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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Con Europa o con la ultraderecha

El congreso del Partido Popular Europeo, que llega a Valencia bajo la sombra de Mazón, tendrá que definir su modelo de UE

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, se reúne con el canciller alemán, Friedrich Merz, el pasado marzo en Bruselas.
El País

El Partido Popular Europeo (PPE) llega este martes a su congreso con muchos motivos de celebración por el lado continental y algunos menos por el español. De entrada, se inaugura en Valencia el mismo día en que se cumple medio año de la dana que el 29 de octubre causó una tragedia humana que podría haberse mitigado si la gestión del popular Carlos Mazón no hubiera sido un ejemplo de negligencia. A nadie se le oculta que la figura del president —al que su líder nacional, Alberto Núñez Feijóo, evita todo lo posible— puede ser una mancha en el congreso.

El PPE ganó por sexta vez consecutiva las elecciones europeas el año pasado y su resistencia fue capital para frenar el empuje ultra frente al retroceso de otras formaciones europeístas. Esa fuerza se ha traducido en mucho poder. Los conservadores presiden la Comisión Europea y el Europarlamento y tienen 14 representantes en el Colegio de Comisarios, contando a la presidenta, Ursula von der Leyen. Además, la CDU alemana regresa a la Cancillería de la mano de Friedrich Merz, reforzando su peso en el Consejo Europeo. En resumen, una formación envidiable para cualquier formación política. Sin embargo, la celebración tendrá que dejar mucho espacio a un debate capital para el PPE y para la UE que se resume en tres vías: inclinarse de una vez por todas por el bloque proeuropeo, junto con los socialdemócratas, los liberales y los verdes; dar un volantazo para aliarse con las formaciones ultranacionalistas y euroescépticas; o seguir con la alianza moderada tradicional la mayor parte del tiempo sin perder ocasión de flirtear (y votar) con la extrema derecha en otros momentos.

Sobre la primera vía se ha levantado el edificio democrático europeo con éxito indiscutible. Pero la última, una geometría variable que incluye a los ultras, es la opción que explora el actual presidente del PPE, Manfred Weber, desde que llegó al cargo en 2022 y en la que ha profundizado en esta legislatura. Se nota en su discurso y en sus propuestas: el apoyo a las políticas contra el cambio climático se ha enfriado y cada vez cuesta más distinguir sus políticas migratorias de las de los situados en su extremo. Weber será reelegido y colocará como número dos a Dolors Montserrat, cuyo partido, el PP, que se apoya en España en los euroescépticos y comparte sus tesis cuando se trata de tocar poder. Lo ilustra precisamente Mazón, que recabó el respaldo de VOX a sus presupuestos asumiendo sus ideas sobre inmigración y llamando a “la acción en contra del Pacto Verde europeo”.

Contra ese acercamiento hay argumentos poderosos. Los hay orgánicos: los conservadores polacos no quieren ni oír hablar de los extremistas. Programáticos: luchar contra el calentamiento global y defender el Estado de derecho no puede ser discutible en 2025. E incluso tácticos: en Alemania está por tomar posesión un Gobierno de coalición entre conservadores y socialdemócratas. Sería difícil de explicar para Merz, Weber y Von der Leyen, alemanes los tres, que lo que funciona en Berlín no sirva en Bruselas.

A estos argumentos internos, se suman otros externos. El regreso de Trump a la Casa Blanca está poniendo en una situación difícil a sus aliados europeos. Es elocuente el incómodo silencio de la italiana Giorgia Meloni ante los aranceles. Y lo mismo puede decirse de cómo Washington ha asumido los postulados de Rusia sobre Ucrania. No ser prorruso era una de las líneas rojas para Weber y Von der Leyen cuando defendían aproximarse a Meloni, defensora de Kiev, y huir del húngaro Viktor Orbán.

El PPE puede aplicar en clave europea las enseñanzas de los Estados miembros, que ejemplifican cómo contemporizar con los ultras solo les da alas y acaba dinamitando el espacio de los conservadores. La estabilidad institucional de la UE es imprescindible y exige hoy como nunca el compromiso de todos los demócratas con un proyecto acosado desde Moscú y Washington. Los populares tiene de su lado la legitimidad que les da ser la primera fuerza en el Europarlamento. Es su responsabilidad utilizarla para un fin europeísta, no para dar cancha los enemigos de la UE.

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