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Oposición
Columna
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Autopsia de la oposición mexicana

¿Qué harán frente a la reforma electoral cada una de las fuerzas políticas que no constituyen un bloque ni de coincidencias mínimas frente a Morena?

Claudia Sheinbaum
Salvador Camarena

Morena baila sola. En la redefinición política más importante en décadas, más de un sexenio después los partidos protagonistas de la transición lucen, a cual más, la agilidad de un zombie. Ni el clamor de su parroquia, de que la democracia está en riesgo, les infunde osadía.

Dice Stefan Zweig sobre Napoleón Bonaparte que, cuando irrumpe un hombre así “a todos los que están próximos a él, les toca elegir entre encogerse y desaparecer sin dejar rastro ante su grandeza o tensar sus propias fuerzas hasta lo desmedido siguiendo su ejemplo”.

Toda proporción guardada, la cita del autor austriaco pone contra la luz lo que Acción Nacional, el Revolucionario Institucional y Movimiento Ciudadano han hecho desde 2018, año del triunfo del huracán obradorista.

Un balance de siete años de oposición a Morena tendría que servir de diagnóstico que pondere triunfos electorales nada desdeñables, inocuidad de sus críticas públicas y una casi generalizada percepción de que sus líderes hoy no tensan “sus fuerzas hasta lo desmedido”.

Cuando la presidenta Claudia Sheinbaum enmarca el saque de la inminente discusión sobre la reforma electoral, apunta dardos que pegan en el que podría ser el talón de Aquiles de la oposición hoy: cúpulas que sin plurinominales y sin el erario no llegarían muy lejos.

Es solo el más reciente lance del obradorismo por avanzar a costa de sus adversarios. En esta ocasión, sin embargo, no se trata de la cabeza de jueces ni son puestos en organismos autónomos los que están en liza: la nueva ley podría evaporar las siglas de la alternancia.

Qué harán frente a la reforma electoral cada una de las fuerzas políticas que no constituyen un bloque, pues el término oposición de ninguna manera es hoy referencia de estrategia conjunta entre los partidos no oficialistas, ni de coincidencias mínimas frente a Morena.

PAN: medroso que medra

Si un instituto pudiera abrogarse la etiqueta de oposición natural a Morena ese es el PAN. Surgido en respuesta al cardenismo, los azules tienen de nuevo la coyuntura para proclamar ser alternativa al, en sus ojos, populismo de los seguidores de López Obrador.

De hecho, Acción Nacional es alternativa en donde el obradorismo o no alcanza aún a penetrar —los tres Estados clásicamente azules del Bajío, Aguascalientes, Guanajuato y Querétaro— o la dinámica urbana se le atraganta: capitales en no pocos estados y alcaldías en CDMX.

¿El partido hecho para resistir al autoritarismo priista de antaño ha de reverdecer? La respuesta tendría que evaluar si la mística panista no quedó enterrada, precisamente, al morir —o retirarse, para no ponernos dramáticos— los panistas que sí sufrieron represión y acoso.

Acción Nacional es liderado por los mantenidos de la transición. Desde que en los noventa abrió la mano y aceptó dinero público, el PAN se alejó de la militancia al punto de que hoy es un club donde medran con las regalías del modelo electoral que ellos incubaron.

Los éxitos de los años noventa, iniciados con la primera gubernatura que un salinismo urgido de legitimidad les reconoció en 1989, devinieron maldición para esos que desde el juvenil panista se fueron apoderando de una estructura hoy con mera lógica padronera.

Jorge Romero, que prácticamente está de vacaciones en los momentos en que se comienza a elevar la ola del nuevo golpe a la armazón del poder en México, es el líder de un grupúsculo de engolada voz, pero sustancia y creatividad liliputiense.

El PAN, como profetizaron quienes temían que la vida del partido que nunca se amilanó al perder podría pudrirse al ganar, no sobrelleva bien la vida tras el éxito de haber cosechado la primera presidencia no priista y haber maniobrado para retenerla seis años después.

Para ser precisos, la caída libre del panismo viene desde mediados de la presidencia calderonista. En las intermedias de ese sexenio la gente les volteó la cara en medio de su guerra contra el narco, de la mediocridad de resultados y, desde luego, de no pocos escándalos.

Un problema agregado es que la estela de lo que no se hizo bien en aquel sexenio concluido en 2012 solo se ha hecho más espesa por las noticias de la corrupción surgidas en el reciente juicio en Estados Unidos contra el número uno de Calderón en el tema de seguridad.

La camada que gobierna al PAN ni se puede apartar de ese sexenio —cordón umbilical innegable— ni está exenta de manchas como transar notarías o inmuebles. Y hasta Ricardo Anaya, distante de ese grupo, tiene problemas para conectar fuera del círculo rojo de las redes.

Al final, hoy un PAN medroso pacta con Omar García Harfuch todas las leyes a favor de la invasión de la privacía al tiempo que actúa como quien cree que volverse chico no será para mal mientras la cúpula siga monopolizando las millonarias migajas que les quedarían.

