Lo difícil en Venezuela
Venezuela no es cualquier país: es una reserva energética estratégica en un mundo convulso. Fingir que ese dato no ordena buena parte de las decisiones es ingenuo


Lo fácil, cuando se habla de Venezuela, es elegir bando: mandar al cuerno a Caracas, alinearse con Washington y dar el tema por cerrado.
Lo difícil es sostener una posición propia cuando la presión desciende del norte, cuando se necesita tanto de Estados Unidos y se tiene tan poco margen para negociar con ese país.
Lo fácil es mirar solo el presente: la deriva autoritaria venezolana, su colapso, la tragedia de derechos humanos, el monigote en el que se ha convertido Maduro.
Lo difícil es mirar hacia atrás y reconocer el largo historial de intervencionismo estadounidense en América Latina, una memoria incómoda que no desaparece porque hoy resulte políticamente inoportuna.
Lo fácil es asumir que a Estados Unidos le importa la democracia venezolana.
Lo difícil es aceptar que, antes que la democracia, importa el petróleo. Venezuela no es cualquier país: es una reserva energética estratégica en un mundo convulso. Fingir que ese dato no ordena buena parte de las decisiones es ingenuo. O cínico.
Lo fácil es buscar soluciones mágicas, intervenciones quirúrgicas, sanciones que prometen inmediata redención.
Lo difícil es asumir que cualquier salida viable —si eso existe— pasa por una negociación. No una negociación limpia, ejemplar o edificante, sino una negociación real, plagada de concesiones, zonas grises y costos éticos. La historia terca nos lo repite: las transiciones casi nunca son puras.
Lo fácil es tratar a Venezuela como si fuera cualquier Irak, cualquier Afganistán, cualquier experimento exportable.
Lo difícil es entender su especificidad histórica, social y regional. América Latina no es un tablero intercambiable: cada país carga con trayectorias propias que no admiten soluciones reimpresas.
Lo fácil es alinearse con el todopoderoso.
Lo difícil es no tomar partido de forma automática, resistir la lógica binaria que exige adhesiones rápidas y condenas sin matices. Mantener una posición autónoma cuesta.
Lo fácil es acomodarse al nuevo color que va tomando la región, mimetizarse con una izquierda cada vez más pragmática o con una derecha cada vez más punitiva.
Lo difícil es actuar como representante digno de una tradición de izquierdas que se asume crítica, democrática y comprometida con los derechos humanos sin excepciones selectivas.
Lo fácil es aplaudir premios Nobel y convertirlos en símbolos incontestables.
Lo difícil es presentarlos con justicia, con sus matices, sin convertir la causa venezolana en un relato simplificado que tranquiliza biempensantes conciencias ajenas.
Lo fácil es condenar al régimen cubano —económicamente disfuncional, autoritario— y exigir que se corte el suministro de petróleo, como lo hizo una triste funcionaria del Gobierno de Trump.
Lo difícil es hacerse cargo de que la crisis humanitaria cubana no se explica sin el embargo asesino, una política que ha demostrado durante décadas su ineficacia moral y material.
Lo difícil, en suma, es ser un líder de izquierda responsable. Uno a la Lula o a la Sheinbaum, capaces de incomodar a los propios y a los ajenos, de recordar que América Latina conoce bien las consecuencias de las invasiones “salvadoras” y de las democracias impuestas desde fuera.
“La historia está mirando”, reprochó la congresista republicana María Elvira Salazar a la presidenta Claudia Sheinbaum, acusándola de respaldar dictaduras en Venezuela y Cuba. La frase pretendía ser advertencia. Pero la historia no mira solo lo que se dice en el presente, también valora lo que se recuerda —y lo que se decide olvidar— cuando llega el momento de actuar.
La verdad, al final y casi siempre, es enemiga de lo simplón.
Y Venezuela, como América Latina, exige algo más que posiciones cómodas. Exige hacerse cargo de lo difícil.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma

Más información
Archivado En
Últimas noticias
Lo más visto
- Incidente en el aeropuerto de Ciudad de México después de que un piloto retuviera un vuelo que iba a Cancún
- Sheinbaum y Morena llevan al Supremo los intentos en los Estados por torcer el veto al nepotismo ante las elecciones de 2027
- Sheinbaum reitera su postura sobre Venezuela y dice que no tiene que afectar a la relación con Estados Unidos
- El tren interoceánico con 148 pasajeros choca en México con un tráiler sin dejar heridos
- La Corte Interamericana condena a México por no prevenir ni investigar el feminicidio de Lilia Alejandra García Andrade hace 25 años










































