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Ibogaína, la droga “psicodélica” ilegal en Estados Unidos a la que los famosos recurren en México contra sus adicciones

Exsoldados con estrés postraumático aplican en Tijuana un tratamiento, al que también se ha sumado el luchador de artes marciales mixtas Conor McGregor, pese a la alerta por sus posibles efectos secundarios

Andrés Rodríguez

Marcus Capone fue un soldado de los Equipos Tierra, Mar y Aire de la Marina de Guerra de Estados Unidos (conocidos habitualmente como Navy Seals) hasta el 2013. Se enlistó tras el atentado terrorista a las Torres Gemelas en 2001. Sirvió en Afganistán en 2005 y pasaba alrededor de 300 días fuera de su hogar de misión en misión. En ese tiempo, como muchos combatientes y veteranos, desarrolló un trastorno por estrés postraumático. Se automedicaba. Padecía depresión, ansiedad y tenía pesadillas. Supo que tocó fondo cuando su esposa, Amber Capone, lo encontró una madrugada en la sala de su hogar con una botella de whisky vacía y un arma cargada mientras veía en la televisión videos antiguos de su entrenamiento como soldado. Cuando pensó que ya no había solución para su padecimiento, encontró una luz en Tijuana, México, a través de un tratamiento con ibogaína, un alcaloide con efectos alucinógenos y estimulantes al que, en los últimos años, deportistas y artistas del país vecino al norte han comenzado a acceder para supuestamente curar sus adicciones.

Paraísos turísticos en México como Tulum, Cozumel, Rosarito, Tijuana o Los Cabos, en la Península de Yucatán, Baja California o Baja California Sur, respectivamente, se han convertido en oasis donde se ofrece este tipo de sustancias psicodélicas. La ibogaína proviene de la iboga, un arbusto originario de la selva tropical de África Central. Esta droga procede de la corteza de la raíz, que se tritura y se consume en polvo o se administra en forma de extracto.

En países como Gabón, República del Congo o Camerún se utiliza con fines medicinales y para rituales. En los últimos 10 años, pequeños estudios se han hecho eco de los efectos de la ibogaína para tratar la adicción a los opiáceos, ya que sugieren que entre un tercio y dos tercios de los pacientes que se someten a su tratamiento logran la sobriedad. Incluso existe una investigación en la universidad de Stanford, en EE UU, en el que científicos han estudiado el potencial de esta droga para tratar las lesiones cerebrales traumáticas y el trastorno de estrés postraumático (TEPT).

Personalidades famosas como Jordan Belfort, el excorredor de bolsa declarado culpable por manipulación del mercado de valores y de lavado de dinero, cuya vida inspiró a la reconocida película El lobo de Wall Street (2013), o el exjugador de baloncesto que disputó 14 temporadas en la NBA, Lamar Odom, son algunos de los que afirman que la ibogaína los ayudó a superar su adicción a los opiáceos.

Carlos Rius, académico de la Facultad de Medicina de la UNAM, afirma de que no hay todavía una forma científica de comprobar que estas afirmaciones sean ciertas. Habla de la existencia de un pequeño estudio que se hizo en Nueva Zelanda hace unos cuantos años, donde 20 personas que eran consumidoras de opioides empezaron a tomar dosis pequeñas de ibogaína. “Después de un año, resulta que más o menos 14 personas lograron reducir el uso de los opioides. Una de ellas falleció en medio y las otras cayeron de vuelta en el consumo de los mismos”, explica vía telefónica.

El caso más reciente en sumarse a la lista ha sido el del luchador irlandés de artes marciales mixtas, Conor McGregor, que en el último año fue acusado de agresión sexual y a quien describieron, en el juicio en su contra, de llevar un estilo de vida con fiestas, alcohol y uso de drogas. En una publicación en su cuenta en la red social X, afirma haber “visto la luz” gracias a un “tratamiento alucinógeno” en México.

“Me mostraron cómo habría sido mi muerte. Qué pronto ocurriría y cómo habría afectado a mis hijos. Me miraba desde arriba mientras sucedía, y luego miré desde el ataúd. Entonces Dios vino a mí en la Santísima Trinidad. Jesús, su hijo. María, su Madre. Los Arcángeles. Todos presentes en el cielo. Recibí la luz. Jesús descendió de los escalones de mármol blanco del cielo y me ungió con una corona. ¡Fui salvado! Mi cerebro. Mi corazón. Mi alma. ¡Sanados!”, elabora en su tuit.