Con esas credenciales, qué podría decir el PAN a favor de no tocar el modelo comicial en el que viven apoltronados, desde hace casi tres décadas, así logren en cada elección menos votos.

PRI: peón de Estados Unidos

Alejandro Moreno, Alito, ha cincelado una etapa inédita para un partido que se jactó siempre de ser una maquinaria con poleas movidas por sectores y con un centro de gravedad, ya fuera en el presidente de la República, ya fueran gobernadores y grupos de interés.

Moreno encarna al PRI de un solo hombre. La agrupación que dio una cultura política a México, con sombras y luces, hoy es unipersonal. El Revolucionario Institucional al servicio de la ambición de un personaje con el logro de encarar cada crisis interna con una purga.

El tricolor tiene aún dos Estados, uno de ellos mayor, Coahuila, otro, Durango, en donde acaban de evitar ser arrollados por Morena electoralmente. Pero la agenda del partido no es grupal ni colectiva. Alito asume y actúa bajo la premisa de que el PRI es él.

No es de extrañar, entonces, que el obradorismo le jale el tapete cada vez que hace falta al líder tricolor, que capotea intentos de desafuero por graves acusaciones emprendiendo campañas a favor de los intereses de Estados Unidos, en México y allende el Bravo.

La excepción a la regla de Alito como centro único del actuar priista es el diputado coahuilense Rubén Moreira. Salvo él, y un puñado más, de una vehemencia articulada y más temática que autorreferencial, Alejandro Moreno no distingue entre su ambición personal con la del PRI.

El Revolucionario Institucional hoy es un mote político que encuentra rechazo en las encuestas. Su líder, más que preocupado en cómo revertir el desprestigio partidista que sin duda él heredó, pero al cual ha contribuido, usa al PRI básicamente como su coraza personal.

A una conveniente sana distancia, viejas figuras priistas esperan en un sarcófago a la espera de la enésima resurrección de la enésima sentencia de muerte al PRI.

Es esa soledad de Alito lo que hace al tricolor más vulnerable. Hoy, el partido que toda la vida fue denunciado en EE UU por sus prácticas autoritarias, cree que su rol es promover la narrativa antiMaduro de Trump y acudir a la OEA a criticar a Morena. ¿Con qué credibilidad?

Encima, no solo son momentos históricos muy distintos, sino intereses bien diferentes: antes Washington vivía la contradicción de promover un discurso democrático al tiempo que afilaba el intervencionismo, hoy solo hace lo segundo. Y a ese interés se pliega Alito.

Los momios electorales solo irán más a la baja para el PRI si el partido que defendió una identidad nacionalista hoy se acurruca en la Casa Blanca más injerencista en décadas. Pero de que Alito ve por sí mismo, aquí y en EE UU, qué duda cabe.

MC: compás de espera

¿Es Movimiento Ciudadano el gran partido de oposición luego de la era del PAN y del PRI, y si sí, qué tan de oposición es a Morena?

Las dudas no vienen de hoy. Desde 2021 la organización de Dante Delgado logró un nuevo nivel. Ganar la gubernatura de Nuevo León confirmó que no era un fenómeno regional, jalisciense, o testimonial.

Con la irrupción de Enrique Alfaro en la gubernatura de Jalisco en 2018, desplazando al PRIAN y taponando una plaza para Morena, cosa que confirmó con triunfos en 2021, MC se puso en el mapa en el momento más oportuno para su estrategia de crecimiento en solitario.

Tres años después, en Jalisco se reafirmaron en las legislativas, pero sin duda el campanazo vino del norte, donde Samuel García se hizo de la gubernatura e incluso se quedaron con la alcaldía de Monterrey. En 2024 retuvieron la gubernatura jalisciense.

MC ha padecido la ausencia de su líder. Dante Delgado ha lidiado con una enfermedad y se dice que apresta su retorno. Enhorabuena. Será en un momento muy interesante, en el tiempo en que se ha de perfilar si tienen con qué convertirse en la fuerza opositora de la nueva era.

Mientras tanto, las dudas sobre MC no se disipan.

En las intermedias de 2021 PAN y PRI, y MC, lograron recomponer algo del equilibrio perdido en 2018, cuando Morena los desplazó en toda línea. Nada está dicho rumbo a las elecciones de 2027, pero los guindas acaparan hoy mucho más poder, y más cinismo.

“Un gran ejemplo siempre eleva o echa a perder una generación entera”, advierte Zweig. “Los hombres que rodean a Napoleón solo pueden convertirse en sus esclavos o en sus rivales a la larga, tan sobresaliente presencia no tolera el término medio”*.

Morena no es Napoleón, desde luego, pero el momento mexicano implica un reto formidable. Uno en el que no habrá término medio para la oposición.

*Fouché, el genio tenebroso.

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Sobre la firma

Salvador Camarena
Periodista y analista político. Ha sido editor, corresponsal y director de periodistas de investigación. Conduce programas de radio y es guionista de podcasts. Columnista hace más de quince años en EL PAÍS y en medios mexicanos.
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