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Columna
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Los jubilados se manifiestan

Trabajadores de la tele han protestado esta semana contra el nuevo programa de entretenimiento de la pública, ‘La familia de la tele’

La familia de la tele
Elvira Lindo

Pobre televisión pública. Víctima ella de tantos vaivenes políticos, víctima de la incapacidad española de imaginar una programación que esté a la altura de su cometido. Un buen día, a la pobre tele se le retiró la publicidad para abandonarla a su suerte, sin haber previsto un modo eficaz de financiación; otro buen día, se instó a los profesionales del medio a ser competitivos y, ay, si no lo conseguían: se les condenaba a rumiar su inactividad por los pasillos. Cuánto talento desperdiciado. Esta semana veía un reportaje sobre Miguel Ángel García, el corresponsal que nos hablaba desde Berlín hasta hace bien poco, hoy jubilado y parece que feliz en su retiro del Bierzo. Buen final para cualquiera esto de regresar al origen y plantar un huerto, pero ¿han de renunciar los medios a la labor de los que tanta experiencia acumulan? El periodismo es un oficio, las reglas básicas se adquieren con más rapidez cuando los mayores tutelan el trabajo de los que entran.

Trabajadores de la tele, algunos de ellos jubilados, han firmado esta semana un manifiesto en protesta contra el nuevo programa de entretenimiento de la pública, La familia de la tele. No creo que obedezca a un rechazo hacia las personas concretas que protagonizan el show, al fin y al cabo están ahí porque alguien las ha contratado, sino al deber de expresar la estupefacción que mucha gente siente ante un formato calcado de la tele privada que no cuadra con un medio que ha de caracterizarse por priorizar la integridad profesional. Se defiende a los viejos siempre y cuando no se entrometan en la vida pública, pero luego irrita que opinen de lo que está ocurriendo en la que ha sido durante tantos años su casa. El jubilado acaba siendo sinónimo de trasnochado, y si es una mujer ni te cuento. Pero conociendo, como conozco, a esa generación que hace poco recogió su mesa y se fue a casa puedo asegurar que la preocupación que muestran por la deriva populista del medio es sincera. En realidad a este momento inaudito se ha llegado con la culpa muy repartida, recordemos que tanto los productores como los rostros populares de este estilo televisivo han sido entrevistados, jaleados y celebrados con un entusiasmo asombroso. El terreno para su desembarco televisivo fue abonado hace mucho tiempo, tanto es así que los primeros en recibir con estupor el fracaso de audiencia son los propios protagonistas del gatillazo, porque los medios les han hecho verse a sí mismos como una especie de heroínas y héroes que enarbolan la bandera de la cultura popular. Es lógico que estén decepcionados y que expresen su desconsuelo en directo porque esa exhibición es la base de la puesta en escena en la que se curtieron como personajes públicos. ¿Se imaginan a la presentadora de un programa cultural, un concurso o un reportaje informar en antena que está pensando en abandonar el programa porque siente que no la dejan ser ella misma? Me comentaba hace poco el amigo Jesús Marchamalo, Premio Nacional de Periodismo Cultural 2023, que cuando presentó su programa de entrevistas con gente de la cultura en La 2, jamás recibió una sola mención de su programa en la prensa. Tal vez la razón fuera que en su espacio tan solo se indagaba en el esfuerzo de la creación y eso es algo que a los críticos no parece resultarles interesante.

La época de Sálvame se agotó, pero no salgo de mi asombro al leer que aquello tuvo su época de esplendor. Conscientes de la importancia que se les daba, los personajes del corazón se convirtieron en estrellas televisivas. Tal vez la fórmula tocó a su fin en lo que al puro chisme se refiere, pero el estilo resultó contagioso: la vida pública se salvamizó y creo que esa exhibición de lo grotesco nos hizo cruzar un puente que dejaba en la otra orilla el decoro (odiada palabra) y la intimidad (hoy considerada puritanismo). Pero no hay mayor tesoro que mantener el secreto de lo que ocurre detrás de una puerta.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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