‘Regalar’ petróleo a Cuba
Aunque lo nieguen, el embargo existe. Es un entramado persistente de restricciones que condiciona el acceso de Cuba a servicios básicos


En el debate público mexicano, pocas palabras operan con tanta eficacia como el verbo regalar.
Afirmar que México regala petróleo a Cuba es un modo eficaz de clausurar la discusión antes de iniciarla.
El término sugiere despilfarro, ingenuidad política o, peor aún, complicidad. Bajo esa lógica, el envío de crudo a la isla se convierte en un gesto culpable: una forma de apuntalar artificialmente a un régimen autoritario condenado a desaparecer si se le retira el apoyo externo.
La escena parece clara, pero no lo es tanto.
Para muchos, la controversia en torno al petróleo mexicano ha sido formulada exclusivamente en términos de legitimidad política: si Cuba merece o no recibir apoyo. Blanco o negro. El dilema reducido a moral binaria. Como si la Guerra Fría no se hubiera terminado hace décadas.
En ese encuadre, la atención se fija obsesivamente en el régimen. Al hacerlo, se pierde de vista la estructura que ha determinado las condiciones materiales de existencia de la población cubana desde hace más de medio siglo.
La discusión moral se vuelve cómoda porque evade una pregunta más difícil: qué significa, en términos concretos, el embargo económico impuesto por Estados Unidos.
Porque, aunque lo nieguen, el embargo existe. Es un entramado persistente de restricciones comerciales, financieras y logísticas que condiciona el acceso de Cuba a mercados, créditos, proveedores y servicios básicos.
Presiona mucho al Gobierno. Y presiona más a los cubanos.
Afecta a la producción de alimentos, la importación de insumos médicos, el mantenimiento de infraestructura y, de manera particularmente visible desde hace varios años, al suministro energético.
Más allá de lo que se piense del régimen cubano, examinar la crisis de ese país sin ese contexto es una cómoda simplificación.
Desde ahí, la idea del regalo pierde densidad analítica. Se vende como aval político lo que realmente es un gesto humanitario.
Es energía. Electricidad. Transporte. Capacidad mínima de sostener hospitales, redes públicas y hogares en el país de los apagones prolongados.
Interpretarlo únicamente como respaldo al régimen supone ignorar que la escasez no distingue entre gobierno y sociedad.
Defender la decisión de López Obrador y de Claudia Sheinbaum de entregar petróleo a la isla no implica desconocer los déficits democráticos del sistema político cubano. Implica asumir que la política exterior se mueve en un terreno de tensiones reales, lejos de la vanguardia o evidente panfleto.
México actúa dentro de la legalidad internacional, ejerce su soberanía y continúa una relación histórica que no nació con la actual coyuntura ni responde únicamente a afinidades ideológicas.
El argumento recurrente de que cualquier alivio económico prolonga la inmovilidad política cubana descansa sobre una premisa discutible: que la presión económica sostenida genera apertura democrática. La experiencia histórica ofrece poca evidencia en ese sentido.
El embargo, además de debilitar de forma decisiva al régimen, ha normalizado la precariedad. Ha reducido márgenes sociales sin ampliar márgenes políticos. Ha castigado de manera sistemática a la población sin producir los efectos transformadores que prometía.
El embargo es inmoral. El embargo es inútil.
En ese contexto, el envío de petróleo puede leerse como una decisión menos ambiciosa y más concreta: negarse a participar en una política de asfixia cuyos costos humanos son evidentes y cuyos beneficios políticos son nulos.
Ya no somos chiquillos. No se trata de idealizar a Cuba. De hombres negros y rojos. Y azules. Los años de la épica terminaron. El objetivo es mucho más sencillo: reconocer que ciertas medidas, prolongadas en el tiempo, dejan de ser instrumentos de presión y se convierten en castigos estructurales.
Y es que —visto así— el problema no es la decisión mexicana. Es la facilidad con la que ciertos discursos convierten la indignación selectiva en virtud cívica. Defender el embargo como principio mientras se condena cualquier gesto de alivio —como el comercio de petróleo con Cuba— revela menos preocupación por la democracia y más comodidad frente a una injusticia persistente.
Esa comodidad —conviene decirlo— suele ser una mala brújula. Aunque utilice palabras como regalo, petróleo, cubano y dictadura.
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