida tradición política familiar, una oratoria envidiable y una presencia que no ha pasado nunca desapercibida frente a las cámaras. Es un gaullista social de apellido compuesto, formado en la alta administración del Estado francés y moldeado por la diplomacia. Un político “de los de antes”, de una época en la que —se dice— la política era más seria, más reflexiva y estaba mejor preparada. Esa “clase dirigente heredada” que sigue teniendo un peso considerable en el país galo, porque, a pesar de la tradición republicana revolucionaria, pasarán muchos años antes de que un agricultor, un profesor de escuela o un técnico lleguen a ser presidentes. Sin embargo, la figura de Villepin podría actuar como un puente entre las élites tradicionales y la nostalgia por ellas, y los votantes más preocupados por la igualdad social. El candidato perfecto para la Francia que desearía seguir siendo aquello que ya no es.

Conocido internacionalmente por su discurso en la ONU en 2002, cuando, como ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Jacques Chirac, expresó la postura europea de rechazo a la guerra de Irak y a la administración de George W. Bush, interpelando a millones de personas, especialmente en los países árabes. Hoy, ese discurso valiente sigue resonando en sus intervenciones televisivas y en los fragmentos que circulan por X o TikTok, donde denuncia la barbarie en Gaza y hace un llamamiento a la lucha por la democracia. No solo se ha adaptado al ritmo vertiginoso de las redes sociales, sino que también ha ofrecido su visión sobre la situación global en una pieza doctrinaria. En Le pouvoir de dire Non, publicado en Le Grand Continent, Villepin ha reflexionado sobre la necesidad de una Europa que recupere su soberanía y plante cara desde sus valores democráticos, su propia identidad y sus capacidades a las grandes potencias como EE UU y China, y su poderío tecnológico. No por casualidad en el imaginario político francés aún se recuerda el pulso que De Gaulle libró con Estados Unidos en 1966 al retirarse de la estructura militar de la OTAN, un acto de afirmación de la soberanía francesa y de protesta contra la influencia estadounidense en la toma de decisiones militares y estratégicas europeas.

No obstante, aunque ciertos elementos perduren en la memoria colectiva y en las ideas nostálgicas, otros, inevitablemente, son arrastrados por el paso del tiempo. ¿Estamos ante algo más que el enésimo personaje pop de nuestra época? ¿Quiere realmente la Francia en la que el el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen se ha acostumbrado a pasar a la segunda vuelta, y el Nuevo Frente Popular llegó a convertirse en la primera fuerza electoral en las legislativas de 2024, elegir como presidente de la República al primer ministro de Chirac? ¿Es posible combinar la voluntad real de cambio de la mayoría de la sociedad francesa con una figura tradicional gaullista?

No es oro todo lo que reluce en la mochila de Dominique de Villepin. No hará falta hurgar mucho en la memoria de los franceses para recordarles que, durante su mandato como primer ministro, se aprobó el Contrat Première Embauche, una reforma laboral dirigida a “flexibilizar”, es decir, precarizar las contrataciones de los más jóvenes. Su etapa gubernamental coincidió con los años dorados del neoliberalismo, por lo que privatizó, entre otros, el sistema nacional de autopistas y aplicó recortes fiscales y una reducción del gasto público, que, como de costumbre, perjudicaron especialmente a las capas medias y bajas de la sociedad. Por último, como político profesional que es, se le ligó al caso Clearstream por acusaciones de conspiración política contra su entonces rival Nicolas Sarkozy.

Podría parecer una ironía del destino que el ministro Taillard de Worms, de la célebre comedia cinematográfica francesa Quai d’Orsay, cuya figura, de nombre ficticio, se rumoreaba que representaba a De Villepin, y que citaba profusamente a Heráclito mientras sembraba el caos por donde pasaba, termine siendo finalmente el salvador que Francia necesita. Sus actuales apelaciones a la unidad nacional y sus críticas al vaciamiento moral e intelectual de las élites políticas podrían parecer extemporáneas para muchos. Sin embargo, en un contexto político como el francés, con un sistema de elección a doble vuelta, una figura con experiencia gubernamental como Villepin y sus 71 años podrían convertirse en factores determinantes para derrotar, por ejemplo, al joven Bardella. ¿Se unirá Francia al club de potencias —EEUU, China, Rusia, Brasil, Alemania— que cuentan con mandatarios por encima de la edad de jubilación?

Ante la retirada de Macron, la confirmación de la inhabilitación de Le Pen y el rompecabezas de la izquierda, el escenario político francés está más abierto que nunca. En último extremo, solo el pueblo francés tiene el poder de decir no.

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