Hay que ir descalzo
Uno está donde están sus zapatos. Otra cosa es que sus zapatos le parezcan los de otros


Empieza a dar miedo coger un ascensor, coger un tren, coger un teleférico. Todo falla. Pero permanecer en casa es quedarse fuera. Una vez estuve en la India y tropecé con multitud de occidentales buscándose a sí mismos. La gente se busca lejos de donde se extravía. Si te pierdes en Albacete, no vayas a buscarte a Cachemira. En esto de extraviarse de uno mismo hay mucha literatura. A ver, uno está donde están sus zapatos. Otra cosa es que sus zapatos le parezcan los de otros.
Yo salí al mundo con los zapatos de mi hermano mayor porque a él se le habían quedado pequeños. Les habían hecho mil intervenciones quirúrgicas e iban donde ellos querían más que donde quería yo. Me recuerdo caminando mientras miro aquellos zapatones que parecía que acababan de llegar de la guerra y me doy lástima. O sea, que lo de sentirse en los zapatos de otro es, con mucha frecuencia, literal. De la literalidad al sentido figurado no hay más que dos pasos porque los seres humanos estamos hechos para la figuración. En un abrir y cerrar de ojos, convertimos el mundo real en un teatro calderoniano. En ese gran teatro, donde todos somos actores, a mí me tocó salir a escena con un calzado ajeno.
Años más tarde, cuando reuní las condiciones para adquirir unos zapatos propios, unos zapatos a estrenar, ninguno me caía bien porque, dado que la horma hace al pie como el hábito hace al monje, mis pies ya no eran los míos, sino los de mi hermano. Me compré unos mocasines maravillosos, que, según el vendedor, me quedaban “como un guante”, aunque lo cierto es que le quedaban como un guante a los pies de mi hermano, que ya se murió, pobre, de ahí que tenga yo los pies tan fríos, tan yertos y tan pálidos. Pero a lo que íbamos es a que todo falla: los ascensores y los trenes, y hasta la India falla ya, porque vas a buscarte allí y no te encuentras. No te encuentras porque no llevas el calzado idóneo. A la India hay que ir descalzo.
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