En busca de gigantes por la Ruta Costera de la Calzada
Un viaje de Belfast a Derry/LondonDerry por el litoral más septentrional de Irlanda del Norte en busca de los castillos, acantilados, playas y pueblos que definen el paisaje y el carácter de la isla esmeralda


Castillos, acantilados, pueblos pintorescos, prados verdes y mullidos donde triscan miles de ovejitas, cerveza Guinness en los pubs… Irlanda del Norte es mucho más que Belfast, sus murales y el museo del Titanic. Las zonas rurales de la parte de la conocida como la isla esmeralda, que políticamente pertenece al Reino Unido, es un compendio de todas las postales que podamos haber idealizado en torno al topónimo Irlanda.
Y una buena manera de descubrirlo es a través de la Ruta Costera de la Calzada, una serie de pequeñas y estrechas carreteras pegadas a la costa que recorren la fachada marítima este y norte de la isla, entre Belfast y Derry/Londonderry. Una oportunidad para descubrir por tu cuenta uno de los itinerarios más recomendables del Ulster, aunque haya que conducir por la izquierda (tranquilos: a la segunda rotonda ya te has acostumbrado). La ruta tiene entre 160 y 190 kilómetros, según por donde se vaya, y está perfectamente señalizada con unos carteles metálicos con el rótulo “Causeway Coastal Route”.
De Belfast se sale por la Shore Road hacia el castillo de Carrickfergus, que lleva más de 800 años en ese promontorio costero, protegiendo la entrada al Belfast Lough —una entrada de mar situada en la desembocadura del río Lagan, en la costa este de Irlanda del Norte—. La primera fortaleza la pusieron aquí los caballeros anglonormandos que en el siglo XII invadieron Irlanda para anexionarla a Inglaterra. Desde entonces, el castillo fue creciendo en tamaño e importancia y estuvo ocupado por una guarnición militar hasta 1928. Hoy es un museo histórico, con una importante colección de cañones de los siglos XVII al XIX.
La siguiente parada es en el pueblito de Whitehead, que con sus casitas de colores es de los más pintorescos de la ruta. Desde el aparcamiento disuasorio de la entrada nace el Blackhead Coastal Path Walk, un sendero lineal de unos cuatro kilómetros pegado a la costa que pasa por praderas y bosques y sube finalmente hasta el faro de Blackhead, un espolón de roca majestuoso desde donde disfrutar de las primeras vistas panorámicas de esta costa tan salvaje.

Desde el faro hasta el castillo de Glenarm hay unos 40 minutos de coche. Glenarm es una las estructuras palaciegas más antiguas de Irlanda y es la residencia oficial de la familia McDonnell, condes de Antrim desde 1636, aunque desde cuatro siglos antes ya hubo en este lugar una torre fortificada. El palacio no se visita —excepto en tours guiados en contadas ocasiones—, pero sí los cuidadísimos jardines que lo rodean, una maravilla simétrica llena de flores y arbustos, además del bosque de la propiedad. Hay también una casa de té con productos locales donde comer algo, una tienda y zonas de pícnic y juegos donde las familias van a pasar el día.
Hasta este punto, la ruta discurre pegada al mar, pero por una costa baja e intensamente humanizada. Conforme se avanza hacia el norte, el litoral se va encrespando y el paisaje se va volviendo más agreste y solitario. El punto de inflexión es Torr Head, una península al norte de la pintoresca y turística localidad de Cushendun, rodeada de uno de los parajes más bucólicos y verdes del viaje. La Irlanda que siempre habías imaginado, resumida en un mismo encuadre. Se puede llegar en coche hasta el peñón final de la península y desde allí subir por un empinado, pero corto, sendero hasta la cima, bastante afectada por las ruinas de una casa que está totalmente destrozada. Una pena, porque el entorno es espectacular: enormes acantilados cuando se mira hacia el norte, prados suaves y cuadriculados por muros de piedra que van a morir al mar hacia el sur y el oeste y en los que pastan ovejas lanudas, con alguna casita blanca pespunteando el decorado. Y el rugido del mar, abajo. Un sitio donde quedarse horas y horas disfrutando y dejándose envolver por la naturaleza más prístina (siempre que no se mire a la casa en ruinas, claro).

