Las buenas maneras
El albañal político en el que andamos chapoteando se debe en gran parte al olvido de las reglas de urbanidad aprendidas en la escuela


Lavarse las manos antes de comer, no poner los codos sobre la mesa, no hablar con la boca llena, son normas de urbanidad que nos enseñaban en la escuela. En aquellos lejanos tiempos del florido pensil en medio de la miseria de posguerra los niños cantábamos la tabla de multiplicar con una cantinela que salía por las ventanas; realizábamos una gimnasia rudimentaria con nuestros cuerpos en su mayoría famélicos, entonábamos gloriosos himnos a la patria y nos obligaban a leer un cuaderno con dibujos titulado: reglas de urbanidad y buenas maneras. Los dibujos de aquel cuaderno representaban a un chico muy guapo, limpio, atlético y bien peinado, con corbata, jersey de pico y pantalones bombachos que cumplía con las normas de la buena educación en distintos episodios de su vida diaria. Era puntual, saludaba con afecto al maestro, nunca hablaba mal de nadie, era amable con los compañeros, prestaba atención a la persona que estaba hablando, era respetuoso y pedía perdón si cometía alguna falta, reconocía el error si se equivocaba. Era el modelo al que había que imitar. Imagino que aquel niño al hacerse mayor se ha convertido en esa persona corriente, con o sin una ideología determinada, que hoy llena los estadios, acude a las manifestaciones, se atasca en la autopista cada mañana al ir al trabajo o tal vez con suerte aquel niño ha llegado a ser directivo de empresa, líder de opinión o diputado. El albañal político en el que andamos chapoteando o el nivel de basura social que nos ahoga se debe en gran parte a que aquel chico ha olvidado las reglas de urbanidad y buenas maneras que aprendió en la escuela. ¿Cómo es posible que aquel niño sea el mismo que ese diputado que insulta con un lenguaje muy sucio al adversario político en el Congreso o ese verraco anónimo que esparce odio en las redes o ese fanático que rebuzna cuando opina? Me gustaría saber dónde ha quedado aquel niño. Solo con la mitad de sus buenas maneras, este país tendría resueltos más de la mitad de sus problemas.
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