PAN: los días tristes
El problema panista es la falta de definición. No sabe qué quiere ser, ni qué quiere ofrecer. Pensar en ese partido como el de hace décadas no tiene sentido


La semana pasada el PAN cumplió 86 años de vida. No hubo nadie que le prendiera una velita. Ni siquiera en el propio partido. Su página web no dice nada sobre su aniversario, ni para recordárselo a sus militantes. Pasó de noche su cumpleaños como pasa el partido por la vida pública. Son días tristes para el PAN.
También en estos días cumplió 25 años de muerto Carlos Castillo Peraza, quizá el último ideólogo del panismo. Pensador, potente y hábil argumentador, respetado y apreciado por sus adversarios y, aunque murió ya sin ser militante panista (algo tiene ese instituto que casi todos los que lo presidieron terminan fuera), marcó una etapa del panismo ganador. Para él ni un tuit de recuerdo. Es parte de ese pasado que ya no refleja el partido.
Para bien y para mal, el PAN ha cambiado a lo largo del tiempo. Fue una oposición pequeña, pero con misión; creció y se consolidó. Ahora es un partido descarriado, ajeno a su pasado, pero sin porvenir viable. Del PAN se esperan resultados que ya no puede dar. Y no por falta de ganas; las circunstancias, la política actual, el escenario y las personas que están en él son distintas; no se le puede pedir que sea el luchador por la democracia que fue durante seis décadas. Esa época ya pasó. La democracia en México llegó hace tiempo y en mucho, gracias al PAN.
A los blanquiazules se les pide discurso, ser oposición combativa, tener liderazgos nacionales, llenar los espacios vacíos, definiciones ideológicas y una presencia que sus números nada más no le dan. A veces parece un poco injusta la crítica al panismo de hoy. Pedirles que tengan un Diego Fernández, un Maquío, un Luis Álvarez, un Castillo Peraza, no tiene sentido. Aquella fue una oposición que respondió a su momento estupendamente con talento y entrega. El panismo actual creció de otra forma. Le tocó desarrollarse en el gobierno, con los cargos, con el dinero y el poder, con los spots y con las redes sociales. Una retórica como la que usaban los panistas de antes es impensable en estos días.
El problema panista es la falta de definición. No sabe qué quiere ser, ni qué quiere ofrecer. Por supuesto hay figuras que hacen su trabajo y, hay que destacarlo, en un ambiente completamente hostil. Ser oposición en estos años es complicado. Pero pensar en ese partido como el de hace décadas no tiene sentido. Ni están los que eran ni se trata de lo que se trataba.
¿Qué sigue? Los panistas tienen que pensar en su futuro ya no como ese partido de la “brega de eternidad” y del pensamiento gomezmoriniano —que ni lo leen ni les sirve—, sino como una opción actualizada. Hay que admitir que posiblemente ya cumplió con la función para la que fue creado. El PAN fue concebido como una escuela de civismo, una formadora de ciudadanos que impulsaran, establecieran y defendieran la democracia en México. “Místicos del voto”, les decían a manera de burla su antagonista priistas. Ese cometido llegó a su fin en el año 2000. No es extraño que fuera el PAN el partido que ganara las primeras elecciones por la oposición. No es extraño que la decadencia del PAN haya comenzado con su llegada al poder. Suele suceder. Pasa hasta en los mejores partidos.
El PAN ha vivido pleitos fuertes en sus filas, divisiones y cambios de rumbo. No veo por qué los actuales dirigentes no vean un giro que deba dar el partido. Quizá abiertamente a la derecha o concebirse como una plataforma electoral que sea de utilidad para los opositores ciudadanos que quieran participar. Ya se hizo en el pasado y no sería novedad. La primera candidatura presidencial se le ofreció a don Luis Cabrera, que no era militante.
La decadencia del partido se puede apreciar en la batalla política de este año, que ha consistido en que se incluya a una de sus militantes en algunos eventos y fotos oficiales. La sola presencia los lleva a decir que eso representa la pluralidad mexicana. Más bien es reflejo de la puerilidad panista: su pleito por un puesto, por salir en la tele. Es la norma panista de los últimos años: la rebatinga por los cargos. El panismo actual no heredó las virtudes que tuvo en el pasado, pero curiosamente adquirió los vicios de sus adversarios.
El PAN ya dio lo que tenía que dar. Es momento de que le den la vuelta. Su lugar en las encuestas es muy penoso; su imagen es borrosa y gris. La actual dirigencia tiene un reto muy difícil que es la de quitarse ese fantasma del PAN viejo y poderoso y hacer algo nuevo, por lo menos distinto. Quedar como va, una institución que vive de los despojos que le avientan no parece ser muy meritorio ni un buen proyecto, pero sí conduce al abismo.
Cuando conoció la nueva sede panista –durante decenios las instalaciones fueron una casa de tamaño mediano—, Castillo Peraza vio el tamaño del edificio y comentó: “a ver si esta nueva casa no termina siendo mausoleo”. Todo parece indicar que tenía razón.
@juanizavala
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