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Morena
Columna
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Morenistas contra el Segundo Piso

La Cuarta Transformación se encuentra en un dilema: optar por una versión ideologizada y politizada de sí misma o intentar ampliar el proyecto de transformación para incluir otras fuerzas sociales y productivas

Partido político Morena
Jorge Zepeda Patterson

Se dice que quien ha sido martillo mucho tiempo ve al mundo con cara de clavo. Es la sensación que me deja una pulsión que observo en Morena. Tras tantos años de ser una oposición en permanente desventaja frente al poder y de padecer las malas artes y los abusos del sistema, son comprensibles las actitudes defensivas y militantes. Sin embargo, una vez en el poder tal comportamiento puede ser contraproducente, un lastre para la tremenda tarea de convertirse en un gobierno para todos.

La Cuarta Transformación, me parece, se encuentra en un punto de inflexión. La coyuntura la ha puesto en un dilema: optar por una versión ideologizada y politizada de sí misma, concentrada en el poder político y la reproducción de gestos y discursos destinados a fortalecer la identidad con su base social; o intentar ampliar el proyecto de transformación para incluir otras fuerzas sociales y productivas, aun cuando esto implique una convivencia política e ideológica. En esencia, quedarse en el primer piso o transitar al segundo.

A ratos parecería que la propia presidenta está sujeta a este dilema. Por un lado, el esfuerzo de modernización y racionalización de la administración pública es enorme y el compromiso de Sheinbaum con el plan México es indudable. Está en marcha una verdadera transformación del gobierno, un legado que permitirá cambiar muchas cosas. Pero hay momentos en los que exhibe una veta polarizante o defensiva que alimenta a una corriente dura, poca dispuesta a construir puentes. La descalificación de los otros, la rapidez con la que blinda de toda crítica a Morena y a sus miembros, la tentación de calificar las inconformidades como fruto de la mala leche de la oposición, el argumento de que el verdadero sentir de la población es el del pueblo que la arropa en sus giras, como si cualquier otro sentimiento de descontento fuese falso.

Morena se equivoca cuando aborda las inconformidades en términos binarios: a favor o en contra de la 4T. Si asume que las acciones y expresiones de descontento son instigación de la oposición, terminará entregando en brazos de esta el enorme activo que representa el sentir de distintos vecinos, comunidades y ciudadanos que tienen agravios, muchos de ellos preexistentes a la 4T. Pueden ser correctos o incorrectos, pero la autoridad está obligada a gestionarlos, no a acusarlos de ser peleles de los adversarios. Además del insulto, terminan otorgando a la oposición un poder que no tiene. Desde luego que hay gente que se sube a las marchas buscando proteger ventajas o privilegios o intentos de la oposición de ponerse al frente de los quejosos. Pero eso no quiere decir que la expresión de las muchas demandas que existen en el país tenga como propósito debilitar a Morena o a Claudia Sheinbaum; la mayoría simplemente busca que su problema sea atendido ¿No sería más fácil reconocer que hay muchos motivos legítimos de preocupación y que el Gobierno está intentando resolverlos en la medida de sus capacidades?

Las dos actitudes están presentes en la 4T. A la larga una debilita a la otra. Para efectos prácticos, Morena controla el poder político en México. Pero, viviendo en una sociedad de mercado, el ritmo de la actividad económica lo ejerce el sector privado. La esfera pública genera 27% del PIB del país y establece líneas generales que afectan al resto de los actores económicos; pero son estos los que en última instancia definen la inversión y el empleo. Ninguno de los dos está creciendo. Y, desde luego, en nada ayuda, el efecto Donald Trump. Llueve sobre mojado.

El Gobierno de Claudia Sheinbaum entiende que la economía mexicana no se reactivará hasta que no logre romper esta inercia. En buena medida eso es el plan México, un mapa de ruta para encontrar una fórmula capaz de propiciar la inversión y, a la vez, calidad de vida para las mayorías empobrecidas. Crecimiento con distribución.

Pero una cosa es poner parques industriales y otra muy distinta conseguir que cientos o miles de empresas inviertan y cientos de miles o millones de trabajadores acudan a ellos. Lo primero es condición necesaria, pero no suficiente. El plan México intenta diseminarlos por todo el territorio, pero la batalla política que busca concentrar el poder en Morena y polarizar a la sociedad en dos proyectos de país como si fuesen incompatibles, tiende a convertirlos en páramo. El riesgo es quedarnos a medio camino. Una parte del gabinete parecería estar en un frente, el segundo piso de la 4T, la otra parte, quizá sin proponérselo, torpedea ese esfuerzo y la inercia le lleva a enquistarse en el primer piso.

La historia es más compleja que un guion de héroes y villanos. Durante 35 años se instaló un modelo que permitió la prosperidad de un tercio de la población, pero redujo oportunidades para la mitad o más de los mexicanos. El país necesitaba un cambio y es comprensible que ese tercio que prosperó lo vea con recelo. Quienes consideramos que es urgente hacer algo de fondo para reducir la desigualdad, tenemos dos opciones para relacionarnos con quienes tienen temor a esos cambios: imponer nuestro proyecto satanizando lo que no quepa en él y asegurando el control absoluto del poder político o, por otro lado, encontrando vías de negociación para hacer transitable el proyecto a otros que no lo consideran suyo.

Es el dilema de la 4T, aunque en el fondo me parece un falso dilema, porque el primer camino es el de la derrota. El control político no alcanza, como bien lo han mostrado la experiencia venezolana o los gobiernos populares derrotados en Bolivia, Argentina, Ecuador y Perú, y el trance en el que se encuentran Chile y Colombia. El Estado tiene recursos para un primer impulso de mejoras sociales, pero al no lograr el involucramiento de las fuerzas económicas se estanca la posibilidad de sacar a la población de la pobreza.

Se entiende que la presidenta está obligada a buscar la unidad dentro de Morena; es cierto que no puede permitir que su propio movimiento la rebase o que el obradorismo perciba al segundo piso de la 4T como una traición a sus principios. Supongo que sus declaraciones “militantes” mitigan ese riesgo. Sin embargo, entrañan un problema, porque gobernadores y cuadros “duros” del Gabinete lo replican de manera vertical y en muchas ocasiones con soberbia e intransigencia. Dilucidar las diferencias políticas en exhibiciones de músculo con movilizaciones al Zócalo, literalmente calienta la plaza y genera nerviosismo. Una escalada de agitación que a nadie conviene. Son señales que inhiben los esfuerzos que el Segundo Piso de la 4T realiza para convencer a otras fuerzas de la premisa “por el bien de todos, primeros los pobres”.

En suma, nunca como ahora necesitamos la cabeza fría y la madurez de Claudia Sheinbaum.

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Sobre la firma

Jorge Zepeda Patterson
Escritor y analista político. Ha sido director del diario 'Siglo 21' y 'Público' en Guadalajara y de 'El Universal' en México. Fundador del digital Sinembargo.mx. Premio Moors Cabot por la Universidad de Columbia y premio Planeta por su novela. Autor de 14 libros, con traducciones a 20 idiomas
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