“Trabajar horas extra también es apoyar al sistema y a la 4T”: los maestros mexicanos que sostienen el plantón
El magisterio de la CNTE cumple 20 días de huelga. Cinco educadores de distintos Estados relatan a EL PAÍS el origen de su vocación y sus razones para protestar


En el Zócalo de Ciudad de México no queda rastro de la tromba de agua que el día anterior inundó la ciudad y colapsó el transporte. En la plaza pública más grande de México, también de América Latina, la vida avanza indiferente y al mismo ritmo y rutina que en los últimos 20 días, cuando los maestros mexicanos instalaron sus tiendas de campaña y su huelga nacional. De todo el territorio han desembarcado con sus ollas de comida, sus tenis mojados y un propósito fijo: devolver las pensiones al ámbito público.
Van camino de las tres semanas, y al forcejeo con las autoridades, que han respetado las protestas, se suman las miradas desconfiadas de los capitalinos, que ven sus actividades interrumpidas a cada rato como consecuencia del plantón. El cansancio hace mella, pero no les importa. De Oaxaca, Guerrero, Zacatecas y Ciudad de México han llegado Juana, Rafael, Gerardo y Ashanti con su mochila de víveres y sus experiencias: una jubilada desde hace años, otro a punto de hacerlo y el otro par con ese horizonte aún lejano. También está quien les apoya en la distancia, como Eliseo, oaxaqueño retirado cuyos 70 años le han impedido acampar. Las razones de todos son, sin embargo, las mismas, y Juana las resume así: “Para poder defender los derechos de los demás, tienes que defender primero los tuyos”.
Su batalla está en la ley del ISSSTE de 2007, que la propia presidenta, Claudia Sheinbaum, rechaza, pero para cuya derogación dice no tener presupuesto. Esta norma sustituyó el sistema de pensiones solidarias e intergeneracionales por uno de cuentas individuales gestionadas por las administradoras privadas o afores, que utilizan ese dinero ―7,2 billones de pesos― para sus actividades habituales, sujetas a fluctuaciones de la bolsa que pueden llegar a afectar a los ahorros de los trabajadores, entre otras cosas. Quienes estaban en activo cuando entró en vigor pudieron acogerse al sistema anterior, pero los nuevos fueron registrados automáticamente bajo el nuevo régimen, y ahora piden regresar al sistema previo.
La mandataria ha ofrecido a cambio propuestas que no suponen un gasto tan grande, como completar los retiros con el fondo de pensiones para el bienestar hasta alcanzar el salario medio del IMSSS (17.000 pesos), pero ninguna satisface la demanda central de un magisterio que se mantiene, todavía, en pie de guerra. En el camino, algunos desencuentros han llevado a la presidenta a comparar a los maestros con la derecha, pero el sindicato izquierdista se revuelve contra eso.
Gerardo Pérez (51 años, Zacatecas): “En la privada se multiplica el sueldo, pero uno cree que hay que trabajar para la sociedad”

Gerardo no siempre quiso ser maestro. A él le gustaba la tecnología, pero aprendió cosas que eran útiles para las escuelas y lo llamaron para que enseñara computación en una Normal. Años después entró en la Universidad para formarse en Educación y ahí la cosa fue distinta. “Me enamoré de la docencia. Eso fue lo que me cambió la vida”, cuenta el profesor, que ingresó al magisterio en 2007: “Poder desarrollar en los jóvenes el pensamiento crítico, darles herramientas para la vida en sociedad, no solo los contenidos”.
Este maestro no solo se enamoró del oficio, también abandonó las críticas que él mismo había tenido cuando había visto a los trabajadores protestar. “Hay que estar en los dos lados para entender”, reconoce. Gerardo da clase a 300 alumnos y cobra 5.500 pesos a la quincena. Esto le suma algo menos de 600 dólares al mes con los que, junto a su mujer, sostiene a sus tres hijas. “La mayoría de los compañeros que conozco, incluso yo, hacemos actividades adicionales”, asegura. Él hace piñatas con su esposa, encuaderna libros y repara computadoras, “todo trabajos itinerantes”, y con eso alcanza los 8.000 pesos. “Yo hacía el análisis. El salario mínimo ahorita anda en 280 pesos [por día]. Si lo divido por horas y alumnos, me sale a un peso por alumno. Y mis alumnos me dicen: ‘No, maestro, yo cuesto cinco, pida cinco’”, bromea, consciente de la gravedad de fondo.
Hace unos días, subió su currículum a una plataforma de empleo para trabajar en un hotel diseñando programas de capacitación por el que pagaban 25.000 pesos al mes. “El mismo perfil, en una universidad [pública], era de 2.000 pesos”, incide: “Lo privado ofrece más, pero como uno tiene su creencia de que hay que trabajar para la sociedad, entonces ni modo, es el precio a pagar”. A Gerardo no se le agotan los matices cuando habla de las pensiones. “Ya son 18 años de esa reforma y la sociedad cambió. Quizás haya que combinar lo mejor de cada programa”, dice. Mientras eso llega, sigue en la lucha, porque eso le “hermana con los otros”: “Es una bonita experiencia cuando te involucras en lo colaborativo”.
Juana López (63 años, Oaxaca): “Nunca quise trabajar en una escuela que lo tuviera todo, ahí hay poco que hacer”

