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Lilly Téllez
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lilly Téllez: criatura de madera

Quien en 2018 admitía que la campaña que presentaba a López Obrador como un peligro para México equivalía a compararlo con Chávez, terminó vociferando que el país marchaba rumbo a ser Venezuela

Lilly Téllez durante de sesión del senado, en marzo.
Vanessa Romero Rocha

Antes de crear al hombre de maíz —cuenta el Popol Vuh—, los dioses ensayaron materias imperfectas. Con barro modelaron figuras que la lluvia desapareció. Con madera erigieron criaturas capaces de caminar, pero descalificadas para sentir. Incapaces de recuerdo.

A esa última estirpe —los seres de madera, vacíos de conciencia y memoria— pertenece María Lilly del Carmen Téllez García. La senadora que llama público a lo que Sheinbaum reconoce como pueblo. La que busca espectadores donde la otra evoca sujetos.

El primer extravío

Lilly Téllez se curtió en su amor a los reflectores. A los diecisiete ya escribía guiones en una televisora de Hermosillo y, aunque naufragó en los estudios formales, halló otros derroteros: horóscopos, noticias, reportería.

Como corresponsal, su nombre creció con denuncias: lo mismo acusaba un bache que el uso de pesticidas que envenenaban la leche materna al sur de su estado.

Años después, Téllez viajó a la Ciudad de México y —con la ayuda de Javier Alatorre y una súplica a la Virgen de Schoenstatt— ingresó a TV Azteca. Allí permaneció casi tres décadas, con un éxito duradero.

Era un pez nadando gozoso en el océano de la atención. No hallaba música más grata que el incesante rebote de su propia voz.

En esa búsqueda, emprendió una serie documental para avivar el escándalo que su patrón había fabricado para golpear a la izquierda representada por Cuauhtémoc Cárdenas: el asesinato de Paco Stanley.

Tras la emisión, ocurrió lo que muchos llamaron montaje o autoatentado. Ver para creer. La casualidad —una balacera frente a TV Azteca— y una perfecta cronología —minutos antes del noticiero estelar—, hicieron posible que el episodio fuera transmitido en vivo con Javier Alatorre y Lilly Téllez tomados de la mano. Los testigos eran también protagonistas.

Un guion fantástico propio de un mundo encantado.

Lilly tenía apenas treinta y dos años. Dedicaría los siguientes dieciocho al periodismo bajo el cobijo de Salinas Pliego.

De Obrador a Laje

Un año antes del banderazo a su sexenio, Andrés Manuel López Obrador —por medio de un perplejo Alfonso Durazo— convocó a Téllez.

—No hay quien diga que no comete errores —reconoció Obrador, cargando con la culpa de aquella bala perdida.

Así, cuatro años después del célebre encuentro en que Téllez aduló a Enrique Peña Nieto por avanzar valiente con su reforma energética, la periodista giró en círculo. Se unió con entusiasmo a la campaña del tabasqueño.

La madera se deja moldear por cualquier mano.

Lilly tenía cincuenta años. Su respaldo al proyecto —que entonces le prestaba un semblante menos sombrío que sus alegatos actuales— le entregó un escaño guinda por Sonora. De periodista a senadora por Morena.

Dos años más tarde, luego de que la Comisión de Honestidad y Justicia intentara apartarla de la bancada, María Lilly abandonó el partido. Alegó hacerlo por su oposición al aborto, al matrimonio entre personas del mismo sexo y en defensa del maíz nativo.

Terminó en la bancada del PAN, el mismo partido al que había fustigado durante su campaña, traicionando su propia memoria y la voluntad de su electorado.

Lilly se convirtió. Y ya se sabe lo que se dice de los conversos.

Ese mismo año suscribió la Carta de Madrid, alineándose con la derecha más intolerante para luego desertar y denunciar los extremismos, la homofobia, el antisemitismo, el racismo y el nacionalismo. Hasta Agustín Laje terminó por reprenderla.

