El Panu, el asesinato de un fantasma
La muerte a balazos del supuesto jefe de pistoleros de Los Chapitos en un restaurante en el corazón de la capital sigue rodeada de incógnitas y pistas poco habituales en este tipo de casos


En la ficha de la DEA aparece mirando de frente a la cámara, mandíbula apretada, pelo negro corto, nariz gruesa y los ojos medio abiertos, entre somnoliento y desafiante. En otra imagen tiene un gesto parecido mientras con la mano derecha abre una puerta. Está dando paso a unos militares y por el otro lado de la puerta aparece de fondo una figura borrosa, que avanza con las manos abiertas y vacías a la altura de la cintura en gesto de rendición. Es el hijo pequeño del Chapo Guzmán, en el momento exacto de su primera detención en Culiacán en 17 de octubre de 2019. Ese mismo hombre que abrió la puerta a los militares se parece mucho al que está mirándose a un espejo en una tienda de ropa. Se está probando una camisa blanca. Tiene el pelo más largo que en las otras fotos, ha subido algo de peso. Pero en la foto tomada de perfil se aprecia la misma nariz trompuda y la mandíbula marcada. La siguiente imagen es un cadáver, con el torso descubierto y tumbado boca abajo sobre un charco de sangre. En la espalda se aprecian por lo menos dos agujeros de bala.

El protagonista de todas esas fotos, que estos días corren como la gasolina por las redes y los medios mexicanos, es en teoría Óscar Noé Medina González. Mano derecha y jefe de pistoleros del hijo mayor de El Chapo, Iván Archivaldo Guzmán Salazar, actual líder de Los Chapitos, la facción del Cartel de Sinaloa que lleva más de un año enfrascada en una guerra intestina con los herederos del Mayo Zambada, otro histórico capo también en prisión. Conocido en el mundo del hampa como El Panu, la fiscalía de Estados Unidos lo acusa de dirigir la expansión territorial de Los Chapitos por Chihuahua, Sonora, Coahuila, Michoacán y Tamaulipas, rutas estratégicas para el tráfico de armas y drogas. También de matar y torturar a mafiosos rivales, y hasta del asesinato en 2017 de tres agentes de la Fiscalía General de la República (FGR). Todo eso son las acusaciones probadas por las autoridades, porque sobre el hombre asesinado este domingo a balazos mientras cenaba con su esposa en la Ciudad de México, el de la imagen boca abajo sobre un charco de sangre, todavía no hay confirmación oficial de quién era en realidad. La caída de El Panu, es por ahora el asesinato de un fantasma.
Tres días después de que un pistolero vestido de negro, con gorra y la cara tapada con un cubrebocas, entrara en un restaurante de la céntrica colonia Juárez y descerrajara 12 balazos sobre la víctima sin mediar palabra, el asesinato sigue plagado de incógnitas y pistas poco habituales en este tipo de casos. De momento, las autoridades mexicanas optan no apresurarse. Sigue abierta la tesis de que efectivamente se trata de El Panu, pero no confirman todavía la identidad de la víctima. Gran parte del enredo tiene que ver con la declaración de la esposa tras el asesinato, que asegura que su marido se llamaba Óscar Ruiz y era un empresario hotelero de Mazatlán, la costa sinaloense, que estaba de visita en la capital con su familia por las fiestas navideñas.
La madeja se enreda más todavía con los detalles sobre la esposa y su declaración. María José Rojo, hija del subsecretario de Turismo de Sinaloa, sostiene que habían llegado a la capital el 20 de diciembre. El restaurante donde se produjo el asesinato, en la colonia Juárez, está a apenas unas cuadras de las oficinas de la Fiscalía General de la República. Siguiendo la tesis que bajaran las autoridades de que efectivamente se trata del jefe de pistoleros de Los Chapitos, ¿cómo un objetivo prioritario en la lucha contra el crimen, por el que el Departamento de Estado de Estados Unidos ofrece una recompensa de hasta cuatro millones de dólares, se movía con tal libertad por el corazón de la Ciudad de México? ¿Cómo pudo el asesino huir a pie por una las zonas más transitadas y vigiladas de la capital, según se recoge en las cámaras públicas de seguridad? ¿Por qué la víctima, dado su alto perfil en el mundo del crimen, no llevaba protección? ¿Por qué el ataque no derivó en fuego cruzado con ningún escolta o pistolero que lo protegiera?
La sombra de la traición y los ajustes de cuentas atraviesan la guerra en el interior del Cartel de Sinaloa, que inició precisamente con el secuestro y la posterior entrega a las autoridades estadounidenses del Mayo por parte de Joaquín Guzmán López, otro de los hijos de El Chapo, antiguo compadre de Zambada, en julio de 2024. El saldo del conflicto suma ya más de 1.800 asesinatos y cerca de 800 desaparecidos. El equilibro de fuerzas entre ambos bandos también se ha resentido. Los Chapitos cuentan cada vez con más bajas de peso, por los recientes goles tanto del Gobierno Federal como de la Administración de Donald Trump.
El perímetro de la guerra ha ido además ensanchándose más allá de las fronteras del Estado de Sinaloa. Al presunto asesinato el domingo en la capital del jefe de pistoleros de Los Chapitos se suma la detención dos días después, este martes, del suegro y el cuñado del jefe de la facción, Iván Archivaldo Guzmán, por el que Estados Unidos ofrece una recompensa de 10 millones de dólares. Mario Alfredo Lindoro Navidad, El 7, y Mario Lindoro Elenes, El niño, cayeron en un operativo federal en Zapopan, la zona adinerada de Guadalajara, capital de Jalisco. Además del parentesco con el capo, ambos eran considerados operadores financieros y piezas clave de las actividades de la facción sinaloense en un territorio tan delicado como Jalisco, zona dominada por otro grupo mafioso más poderoso del país, el cartel Jalisco Nueva Generación.
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