Nueve años hace que Juana se jubiló. Era 2016 y llevaba 30 como maestra en una zona rural de Oaxaca, una vocación que le vino de chiquita, viendo a sus padres, también profesores, trabajar. Hay quien le pregunta qué hace a esas alturas protestando en el Zócalo, si ya tiene su pensión —19.000 pesos al mes—, pero para esta mujer menuda la cosa es clara: “No estamos aquí nada más por nosotros, estamos porque atrás tengo alumnos a los que les dije: defiendan sus derechos”.
En ellos piensa también cuando recuerda sus comienzos, con 21 años. “Un maestro no nada más se presenta en el aula. También hace de psicólogo, de médico, de trabajador social…”, enumera. En su región, las labores eran múltiples: “Hay niños que llegan tarde a la escuela y uno se pregunta por qué. Y no es porque sean flojos. Muchos ayudan a sus papás en el campo de las cuatro de la mañana a las ocho. Y llegan corriendo a la escuela sin desayunar”. “El niño que no tiene nada en el estómago no aprende igual”, concluye. Pero a sus alumnos no solo les faltaba, a veces, algo en el estómago: también material o ropa, cosas que sufragaban entre los maestros con su propio sueldo. “Nunca me gustó trabajar en una escuela que ya tuviera todo, porque pues ahí hay poco que hacer”, dice.
La ley del ISSSTE le afectó poco en lo personal, pudo jubilarse cuando tenía previsto, “pero a la gran mayoría, sí”, dice. “Se protestó en su momento, pero teníamos todo en contra”, recuerda de la represión de los Ejecutivos anteriores, algo en lo que Sheinbaum no ha caído. Aun así, también para ella hay un mensaje. “Nos están diciendo que estamos en contra de la Cuarta Transformación. No, al contrario. La estamos apoyando, trabajando. Hay quienes están trabajando sin cobrar, o que trabajan más horas de las que se les paga. Eso es apoyar al sistema. Eso es apoyar ahorita la Cuarta Transformación”, se reafirma. A esta mujer, que ha llegado del sur con su rodilla operada, le restan fuerzas para ella y para sus compañeros.
Rafael Rodríguez (63 años, Guerrero): “Lo traigo de nacimiento: luchar toda la vida hasta el último momento”

Con 65 años y 45 de servicio cumplido, Rafael hace tiempo que podría estar jubilado, pero se resiste a hacerlo. “Le tomé el sabor”, se justifica risueño, “por amor a los niños y al trabajo”. Son ellos también quienes le piden que siga: “Eso da ánimo”. Aunque de niño quería ser aviador o informático, enseguida nació su vocación de maestro, legado de uno de los profesores que tuvo en la infancia y al que admiraba profundamente. “En aquel tiempo la gente del pueblo casi no sabía leer ni escribir. Vi que ser maestro cumplía un papel muy importante”, rememora. En la zona guerrerense de la que viene, son figuras que desempeñan una labor muy amplia. “Lo haces por compromiso, como un servicio a la comunidad, porque nosotros somos parte de los pueblos”, recalca.
Es un quid pro quo. Los papás de sus alumnos apoyan el plantón, dice, “porque saben que cuando regresemos, los maestros se quedarán a la salida [de clase] con los niños rezagados”. Las horas extra se pagan con comprensión. Han aprendido mucho, en cualquier caso, de la pandemia. Les han dejado tarea para que avancen y ya saben cómo hacer la evaluación. “Cada maestro tuvo que diseñar estrategias de cómo mandar actividades y cómo recibir evidencias a través de WhatsApp. Eso se quedó como un aprendizaje para nosotros también”, valora.
Aunque a este director de escuela —8.000 pesos la quincena— le está costando más lidiar con la lluvia que a sus compañeros de Oaxaca, son todo cosas menores, dice: los años de la represión ya pasaron, y también ellos han cambiado: “Cuando ingresé en los 80, estábamos una semana, dos, tres, hasta un mes. Y regresábamos bien delgaditos, porque aquí no come uno como en casa”, ríe. Ahora se toman el relevo para enfrentar el desgaste, aunque no parece que haya muchas cosas que logren cansar a este hombre: “Pienso que lo traigo de nacimiento, luchar toda la vida hasta el último momento”.
Ashanti Albarrán (44 años, Ciudad de México): “Podemos cambiar muchas cosas en los niños. Me gusta contagiar eso a mis maestros”

