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Morena
Columna
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Morena: las partes y el todo

Similar a lo sucedido en el pasado, los castigos parecen obedecer más al escándalo producido que a la conducta realizada

Congreso Nacional de Morena, el 20 de julio de 2025.
José Ramón Cossío Díaz

En estos días, diversas voces han afirmado que para salvar a la así llamada “Cuarta Transformación”, es necesario deshacerse de algunos de sus integrantes. De quienes, por sus faltas conocidas, están poniendo en peligro al movimiento al que se le ha dado ese nombre. La purga propuesta no se ha planteado por las faltas mismas, sino porque dichas faltas han sido conocidas. No se habla de expulsar a los malos elementos, sino a quienes han sido mencionados por diversos medios nacionales e internacionales, al igual que por las propias jerarquías partidistas y gubernamentales. Similar a lo sucedido en el pasado, los castigos parecen obedecer más al escándalo producido que a la conducta realizada.

Conocidos y conspicuos cuartoteístas, morenistas y movimientistas, están hablando de la necesidad de identificar y aislar a quienes, por sus conocidas faltas, están arriesgando la viabilidad de la transformación que, a su juicio, el país está viviendo. Entiendo que, para los promotores de tan puntuales modos de identificación y castigo, las separaciones se basan en argumentos semejantes a los que en otras épocas sostuvieron quienes pensaban que el suyo era virtuoso o transformador. Los expulsores de ahora —como los de entonces— suelen servirse de metáforas para explicar y legitimar sus actos purificadores. Una de las más conocidas es la de las “manzanas podridas”, conforme a la cual en distintos tiempos y lugares se han expulsado —y en ocasiones lastimado seriamente— a enemigos, a críticos, a desleales o simplemente a quienes son diferentes.

La magia de la expulsión —en la forma de manzanas o de otras metafóricas posibilidades semejantes— descansa en la idea de la pureza y sobrevivencia del todo sobre las partes. De la preservación del conjunto frente a los individuos, como si uno y otros fueran dos cosas distintas y separables. Quienes sostienen la posibilidad de las purificaciones individualizadas no suelen preguntarse cómo es que, siguiendo con las imágenes, quién o quiénes decidieron dar forma o participar en la construcción del conjunto, ni bajo qué criterios actuaron, cuál es el continente de esos contenidos, cuándo y por qué es posible suponer que algo está podrido, o bien, quién y cómo realizará la expulsión de los frutos así estimados.

Este tipo de preguntas básicas no suelen ser analizadas por quienes hablan de expulsiones y depuraciones. Por quienes asumieron que su movimiento era o debía ser puro y que los malos elementos eran identificables y prescindibles, tal como ahora pretenden hacerlo algunos cuartoteístas. El problema de fondo con el movimiento de la “Cuarta Transformación” —como con cualquier otro de los que han tenido las mismas pretensiones—, es que el mismo tiene orígenes humanos. Que está compuesto por personas concretas que, en diversos momentos y por distintas razones, decidieron fundarlo, apoyarlo, financiarlo, aprovecharlo o utilizarlo por razones valiosas o motivos poco loables.

Considerando más los hechos acumulados que las declaraciones emitidas, es posible atender que tanto la creación del movimiento de la “cuarta transformación” como la fundación del partido Morena, tuvieron propósitos electorales. Específicamente, lograr, tanto que Andrés Manuel López Obrador obtuviera la presidencia de la República, como sus seguidores diversos cargos y posiciones públicas. Desde el uso del Partido de la Revolución Democrática (PRD) hasta la fundación de Morena, hubo personas que por múltiples motivos se agregaron al proyecto lopezobradorista. Unos, constituyendo u ocupando las asociaciones que le dieron plataforma, recursos y posibilidades. Otros, agregando sus bases electorales previamente organizadas. Otros más, aportando recursos financieros, materiales o tiempo y disposición.

En la primera hora, seguramente se unieron aquellos que creían en el proyecto lopezobradorista como una fuerza de izquierda que reivindicaría las luchas sociales en las que legítimamente creían. Quienes así actuaron, posiblemente le dieron al proyecto, que poco a poco se iba convirtiendo en un movimiento, algún ideario, símbolos y cierta narrativa. Sin embargo, al lado de estos personajes y sus propósitos iniciales —y como de ellos hay tantos ejemplos en la historia social y política— también se incorporaron individuos con ambiciones personales, aquellos que sentían que la vida no les había dado lo que merecían o quienes necesitaban hacerse parte de algo que podía llegar a ser grande para protegerse de los reclamos que se les podrían formular por lo que habían hecho, incluyendo delitos y penas. Seguramente hubo quienes pensaron que, así como en el pasado hubo beneficiados de la riqueza pública, la incorporación a un movimiento en marcha los podía colocar en una situación semejante.

