Fundido en negro
Un apagón sin precedentes en España y Portugal revela la vulnerabilidad por nuestra dependencia absoluta de la electricidad


Toda la península Ibérica sufrió este lunes un apagón generalizado que devolvió durante varias horas la vida de 60 millones de personas a un mundo sin luz eléctrica, internet ni teléfonos móviles. Las causas de este acontecimiento sin precedentes aún no habían sido aclaradas al final de la jornada. El apagón dejó escenas inéditas desde lo más cercano, como viviendas, ascensores y semáforos, hasta infraestructuras críticas que quedaron a ciegas como redes de metro, hospitales, aeropuertos o la red de ferrocarriles, que canceló el servicio por completo durante toda la jornada. El apagón afectó también a las redes de telefonía e internet, lo que contribuyó a disparar la ansiedad de la población ante la imposibilidad de contactar con sus familiares y acceder a información en medio de un caos de tráfico y servicios que será recordado durante años, aunque, una vez más, los ciudadanos españoles dieron muestras de la madurez de esta sociedad en las crisis inéditas.
El administrador de la red en España, Red Eléctrica, informó en una nota de que se había producido un “cero energético nacional” a las 12.32 del mediodía, es decir, el apagón repentino de toda la energía eléctrica en España. Sobre las causas, la empresa pública apuntó a una “oscilación fuerte del flujo de potencia de red”, una formulación incomprensible para la población que no evolucionó mucho durante el día. A la “oscilación en el sistema eléctrico europeo” se refirió el presidente del Gobierno por la tarde.
El Gobierno de España tardó cinco horas y media en comparecer mientras el país se paralizaba y versiones de todo tipo eran difundidas por distintas fuentes tanto en España como en Portugal. Ya está más que acreditado que en las crisis la ausencia de información es el campo abonado para la desinformación. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no descartó “ninguna hipótesis”. Compareció en dos ocasiones, a las seis de la tarde y a las once de la noche, en las que no aportó más novedades sobre las causas del suceso, lo que da la medida del evento sin precedentes al que nos hemos enfrentado en un sistema en el que intervienen múltiples operadores, pero sí sobre el posible detonante. Según Sánchez, durante cinco segundos se había “perdido súbitamente” de la red una cantidad de energía equivalente al 60% del consumo de España. Ante la situación de “crisis de electricidad”, el Gobierno asumió el mando de emergencias en las comunidades de Andalucía, Murcia, Extremadura, La Rioja y Madrid, y aseguró que hará lo mismo en todas las que lo pidan.
El apagón ocurrido en la península ibérica se ha convertido en la mejor evidencia de la dependencia absoluta de nuestro modo de vida de la energía eléctrica. Operaciones quirúrgicas por toda España se quedaron sin electricidad de un minuto para otro; miles de usuarios se vieron atrapados en ascensores, túneles de metro y trenes en mitad del campo; algunos aviones no pudieron despegar; empresas y comercios se quedaron sin luz ni comunicaciones a mediodía de un lunes; sin contar con el trastorno de ciudadanos tratando de cruzar ciudades colapsadas para llegar a tiempo a colegios o guarderías. En definitiva, escenas impensables en un país europeo desarrollado. Afortunadamente, ocurrió de día y en una jornada templada. La solvencia de los equipos de emergencia en infraestructuras críticas y el civismo ciudadano evitaron situaciones de peligro.
No sabemos cuándo conoceremos con todo detalle qué ha ocurrido y, sobre todo, cómo ha podido ocurrir. Pero es imprescindible reaccionar cuando se tengan datos precisos e investigar las responsabilidades. España dispone de un sistema eléctrico robusto y moderno, con suficientes cortafuegos para anticipar un apagón de estas dimensiones. El desconcierto que padecieron ayer todos los ciudadanos sin excepción y el trastorno en su vida diaria no tiene precedentes desde los primeros días de la pandemia; la crisis eléctrica, además, se suma a la sucesión de crisis agudas de este siglo. Esta vez, una buena parte de la población del país se fue a dormir con una sensación de fragilidad extrema ante la pérdida repentina y misteriosa de cosas que damos por supuestas en la vida diaria: el teléfono móvil, internet, la electricidad, la posibilidad de llenar el tanque de gasolina del vehículo. Todo, en definitiva, quedó en suspenso durante unas horas. Esta crisis eléctrica añade una dosis inquietante, turbadora, de desasosiego, a la incertidumbre radical de los últimos tiempos.
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