Noroñar
El verbo es la ignorante ternurita de sentirse decente, creerse inteligente, intocable e inmune en medio de un fango decadente donde hay verbos que suelen caer en desuso


El verbo merece incluirse en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y una de sus muchas posibles acepciones podría rezar: “Dícese del necio afán por confundir riqueza injustificada con opulencia supuestamente merecida”. En otro párrafo podría intentar explicarse la enfermedad como “Rajar o amedrentarse ante puñetazos reales habiendo fardado antes intimidación, agresión y bravuconería con ancianos, mujeres o adversarios ideológicos” y la obligatoria referencia a “Sintomatología trasnochada de quien soportó décadas de penurias como penitencia para ascender con canas a Primera Clase”.
Noroñando recuerdo la baba militante, las marchas con el puño en alto y algunas canciones que ya desafinaban alrededor de fogatas improvisadas. Tanta saliva hueca de esperanzas engañosas se fue decantando en cuanto el poder empezó a oxidar las guayaberas y los huipiles y noroñando la vida, la “digestión” de tamales y comensales obreros se ha sustituido por la “degustación” del pato a la naranja. Del fogón campesino a la fogata campirana con una campesina echando tortillas y campesinos vueltos custodios.
Noroñar sería también la enrevesada tranquilidad con la que campea la inmunidad de magistradas plagiarias, prelados pederastas y el ahora paladín de la propiedad privada —otrora proletario— que farda una casa de 12 millones de pesos (casi 700.000 dólares, cifra por demás mediocre si de veras quieres sentirte rico) y el chiste se cuenta solo: otrora comunista se enfrenta a comuneros de Tepoztlán, Morelos, por una casa que dijo haber comprado con un crédito (que en realidad no podría avalar con sus ingresos), para luego afirmar que la alquilaba (a una dueña invisible) y finalmente custodiada por obedientes militares de la Guardia Nacional porque noroñando se esgrime también el aura prepotente del intocable.
Dicen que el mofletudo personaje que da origen al verbo es aficionado al Scrabble y resulta entonces lógico que de su segundo apellido se desenrede el gerundio porque una inmensa mayoría de mexicanos evocan con mayor frecuencia el apellido de su madre (porque las mentadas suman más puntos sobre el tablero) y no olvidamos una retahíla de vergonzosas escenas o hazañas del verbo en acción:
-Noroñar es lanzarle una lengua de vaca al Arzobispo de México en pleno altar de la Catedral Metropolitana (exorcismo laico donde quizá contagió al polémico prelado con el pecado de las bienes raíces enredadas) y -Noroñar es publicitar un reclamo o denuncia de malversación burocrática y política cargando -no sin sudor- las pruebas en cajas vacías. Es decir, papeles falsos.
-Noroñar es deambular en salas VIP aeroportuarias para que se sepa y para que te vean, para aprovechar las agüitas gratis y lucir esa prenda tan bolivariana que parece indígena siendo atuendo oneroso (ejemplo de Evo en Adán de quinta) y para que algún incauto se anime a encararlo e incluso, insultarlo para luego exigirle al atrevido y por vía judicial una disculpa pública ante medios y el Senado de la República y entonces,
-Noroñar es modernizar con tintes magenta de una izquierda impostada las viejas represiones padecidas a chingadazo limpio: quien corría de los granaderos en justificadas alharacas pro liberación de Nicaragua se refugia ahora en camionetas de lujo, tras la barrera empañada de los escudos de los hijos y nietos de esos mismos granaderos (mismo casco y tolete de mano en mano) y quien gritaba a voz en cuello en la Cámara de Diputados, con o sin megáfono, noroñea al mandar callar a los nuevos gritones o a la loca del altavoz y en fin,
Retórica hueca, cinismo con sonrisa socarrona, orgullo empachado ante quienes dudan de que realmente se justifica profesar austeridad en solidaridad, Business Class por la mera estatura física (mal ejemplo para indios Yaqui o Tarahumara que tienen que agacharse o enroscar sus alargadas piernas en polvorientos transportes tan lejos de lo noroño. Ergo, Noroñar es arriesgarse con valentía a que los verdaderos capitalistas, los cerdos empresarios de la avaricia extrema, le impidan flotar en sus piscinas. Noroñar es entonces también la ignorante ternurita de sentirse decente, creerse inteligente, intocable e inmune… en medio de un fango decadente donde hay verbos que suelen caer en desuso.
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