Ciro Gómez Leyva: “López Obrador no es mi enemigo. No sé si yo sea el de él”
El periodista mexicano desgrana el atentado en su contra, el enfrentamiento que protagonizó con el expresidente y su nueva vida en Madrid en una entrevista a propósito de la publicación de ‘No me pudiste matar’, su último libro


Los momentos que cambian una vida son a veces producto de la casualidad. El 15 de diciembre de 2022, un comando armado interceptó la camioneta en la que viajaba Ciro Gómez Leyva (Ciudad de México, 68 años), uno de los periodistas con mayor audiencia en México, y le disparó nueve veces a matar. Las balas no superaron el blindaje del vehículo y Gómez Leyva vivió para contarlo y cubrir el caso judicial que siguió tras el atentado. Al cabo de unos meses, se convenció de que si el ataque hubiera sido un miércoles, cuando solía desviarse de su ruta habitual y estacionar el coche unas calles más lejos que de costumbre, y no un jueves, como acabó siendo, lo más probable es que hubiera muerto. Uno de los sicarios, sin embargo, pidió un día extra para prepararse. Quizás fue “la suerte, el azar, una fortuita casualidad”, escribe en No me pudiste matar (Planeta, 2025), su último libro.
“No me pudieron matar los criminales, no me pudo matar el presidente y su poderosísimo aparato de propaganda, no me pudo matar el abandono, la tristeza, el desánimo, después de un hecho tan traumático como este”, afirma Gómez Leyva, apenas unos minutos después de abrir las puertas de su casa en Madrid para una entrevista con EL PAÍS. Se mudó al exclusivo barrio de Salamanca hace prácticamente un año, el 21 de octubre de 2024, 20 días después de que Andrés Manuel López Obrador dejara el poder y cediera la banda presidencial a Claudia Sheinbaum.
No me pudiste matar es la historia de un atentado frustrado y de la búsqueda del autor por responder a dos preguntas: quién lo mandó a matar y por qué. Pero también es un relato pormenorizado del enfrentamiento que sostuvo durante seis años con López Obrador. Un día antes del ataque, el presidente dijo en la Mañanera, su conferencia de prensa diaria, que escuchar a periodistas como Gómez Leyva, uno de sus críticos acérrimos, es “dañino para la salud” y puede provocar “un tumor en el cerebro”. Esa animadversión, evidente antes y después del intento de asesinato (con una auditoría fiscal al periodista por medio), hizo que no fuera un atentado más y que los hechos sacudieran, de nuevo, a un país donde han sido asesinados 174 periodistas en los últimos 25 años, según la organización Artículo 19.
Miles de personas esperaban que Gómez Leyva acusara a López Obrador. Pero no lo hizo. No tenía ningún indicio sólido para culpar al entonces presidente. “Me parecía brutalmente irresponsable acusar a alguien sin pruebas”, sostiene mientras clava la mirada en el vacío. “López Obrador, sí, y lo sigo pensando un año después de que se fue del poder: trató de destruirme y de destruir a otros periodistas en lo profesional, pero no tengo cómo conectar su ofensiva política y verbal, su malignidad de poderoso, con los disparos”, reconoce. “Su estrategia fue destruirnos, fue matarnos profesionalmente”, zanja. “Y fracasó”.
Menos de un mes después del ataque, Héctor Martínez El Bart, el sicario que jaló del gatillo, fue detenido en Tangancícuaro, un pequeño municipio de 35.000 habitantes a 450 kilómetros de la capital. Las investigaciones arrojaron que tenía un sueldo semanal de 7.000 pesos (unos 350 dólares), pero en la semana del atentado ese monto subió a 40.000 pesos (cerca de 2.000 dólares). “Tendría dinero y tan, tan, lo que sigue”, dijo El Bart en una entrevista para el pódcast de Saskia Niño de Rivera. Lo veía, admitió el sicario desde la cárcel, como “un paciente más”. En total, la “célula de ejecución”, de acuerdo con la contabilidad que llevaba Armando Escárcega El Patrón, el encargado de integrar al grupo que perpetró el ataque, cobró una nómina de apenas 15.000 dólares. Como parte de la trama, han sido detenidas 14 personas y 12 ya fueron sentenciadas.
Los motivos detrás del atentado, sin embargo, siguen siendo nebulosos. El Patrón dice que la orden vino del Cartel Jalisco Nueva Generación, la organización criminal más poderosa del mundo. Pero las explicaciones ofrecidas han sido poco convincentes y, hasta cierto punto, burdas. No hay un móvil definido, un detonante claro ni se sabe quiénes movían los hilos por encima del Patrón. “No creo en esa versión”, asegura Gómez Leyva. “Pero en lo que toca a la parte criminal, el proceso está prácticamente terminado”.
En otra entrevista, la periodista Denise Maerker, su antigua copresentadora, le hizo notar que le parecía que en el libro era más benevolente con los perpetradores de la agresión que con el expresidente. El periodista coincidió y le contestó citando un par de frases del mismo. Gómez Leyva se despide del Bart con un “que dios lo bendiga”. Y de López Obrador, con un “que dios lo bendiga y que se vaya al diablo”.