En sus bandazos, Lilly logra lo inesperado: quedar mal con Dios y también con el diablo.

Te sacarán los ojos

Aquella que llama Presidente a la Presidenta, soñó con suceder a Obrador en el cargo.

El sueño fue breve. Sus negativos, más altos que su favorabilidad, inquietaron a los empresarios, que prefirieron invertir en otra criatura (también de madera). El huracán Téllez resultaba excesivo: una granada para abrir una nuez.

Lo único que consiguió entonces —además de exhibir un discurso carente de densidad—, fue recordarnos su condición de criatura de madera: hueca de alma, vacía de memoria. Llegó incluso a afirmar que, si alcanzaba la presidencia, Andrés Manuel terminaría en prisión. El perro que ladra, mordió.

Quien en 2018 admitía que la campaña que presentaba a López Obrador como un peligro para México equivalía a compararlo con Chávez, terminó vociferando que el país marchaba rumbo a ser Venezuela. El alumno se volvió contra el maestro.

Quien durante la campaña aseguraba que el CISEN no había hallado un centavo sucio en el patrimonio de Obrador, hoy lo acusa de bandido. El cuervo amenaza con devorar los ojos.

Quien se proclamaba mediadora terminó convertida en hueco tambor. En la senadora que, entre gritos y desplantes, erosiona la vida del Senado: bloquea debates, cancela sesiones y entrega vergüenza en lugar de representación.

El juicio final

Hoy, como senadora plurinominal por el PAN —y para sorpresa de nadie—, vuelve a vender a los suyos. Hace unos días, la menos mala de las caras opositoras —sin órdenes de aprehensión ni inexplicable fortuna—, apareció en una cadena estadounidense de inconfundible sesgo trumpista, en busca de reflectores.

Incapaz de triunfar con fuerzas internas, acudió a convocar a nuestros históricos rivales. La decencia asistió a la escena con arcadas.

Y aunque, temerosa, insista en que no hizo lo que hizo —que no traicionó a la patria al no pronunciar la palabra intervención—, no hay duda de lo cometido.

Que Sheinbaum es una traidora. Que Alfonso Romo lava dinero. Que Morena es el brazo político de los cárteles de la droga. Que la presidenta es inhumana. Que ha mencionado al gobierno de los Estados Unidos como su enemigo. Que Trump podría liberar a Latinoamérica de los nefastos gobiernos de izquierda.

El catálogo resume las infamias y los ofrecimientos realizados a la potencia vecina.

Tampoco es novedad: Lilly Téllez, junto a correligionarios, ya había impulsado la iniciativa de considerar terroristas a los carteles. La finalidad era transparente: abrir la puerta a la intervención militar estadounidense en territorio nacional.

El Código Penal es inequívoco: traición a la patria es atentar contra la independencia, soberanía o integración nacional.

A quien la historia y la ley señalan como traidora, la cadena norteamericana la exhibe como la senadora más valiente de México.

Lilly Téllez —con el orgullo con que el pavo real despliega su cola— ha llamado a Claudia Sheinbaum traidora y torpe. Torpe, en realidad, fue intentar incendiar un país que ha confiado en un movimiento nacionalista con la gasolina del entreguismo. Torpe fue pretender dinamitar a quien concentra el apoyo mayoritario.

Sheinbaum ha aclarado que no habrá desafuero ni juicio por traición a la patria. Porque nada de eso es necesario. El juicio ya está hecho: ella misma se ha condenado.

Y, con ella, los extraviados que la acompañan.

Porque los mexicanos —criaturas de maíz— tienen harta memoria. Difícilmente olvidarán que la senadora del megáfono está hecha de madera.

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Sobre la firma

Vanessa Romero Rocha
Es abogada y escritora. Colaboradora en EL PAÍS y otros medios en México y el extranjero. Se especializa en análisis de temas políticos, legales y relacionados con la justicia. Es abogada y máster por la Escuela Libre de Derecho y por la University College London.
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