Fue así como el movimiento lopezobradorista, morenista, cuartotransformador o cuartotransformado, se fue componiendo de una gran cantidad de personas, cada una de las cuales concurrió con las aspiraciones de ese tiempo y con sus anhelos futuros. Al instante de las adhesiones a lo que nació o se estaba desarrollando, pocos deben haberse preocupado de verificar antecedentes. La inspiración de lo que se estaba haciendo y la inefabilidad de lo que habría de lograrse impidió revisiones anticlimáticas. Los pasados debieron haberse visto como eso, como momentos idos, malas decisiones, infundios o conductas que serían expiadas por la pertenencia a aquello a lo que se había de pertenecer.

Los agregantes y los agregados deben haber supuesto —como tantas veces se ha visto en la historia— que la grandeza de la misión a cumplir, la magnitud de lo que se estaba transformando y sería transformado, tendría capacidades purificadoras. Al proyecto cuartoteísta no solo se le reconoció capacidad de transformación, sino también virtudes transformativas. En el nuevo agregado hubo de todo, como en muchos otros procesos históricos semejantes. Gente honorable, gente menos honorable y gente que francamente no lo era ni lo sería. Además de las manifestadas ilusiones —verdaderas o falsas— sobre el brillante futuro de la nación, los muy diversos concurrentes trajeron consigo sus pasados. Los buenos y los malos. Las conductas realizadas, las alianzas establecidas. Cada cual aportó lo que había sido hasta ese momento, pero también lo que fue haciendo a partir de entonces.

Es así como el movimiento lopezobradorista, transformador o cuartotransformador, es una composición de muchas personas y sus correspondientes pasados, agrupados en torno a un líder fuerte y un ideario difuso. Por lo tanto, no resulta posible asumir sin más que la salvación del movimiento y de su proyecto dependa simplemente de la expulsión de unas pocas e identificables manzanas. Este movimiento —como cualquier otro proceso semejante— no puede considerarse compuesto de, por una parte, un hombre o una idea virtuosísima y, por la otra, de un conjunto de personas buenas y malas agregadas en torno a uno u otra. Este movimiento —como cualquier otro— es una unidad conformada por ideas y personas, símbolos, pasados, presentes, futuros, intereses, desviaciones y tantas otras cosas existentes desde la concepción del proyecto hasta su culminación.

Cuando se habla de la expulsión de unos para salvar al todo, se asume la posibilidad de diferenciar entre el líder y el proyecto con respecto a las personas participantes en el movimiento. Parece difícil inferir que con el desechamiento de algunas visibles manzanas podridas el resto de la cosecha quedará salvada. El movimiento —para bien y para mal— se constituyó en un momento concreto, bajo pretensiones específicas y por personas determinadas. Además, se han mantenido y se han logrado algunos de sus objetivos por la dinámica de todos esos elementos originarios y de aquellos que con el tiempo se han ido agregando. La transformación, Morena, el movimiento o como se quiera denominar al fenómeno político que estamos viviendo, es la suma de sus componentes originarios y actuales. De un todo constituido y en marcha. Las pretensiones de este idealismo —en ambos sentidos— no alcanzan para separar al todo de sus partes, ni para darle puridad trascendente a lo que es estrictamente humano.

En los meses por venir asistiremos a un interesante ejercicio político. Al de la identificación y pretendida separación de unas partes del todo. Veremos a quién y por qué se le considera podrido; quién ejerce de catalogador y quién de expulsor; a dónde se envía a los expulsados; cómo se harán las expulsiones; qué razones se aducen para expulsar y, sobre todo, para diferenciar entre los que se quedan y los que se van. Los ejercicios políticos por venir apuntan a ser radicales y cruentos. El hecho mismo de que se hayan envuelto ya en metáforas hortícolas está posibilitando el primer paso requerido en este tipo de purgas. Las personas están perdiendo su humanidad y convirtiéndose en cosas, esta vez adoptando la forma de frutos. De frutos que, por estar podridos, deben ser desechados para salvar al proyecto puro, al líder inmaculado, a la idea en marcha.

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