Llueve sobre mojado
La amable Ciudad de México se convierte en un monstruo perverso cuando arrecian las lluvias


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Uno de los espectáculos más gratificantes que Ciudad de México añade a su maravillosa temperatura es ver la lluvia caer a manta precedida de rayos y truenos bíblicos. Qué furia se gasta la naturaleza en estas tierras. Desde 1968 no se registraba un mes de julio como el que acaba de pasar: 337 millones de metros cúbicos han caído sobre la capital mexicana, doblando casi el promedio histórico y Tláloc, el dios de la lluvia, no ha dicho aún la última palabra, según las predicciones meteorológicas. Los citadinos seguirán asomándose a la ventana a observar las cortinas de agua, porque bajar a la calle es otra cosa. Muy otra. El temporal ha dejado inundaciones por todas partes, vehículos atrapados en vías convertidas en ríos, viviendas anegadas, accidentes, el Metro detenido por largos minutos bajo tierra o sufriendo aparatosas explosiones originadas por cortocircuitos. En fin, un desmadre de muy señor mío que la población soporta con un estoicismo admirable. Cosas de Tláloc, dicen.
Los dioses, sin que sirva de precedente, no tienen la culpa de todo. Hace lustros que la principal ciudad mexicana y una de las más importantes de América Latina, como gustan recordar, viene aguantando estas inclemencias que, huelga decirlo, se ceban siempre con los barrios más pobres, aunque este año no han hecho tanto distingo. La climatología de la capital es simple y predecible: seis meses de sequía, seis meses de agua, por resumir. ¿Por qué, entonces, pasan los años y siguen sucediéndose los encharcamientos debidos a las coladeras atascadas? ¿Por qué el metro tarda horas en llevar a los pobres trabajadores a su destino en cuanto caen unas gotas de más? ¿Por qué se abren enormes socavones en cualquier calle que resultan fatales para quien circula sobre ruedas? Una ciudad cada día más moderna y deseable se convierte de tarde en tarde en un pandemónium sin igual. Lo mismo que los pavorosos incendios que estos días están arrasando media España tienen culpables, claro que los tienen, también en la capital mexicana hay que buscar responsabilidades en las Administraciones que se han ido sucediendo. Y cabe preguntarse cuánto dinero se lleva gastado en reparar la ira de Tláloc que se debería haber invertido antes en adecuar el urbanismo. Las basuras atoran el alcantarillado, dicen las autoridades y apelan con publicidad en el Metro a la conciencia ciudadana para extremar la limpieza. ¡Pero si no hay papeleras donde tirar ni una miserable cajetilla de tabaco! Las basuras en la ciudad dependen de miles de obreros empobrecidos que trabajan para caciques mafiosos.
Y el Metro, ay el Metro. La enorme red subterránea que traslada a millones de pasajeros al año tiene más agujeros técnicos que un queso Emmental y la bestia no acaba de actualizarse. Los sustos -a veces mortales- y los retrasos del suburbano son impropios de una ciudad moderna. Mucho dinero por invertir y, si puede ser, sin corrupción mediante, que buenos disgustos han dado algunas obras que se hicieron en su día sin garantías de seguridad ni de supervisión. Sobre la superficie, ya se ha dicho, estos días de lluvia incesante se abren o se agrandan los miles de baches en las calles, trampas para elefantes que no se ven, porque el agua iguala con su espejo todo el pavimentado. Y ahí van los ciclistas de cabeza y los motoristas como donquijotes elevados al cielo por aspas de molino. Los que tienen más suerte solo deben ir al taller mecánico.
Ciudad de México pasa por un momento dulce, ni quien lo dude, y ello a pesar de cómo ha aumentado el nivel de vida. Muchos de sus barrios son un remanso de paz bajo árboles gigantescos, espléndidos museos, deliciosos restaurantes, puestos callejeros, parques y jardines de ensueño, arte y cultura. Y esa temperatura… Pero le falta un salto al bienestar que empieza con la movilidad, los inmensos trayectos que restan productividad y sueño a miles de trabajadores que se desplazan durante horas cada día. Cuando la lluvia lo cubre todo, la capital pasa de un mundo a otro en cuestión de horas. Y no es de hoy, ya llueve sobre mojado.
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