“No está en mí ese sentimiento de odio. ¿Qué significa odiar? ¿Desear que se caiga a pedazos, que se enferme, que le vaya mal a los suyos? No, él es un profesional de esto, él y el resto me habrían matado limpiamente, sin meterse con terceros, sin sufrimiento previo, sin una tortura y eso también lo reconozco. ¿Por qué lo voy a odiar?”, dice sobre El Bart, condenado a 14 años por tentativa de homicidio.
Tres años después del atentado, hay más incógnitas que respuestas. “Si la pregunta es si me gustaría que al final de esta historia él surgiera como el autor intelectual”, escribe Gómez Leyva sobre López Obrador en el libro, “la respuesta es sí, me fascinaría en toda la extensión de la palabra”. “Es un juego, un ejercicio narrativo”, señala en la entrevista. “Sí, me habría fascinado, pero no fue, no ocurrió. Al menos con la información disponible hasta que terminé de escribir el libro, que es la misma que tengo al día de hoy, yo no puedo decir que él dio la orden de matarme. Como no sé quién fue, tampoco sé quién no fue. No exonero a nadie”.
— ¿Considera a López Obrador su enemigo?
— No… No lo sé. En todo caso, eso más bien habría que preguntárselo a él. Lo que sí considero es que si alguien, con ese inmenso poder que tenía, con ese manejo de instituciones tan maligno, tan perverso, tan malintencionado contra ciertas personas, trató de acabarme profesionalmente, pues bueno… Esa era su intención. Si soy su enemigo o no soy su enemigo… Yo lo veo como un poderoso, sobre el cual yo escribí durante 30 años, lo sigo haciendo y probablemente, lo siga haciendo unos años más. Pero no, mi enemigo no es. No sé si yo sea el de él.

Tras el atentado, una escolta de 14 hombres se convirtió en su sombra, dos guardias privados y 12 policías, repartidos en distintos turnos. Gómez Leyva, un ávido caminante, había perdido el privilegio de cubrir su meta diaria de 15.000 pasos en solitario. Durante casi dos años no tuvo un solo minuto de privacidad fuera de su casa. Ir al cine, un partido de fútbol o planear unas vacaciones dentro del país se convirtieron en tareas titánicas y absurdas. Y, de pronto, parecía atrapado en una paradoja. “Por las mañanas, el poder empleaba cuantiosos recursos para destruir mi reputación y mi carrera. Era el mismo Gobierno que en las calles se encargaba de que no me fuera a pasar nada”, cuenta desde una añorada soledad. “Y lo hicieron extraordinariamente, sería miserable no reconocerlo”.
Incómodo con la etiqueta de víctima, Gómez Leyva prefiere fruncir el ceño y encoger los hombros antes que autocompadecerse. Se aferra a un sentimiento agridulce: sabe lo que ha perdido en el camino, pero también que tiene suerte de estar vivo. “Yo no soy un jugador de ajedrez, soy un jugador de dominó y juego con las fichas que me tocan”, sentencia. “Esto fue lo que me tocó y con esto he jugado todo estos años”.
En la primavera de 2024, el periodista comunicó a sus jefes en la radio y la televisión que iba a renunciar para mudarse a Madrid al concluir el mandato de López Obrador. Necesitaba una vida sin guardaespaldas y se imaginaba que poner más de 9.000 kilómetros de por medio le iba a permitir recuperar cierta libertad, reencontrarse, empezar de nuevo. ¿Por qué Madrid? “Un poco por azar”, responde a bote pronto. Por una mezcla de circunstancias familiares, el fin de algunos ciclos profesionales, la calidad de vida, la horizontalidad de su sociedad y la necesidad de encontrar un espacio acorde con su momento vital, explica segundos más tarde. “Es una huida hacia adelante”, admite.
— ¿Es un exilio?
— De alguna manera lo es, pero también lo digo en el libro, yo no soy un periodista exiliado. A cierto costo, yo puedo vivir en México. De hecho, paso una parte de mi tiempo ahí y me gusta mi país.
“No sé si dentro de unos meses se apague Madrid o si me vaya a quedar muchos años más, pero no es una pregunta que me esté planteando”, comenta sobre su futuro. Gómez Leyva asegura que su vida no es muy diferente a la que lleva en México. Tiene un par de novelas por leer, le gusta caminar al estudio donde sigue grabando su noticiero de radio y le saca partido a las ocho horas de diferencia horaria para entregar su columna diaria por las noches madrileñas, después de cenar con amigos o disfrutar de un concierto. “No estoy buscando un nuevo programa de televisión ni un gran logro, quiero vivir muy bien lo que me quede de vida útil y regalárselo a mis seres queridos, mis compañeros, a la gente que me ha acompañado tantos años. Puede parecer poca cosa, pero ese es mi objetivo”, afirma con tono pausado.
Gómez Leyva asume que está en el epílogo. No cree en la trascendencia ni en la resurrección de la carne. Tampoco en la justicia como concepto abstracto. “No soy tan ambicioso ni tan ingenuo para pensar que vamos a conocer a fondo quién dio la orden de atacar, pero es una posibilidad abierta”, dice sobre su caso. Asegura, sin embargo, que está listo para pasar página. “No es mi obsesión, ya no lo es, ni creo que cambiaría mayormente mi vida”.
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