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Verano y natación: ¿qué deben saber los padres para iniciar a sus hijos en esta beneficiosa práctica de forma segura?

Nadar mejora el bienestar del menor a nivel mental, físico y social. Se recomienda, siempre con el acompañamiento de los padres, comenzar con esta actividad entre los tres y los seis meses

Nadar ayuda a desarrollar habilidades sociales como la cooperación y la empatía, y mejora la autoestima.
Ana M. Longo

Ya están aquí las vacaciones de verano y una de las actividades que más disfrutan los pequeños es de pasar tiempo en el mar y en las piscinas tanto públicas como privadas. Los expertos señalan que la época estival favorece el vínculo entre el niño y el agua, pero hay que estar preparados, conocer los aportes de la natación y entender cuándo es el mejor momento para aprender y de qué modo. Los resultados del estudio Natación en niños: Beneficios científicos para un desarrollo acuático temprano (2024) apoyan la eficacia de la natación y las actividades acuáticas para promover el desarrollo físico, psicológico y psicomotor, y en materia de salud mental. Y Rafa Soriano, experto en técnica de natación y biomecánica, fundador y director de Natación Eficiente y entrenador del método Total Immersion (enfoque que prioriza la técnica para alcanzar mejores y más rápidos resultados), aclara que la adaptación al medio acuático se puede iniciar en los primeros meses de vida del bebé.

El experto sostiene que en esa etapa lo más recomendable es fomentar la familiaridad con el agua (en casa, en la bañera) y asociarla con experiencias placenteras a través de juegos y estímulos sensoriales. “Para aprender a manipular correctamente al bebé y potenciar sus habilidades acuáticas innatas, recomiendo el libro ¡Al agua, patos!, de Lauren Heston (RBA Integral, 2000)”, asegura.

Soriano aconseja empezar a nadar en la piscina, con el acompañamiento de los padres, entre los tres y los seis meses, cuando el bebé ya ha recibido sus primeras vacunas, tiene un sistema inmunológico más maduro y un mejor control de la cabeza. Señala que, si la piscina está especialmente acondicionada para bebés con una temperatura del agua por encima de los 32 °C, se puede empezar antes, siempre bajo la guía de un profesional cualificado.

“A partir de los tres o cuatro años, si el niño se siente cómodo en el agua es un excelente momento para empezar a desarrollar habilidades acuáticas de forma más estructurada”, prosigue Soriano. “Se trata de respetar su ritmo y, sobre todo, enseñar desde la calma, evitando el miedo y el esfuerzo innecesario”, confirma. El experto agrega que el miedo al agua significa que el menor necesita un acompañamiento emocional adecuado: “No hay que forzar al menor a meterse en la piscina o la playa porque esta acción puede dejar una huella negativa que dificulte su relación con el agua durante años”.

El verano es una gran oportunidad para fortalecer el vínculo con el agua. No obstante, también una de las épocas de mayor riesgo. Para Soriano, las familias no deben olvidar estas cuatro cuestiones:

  1. Nunca se debe dejar a un niño sin supervisión directa, aunque ya “se defienda” nadando.
  2. Siempre es más acertado practicar en entornos seguros y de poca profundidad, antes que usar flotadores como los manguitos, que alteran la posición corporal y generan una falsa sensación de seguridad.
  3. Los cursillos intensivos pueden ser una excelente alternativa. Al realizarse varios días seguidos, el niño consolida lo aprendido sin largas pausas entre sesiones.
  4. Que disfruten. Aprendemos más y mejor cuando hay juego, risas y momentos positivos compartidos. La natación debe vivirse como una experiencia placentera, no como una obligación.

La fisioterapeuta María Silvana Olivares tiene muy claro que iniciar la actividad física en edades tempranas es algo positivo y necesario, ya que contribuye al adecuado desarrollo del sistema musculoesquelético, mejora la salud cardiovascular, fortalece el sistema inmunológico y favorece el desarrollo motor y cognitivo. Asimismo, resalta que ayuda a prevenir la obesidad infantil y otros problemas de salud asociados, como la diabetes tipo 2.

Silvana subraya que, por lo general, los adultos entienden el ejercicio como una sesión corta (unos 50 minutos al día), seguida de una jornada mayoritariamente sedentaria. Sin embargo, expone que, para que un niño tenga un desarrollo saludable, la actividad física debe estar presente durante prácticamente todo el día, en varias dosis que incluyan trabajo aeróbico, de fuerza, de agilidad y coordinación, dejando a un lado el sedentarismo y el uso excesivo de pantallas.

“Los niños que practican natación desde pequeños pueden presentar ventajas en el desarrollo cognitivo, motor y social, gracias al ambiente estructurado y multisensorial que brinda al desarrollo neurológico”, sostiene Laura Álvarez, pediatra y directora médica de Clínica La pediatra Laura en Vila-real. Algunos estudios destacan una mejora del coeficiente intelectual a la vez que de capacidad física tras una intervención de natación ocho semanas e incluso otros refieren mejoría en síntomas de inatención e hiperactividad presentes en el TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad), pero Álvarez advierte que hace falta más investigación para corroborarlo: “Nadar ayuda a desarrollar habilidades sociales como la cooperación, empatía… y mejora la autoestima, ya que los pequeños logros generan confianza”.

 La natación requiere de una respiración profunda y controlada que tiene un efecto similar al de técnicas de relajación.

La experta confirma que también se puede hablar de mejoras en el rendimiento escolar y los patrones de sueño. Estos se deberían principalmente a la actividad física genera una disminución del estrés. “La natación requiere de una respiración profunda y controlada que tiene un efecto similar al de técnicas de relajación y el gasto energético ayuda a una fatiga física que predispone al cuerpo a conciliar el sueño más rápidamente”, comenta.

En lo emocional, Stefania Silberhorn, psicóloga infanto-juvenil, explica que nadar ayuda a regular las emociones: “A través de la práctica de este deporte, que en verano sirve de una grata rutina, se producen y liberan neurotransmisores como la dopamina, la serotonina o endorfinas, cuyo efecto es reducir el estrés y mejorar el estado de ánimo”.

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Sobre la firma

Ana M. Longo
Licenciada en Pedagogía por la Universidad de Santiago de Compostela, redactora colaboradora en medios como EL PAÍS (Mamás & Papás), 'La Vanguardia' o elDiario.es, entre otros, y autora de dos libros sobre maternidad y tres cuentos para niños.
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