Ashanti siempre lo tuvo claro, aunque estudiara Teatro. “Toda la vida quise ser educadora. Jugaba a ser maestra, vengo de una familia de maestros, y hasta la fecha me sigue gustando”, se entusiasma. Lleva 22 años cumpliendo ese sueño y desde hace nueve es directora de una escuela en Iztapalapa, el sur humilde de Ciudad de México. Lo que más le gusta es ver la evolución de los niños: “Cómo entran, cómo terminan, cómo puedes hacer que ese desarrollo sea lo mejor posible”. “Me gusta contagiar eso a mis maestros. Sabemos que podemos cambiar muchas cosas en los niños, porque muchos sufren cosas en casa”, vuelve a entusiasmarse. Los ojos negros de esta maestra brillan al final de cada frase.
La reforma de la ley del ISSSTE le pasó de largo. “Nunca había investigado bien, pero ahora ves la realidad”, dice. Empezó a hacerlo hace un año, cuando comenzaron los paros. “Eché cuentas y tenía el sueldo de un año, año y medio”, dice en referencia a su cuenta individual en la afore. Como directora, cobra unos 11.000 pesos a la quincena.
El sueldo le ha incrementado poco, pero la capital aumenta a marchas forzadas el nivel de vida necesario para vivir en ella. “Tienes que estirar [el salario] o endeudarte. Estoy pensando en mudarme. No quiero esa calidad de vida”, dice Ashanti, que contempla Colima o Morelos como alternativas tranquilas y viables para el trabajo de su marido y los estudios de su hijo.
En Ciudad de México muy pocas escuelas han secundado el plantón, a diferencia de lo que ocurre en otros Estados. “Necesitamos la energía de los demás para que se contagie también aquí”, remacha Ashanti, que ha arribado al Zócalo con su plantel completo de profesoras.
Eliseo García (70 años, Oaxaca): “En el momento de decidir [las pensiones], nadie sabía nada. Lo hicimos al albur”

En la casa de Eliseo apenas había recursos para comer bien, “menos aún para la escuela”. Se pasó la infancia de internado en internado, y en ese ir y venir acabó enamorado del estudio. Aunque primero se hizo electricista, sus excelentes calificaciones lo llevaron a ingresar al magisterio como bibliotecario —”ese trabajo me encantó porque estaba rodeado de libros”—. Siguió estudiando en las vacaciones, hasta que se licenció en Ciencias Naturales, y finalmente se convirtió en maestro allá por 1975.
Para cuando se aprobó la ley que hoy concentra todas las batallas, él ya llevaba más de 30 años trabajados, y le tocó de lleno. “Un maestro casi no se mete en estas cuestiones. Atiende sus clases, la planeación, pero no eso”, recuerda por teléfono: “No había información, lo desconocíamos todo”. A los que, como él, estaban entonces en activo, les dieron la posibilidad de quedarse en el régimen anterior o pasar al nuevo, y él fue de los pocos que pasó, inocente, al nuevo. “Lo hicimos al albur, en un volado, sin saber que estaba arriesgando un futuro económico para mí muy importante”, reconstruye: “El dinero que tienes un mes, de repente, en los dos meses siguientes, está casi a la mitad. Y tú dices, bueno, ¿qué pasa? ¿Y el dinero dónde está?”. “Fluctuaciones en la banca”, es la respuesta.
A Eliseo no le fue tan mal, cuenta, porque su sueldo de director era mayor que el de otros compañeros y porque la desconfianza le hizo retirar gran parte de sus ahorros cuando decidió jubilarse. Dejó solamente una pequeña parte de la que le fueron dando su renta vitalicia, unos 8.000 pesos mensuales, y el resto lo invirtió en proyectos personales. Aunque la edad y los achaques le han impedido desplazarse, mentalmente está en el plantón del Zócalo de la capital: ”Me tocó la peor parte de las movilizaciones. En varias ocasiones fuimos reprimidos por los anteriores Gobiernos”. Ahora las vive a través de su “chamaco”, maestro como él, aguerrido como él, al que siempre le repite: “Qué bueno que ya las viviste. Es parte del movimiento que tiene uno que batallar para lograr el propósito”.
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