El luchador irlandés cuenta que fue atendido en la clínica Ambio, en Tijuana, donde Capone y otros ex Navy Seals estadounidenses han contado, en el documental In Waves and War, que también sanaron su TEPT gracias a la ibogaína. Este tipo de centros cobran entre 3.000 y 20.000 dólares por el tratamiento que puede extenderse entre 7 a 10 días. Famosos y veteranos de guerra del país vecino del norte han comenzado a acudir a México por este tipo de soluciones, ya que esta droga es ilegal en Estados Unidos. Solo en países como Australia, Nueva Zelanda y Finlandia, su posesión, transporte y cultivo es legal, mientras que la venta se la realiza de forma supervisada.

En cambio, en México, según explica Rius, la ibogaína no está regulada, por lo que se encuentra en un limbo legal, lo que significa que no está prohibida, pero tampoco está sujeta a una supervisión gubernamental estandarizada. “El problema que hay con la ibogaína es que es altamente tóxica, afecta y produce arritmias al corazón y puede producir también la muerte si se consume en cantidades mayores. Cada persona va a tener una respuesta un poco diferente al respecto. No se han hecho muchísimos estudios porque no está aceptada en la mayor parte de los países”, agrega.

En Tijuana, de acuerdo a lo que muestra el documental In Waves and War, a los pacientes los acompaña un terapeuta, un médico de urgencias y una enfermera. La terapia consta de dos pasos principales. El primer día les suministran la ibogaína, les conectan un monitor cardiaco y entran en el trance psicodélico. Capone, según cuenta, cargaba con la culpa por la muerte de Josh, uno de sus colegas que pereció durante una misión en Afganistán.

“Recuerdo que en un momento escuché como motosierras zumbando y un completo caos. Como si te patearan en los huevos una y otra vez sin escapatoria. Vi miles de fotos que pasaban rápido. De mi infancia. De mi padre. También vi una visión de Josh feliz, sonriendo. Me hizo darme cuenta de que nada de eso era mi culpa. Sentí un alivio, como si me desfragmentaran mi cerebro”, recuerda Capone en un fragmento del documental.

El consumo de ibogaína se complementa con el denominado ritual del sapo, que consiste en fumar la toxina de este anfibio del desierto de Sonora, que segrega un veneno blanco lechoso orientado a disuadir a los depredadores que contiene 5-MeO-DMT. El uso principal que le dan en la terapia en estos centros es a través de la vaporización de estas toxinas. “Es como acceder al océano del ser mismo. Creo que es muy efectivo para romper la barrera psicológica entre nosotros mismos y todo lo demás. Me gusta decir que la ibogaína te exfolia de adentro hacia afuera y luego el 5-MeO-DMT te pule suavemente”, afirma Trevor Millar, facilitador psicodélico y cofundador de la clínica Ambio.

Rius está convencido de que en México no hay mucha regulación de distintas substancias que, para él, cumplen un efecto placebo. “Hay una gran cantidad de clínicas que promueven todo tipo de tratamientos para cáncer, para enfermedades que no tienen cura y les dan diferentes substancias que a veces ni siquiera hacen nada. Consiguen y meten la ibogaína como un suplemento alimenticio o natural. No tiene que pasar por la Secretaría de Salud o Cofepris [Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios]. La legislación es muy relajada en ese sentido”, complementa.

Sin embargo, Capone es cauto sobre los alcances de la ibogaína para su trastorno de estrés postraumático. Admite, en un fragmento del documental, que su depresión va y viene. Dice que no hay que tallar sobre piedra esa “idea errada” de los psicodélicos, “que los consumes una vez y te recuperas para siempre”. “Te abre y te da un nuevo lienzo para pintar lo que quieras [la ibogaína]. Es necesario pensar en planes, ir paso a paso o puedes empeorar”, reflexiona.

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Sobre la firma

Andrés Rodríguez
Es periodista en la edición de EL PAÍS América. Su trabajo está especializado en cine. Trabaja en Ciudad de México
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