Sheinbaum: entre la mala suerte y la mala vibra
Debe ser una pesadilla cuando sabes que tienes que hablar con el narciso estadounidense al día siguiente. A la presidenta le tocó un mundo muy lejano de sus ideales de izquierda


La suerte es un factor para tomar en cuenta. No importa si se es supersticioso o no, siempre sabemos que la suerte juega para un lado o para el otro. En las corridas de toros –cargadas de simbolismos religiosos- los participantes antes del inicio de la corrida se dicen: “Que Dios reparta suerte”. No deja de ser paradójico confiarle las cosas al mismo tiempo a la divinidad y al azar. Más vale estar con las dos.
Sabemos que la presidenta Claudia Sheinbaum es una científica, una mujer de datos y cifras comprobables. Sin duda, esto es una característica positiva. Pero como todos en la vida, ella también tiene cierta dependencia del azar. Hasta el momento todo parece indicar que la presidenta tiene mala suerte. Le ha tocado lidiar con un personaje de lo más difícil y complejo que es Trump. Le tocó la mala suerte con el presidente más veleidoso y caprichoso, un sujeto sin límites. Debe ser una pesadilla cuando sabes que tienes que hablar con el narciso estadounidense al día siguiente. A la presidenta le tocó un mundo muy lejano de sus ideales de izquierda, en el que no puede compartir con la mayoría de sus contrapartes siquiera algunos rasgos ideológicos. Solo le queda compartir algo de sensatez con algunos de sus pares en otros países.
La tan cacareada reunión bilateral con Trump en Canadá terminó por cancelarse por las complicaciones en Medio Oriente. Ella se preparó como debía de hacerlo y, podemos suponer, estaba lista para cualquier escenario. Era su momento estelar, si le iba bien sería un gran triunfo; si le iba mal el asunto rondaría entre el fracaso de ella o las majaderías del mandatario estadounidense. Se quedó sin ninguna. Mala suerte.
Podemos decir que en la vida nacional Sheinbaum también se ha topado con eventos desafortunados, como el asesinato de dos colaboradores cercanos de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, los pleitos entre narcos que han incluido la entrega de familias y capos a las autoridades estadounidenses; el cobro de los aranceles que desquicia los planes económicos, la ola antinmigrante, en fin, una serie de eventos que no están bajo su control y solamente le queda reaccionar. Sheinbaum recuerda a la caricatura del coche al que sigue una nube negra lanzándole truenos y rayos.
A la mala suerte habrá que sumarle la mala vibra con la que se desplazan por la vida pública varios de sus compañeros de partido. El tal Andy resultó un adolescente cínico e irresponsable, Luisa María Alcalde hace esfuerzos conmovedores por no ser rebasada por las hordas morenistas; Noroña le profundiza los pleitos con el Gobierno estadounidense, los gobiernos en Puebla y Campeche han promovido leyes contra el periodismo y la libertad de expresión, la elección judicial fue un desastre de participación y mostró que el movimiento no pasa por sus mejores momentos. La mala vibra morenista alcanza a su presidenta. Es ella la que tiene que responder por los excesos, torpezas, caprichos y desórdenes que son la norma del partido en el gobierno.
En su definición de la fiesta de los toros, José Bergamín dice que el arte de torear “es el que sabe que en toda acción y obra del hombre, Dios pone la mitad. O no la pone y tiene que ponerla el diablo”. Pasa lo mismo en política.
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