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Pensándolo Bien
Columna
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Tenemos que hablar de López Obrador

Consiguió dar cuerpo a una inconformidad creciente y convertirla en un impulso capaz de desplazar a las élites del poder e iniciar un cambio de rumbo en México. Pero eso no significa continuar decisiones cuestionables por una falsa noción de lealtad

andres manuel lopez obrador
Jorge Zepeda Patterson

Empiezo por la conclusión a la que llega este texto. El movimiento de la Cuarta Transformación iniciado por Andrés Manuel López Obrador tendrá una mejor oportunidad de alcanzar sus propósitos (una sociedad más justa, honesta y equilibrada), si es capaz de desprenderse de la parte cuestionable del legado de su fundador. Esto no significa repudiar o deslindarse de él, entre otras razones, porque no es necesario toda vez que su retiro político es real. Por desprenderse, me refiero a reconocer que algunos de los factores que el fundador creyó necesarios para conquistar el poder y garantizar la continuidad de su proyecto, son un lastre para la continuidad de las banderas del movimiento. Construir y gobernar no es lo mismo que conquistar; el vuelo crucero exige requisitos distintos a despegar; levantar paredes y amueblar, como le toca hoy a Claudia Sheinbaum, es muy diferente a despejar el terreno y hacer cimientos.

No hay razón per se para sostener más allá de la prudencia las alianzas con los partidos aliados, a ratos convertidos en extorsionadores; o el encumbramiento de ex priistas como Adán Augusto López o Ricardo Monreal que nunca comulgaron con las banderas de Morena y hoy poseen porciones importantes del poder conquistado; o exgobernadores de triste legado recompensados con embajadas; o el empoderamiento de los militares y sus extraordinarias atribuciones recibidas.

Es obvio que la llamada real politik aconseja desprenderse lentamente de algunos de estos factores o apoyos. Parte de lo que ha hecho el ejército es necesario y habría que reconocer los muchos priistas e incluso panistas que han asumido la necesidad de un cambio de rumbo del país. También es evidente que las alianzas parlamentarias son parte coyuntural del ejercicio de gobernar. A lo que me refiero es que todo ello debe abordarse y revisarse a la luz de las necesidades de ahora y no ser mantenido simplemente porque formó parte del diseño original o fue producto de una decisión del fundador.

No solo porque los tiempos cambian, también por el hecho de que nadie es infalible. El combate al huachicol, romper el monopolio de las medicinas o modificar el sistema de salud fueron iniciativas necesarias y meritorias, pero es evidente que la manera de abordarlas fue cuestionable. Hay consecuencias obvias de haber asumido una estrategia de “abrazos, no balazos”. El nuevo aeropuerto dista de haber resuelto el problema de la Ciudad de México y el Tren Maya requerirá de otros desarrollos y una cuidadosa gestión para no convertirse en un hoyo negro para el erario.

No se me malinterprete. Votaría por López Obrador de nuevo; la propuesta neoliberal del PRI y el PAN estaba agotada; la inconformidad creciente de las mayorías habría desencadenado crisis e inestabilidad de no haber existido esta salida. El giro de timón en favor de los dejados atrás era urgente y lo que López Obrador hizo en seis años para elevar el poder adquisitivo de los sectores populares, es un pequeño milagro. Lo hizo, además, sin endeudamientos severos, sin subir impuestos o quitarle a los ricos. En ese sentido, puso en marcha un cambio histórico.

Pero reconocer lo anterior no debería impedir reconocer también que los factores de los que echó mano y la intensidad política para vencer resistencias del sistema prohijaron improvisaciones y equívocos. La voluntad presidencial y las intuiciones sustituyeron muchas veces a la planeación y a la ejecución profesional. Unas con resultados notables, como en el reparto de apoyos sociales, otras no tanto como en el frustrado proyecto de sacar de la capital a las secretarías de Estado.

Habría que insistir en la alegoría del explorador que se sale del camino y abre brecha entre matorrales a empellones y con el cuchillo entre los dientes, como hizo López Obrador. No siempre fue elegante ni limpio, pero el nuevo y necesario sendero está allí. Ahora falta ajustarlo, afinarlo, eliminar errores de cálculo y pavimentarlo.

“Continuidad con cambio”, significa mantener la dirección y ser consecuente con los fines, pero modificar los medios y las circunstancias para agilizar la marcha. No se trata de sacralizar cada machetazo asestado por el fundador, sino ser fieles a una causa: conseguir una sociedad más justa.

Entenderlo así ayudaría a abordar temas de los que no se quiere hablar en Morena por una actitud reverente que estorba a las propias banderas del movimiento. No hay razón alguna para que al titular que dejó a Pemex en un profundo hoyo económico, le sea entregado el Infonavit y sus cuantiosos recursos, simplemente porque López Obrador consideró tener una deuda de honor por sus servicios prestados en el pasado. Tampoco hay un motivo para convertir en líder del partido a su hijo, con la difícil encomienda de ser heredero de algo para lo cual probablemente no tiene vocación y quizá ni siquiera quiera. No hay justificación alguna para que los militares improvisen como empresarios de Mexicana de Aviación, pierdan dinero (y disfrazar que no lo hacen) para competir con otras líneas aéreas.

Y lo de Adán Augusto y Ricardo Monreal merece un comentario adicional. López Obrador asumió un enorme riesgo al otorgar tanto poder a dos personajes oscuros y tan ajenos a los ideales del movimiento. Nada más y nada menos que el control del Congreso. Si Claudia Sheinbaum hubiera tenido un tropiezo o alguna circunstancia adversa que la debilitara al arranque de su gobierno, estos dos se habrían convertido en el verdadero poder, gracias a su relación con gobernadores, líderes sindicales, partidos aliados y otros poderes fácticos. Probable o no, la mera posibilidad de entregar el movimiento a esta corriente, tendría que llevar a pensar a los morenistas en el hecho de que los héroes también se equivocan.

En suma, López Obrador consiguió dar cuerpo a una inconformidad creciente y convertirla en un impulso capaz de desplazar a las élites del poder e iniciar un cambio de rumbo en México. Un logro histórico que habrá que reconocer ahora y siempre. Pero eso no significa continuar decisiones cuestionables por una falsa noción de lealtad. En todo caso, la verdadera lealtad a López Obrador es llevar a buen puerto el sueño de una sociedad mejor, no la defensa a ultranza de todo lo que hizo o dijo en respuesta a las coyunturas que le tocó vivir. Un cambio de régimen implica un proceso de ensayo y error. Reconocer estos últimos constituye un paso adelante.

@jorgezepedap

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Sobre la firma

Jorge Zepeda Patterson
Escritor y analista político. Ha sido director del diario 'Siglo 21' y 'Público' en Guadalajara y de 'El Universal' en México. Fundador del digital Sinembargo.mx. Premio Moors Cabot por la Universidad de Columbia y premio Planeta por su novela. Autor de 14 libros, con traducciones a 20 idiomas
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