A quien no esté muy puesto en geografía o no lleve abierto el Google Maps le puede extrañar ver tierra firme frente a Torr Head: son las costas de Escocia. Estamos en pleno canal del Norte, conocido también como los estrechos de Moyle, una zona marina de apenas 25 kilómetros de anchura que separa la parte oriental de Irlanda del Norte con la occidental de Gran Bretaña.
Duermo en Ballycastle, una agradable población pesquera y de veraneo, para a la mañana siguiente muy temprano tomar el ferri que va a la isla de Rathlin, la única habitada de Irlanda del Norte. El barco tarda entre 30 y 40 minutos y deja en la pequeña población de este territorio barrido por los vientos, donde hay un montón de senderos para caminar. Aunque a Rathlin se va, sobre todo, para visitar el West Light Seabird Centre, un observatorio construido sobre tremendos acantilados donde anidan miles y miles de aves marinas —frailecillos, alcas, araos, gaviotas, petreles—. Hay dos pequeños buses que por 12 libras (14 euros, al cambio actual) llevan ida y vuelta desde el puerto hasta el extremo de la isla, donde está el centro de observación de aves. Añade a tu equipo un trípode y un buen teleobjetivo si quieres obtener imágenes interesantes de los pájaros marinos.
A partir de aquí, la costa de Irlanda del Norte se convierte ya en un puro acantilado, poderoso, salvaje y bello. Hay varios aparcamientos con miradores para disfrutarlos. Uno de ellos está justo antes del puente colgante Carrick-a-rede, una de las mayores atracciones turísticas de la ruta, aunque sinceramente no es para tanto. Se trata de una pasarela de cuerda, reproducción de la que los pescadores de salmón construyeron en 1755 para acceder a las redes que ponían en una isla cercana. Las colas para cruzarlo en temporada alta son enormes, pero el entorno, más allá del vado, es soberbio y justifica la visita.

Y llegamos así al punto álgido de la Causeway Coastal Route: la Calzada del Gigante, el lugar más visitado de Irlanda del Norte, después del museo del Titanic. Esta área está a cinco kilómetros de Bushmill y es uno de los mayores conjuntos conocidos de columnas basálticas. La leyenda dice que la creó un gigante irlandés, de nombre Finn McCool, para cruzar a Escocia en busca de pelea con otro gigante que habitaba allí. La realidad, menos poética pero más científica, es que estas columnas de basalto se formaron hace entre 50 y 60 millones de años por la intensa actividad volcánica en la región. La lava fundida, al enfriarse de manera rápida, cristaliza en columnas poligonales, un fenómeno del que hay muchos ejemplos a lo largo del globo terráqueo. Aquí, en la Calzada del Gigante, se pueden ver hasta 40.000 columnas de basalto entrelazadas, la mayoría con una sorprendente forma hexagonal, aunque también las hay con cuatro, cinco, siete y hasta ocho lados. Forman escalones que se extienden desde el pie de los acantilados y se sumergen en el mar. Las más altas alcanzan los 12 metros de altura. Existen tres senderos señalizados. El más corto, el azul, lleva desde la entrada al núcleo más denso de columnas y es el que hace el 90% de los visitantes. El sendero rojo y el amarillo, más largos, llevan a media ladera para poder ver el espectáculo natural desde otra perspectiva.
La entrada al monumento natural es gratuita y está abierta siempre. Lo que sí es de pago (15 libras; 17,58 euros) es el Centro de Visitantes que hay junto al acceso. La entrada incluye el uso de una audioguía con 11 idiomas, poder apuntarte a una visita guiada (solo en inglés), acceso a la exposición, a la tienda y a los únicos baños. Y da derecho también al uso del parking junto a la entrada. Hay otros aparcamientos cercanos, que cuestan 10 libras (11,72 euros). Verás también un hotel junto al Centro de Visitantes, útil si se quiere entrar al monumento muy temprano, antes de que lleguen los autobuses cargados de turistas, pero sin darse el madrugón.

La carretera A2 continúa ya en paralelo a toda esta costa septentrional en el que, para mí, es el tramo más interesante de la ruta. Se pasa por las ruinas del castillo de Dunluce, que con sus muros arruinados al borde de un enorme acantilado forma una estampa digna de un daguerrotipo decimonónico. Se pasa también por varios aparcamientos debidamente señalizados con miradores muy elevados sobre la costa, como el de Magheracross Viewpoint. También por playas enormes que en la bajamar forman desiertos de arena, como la playa de Whiterocks o la de Downhill Strand. Y por pueblos veraniegos con ambiente de tabernas y pubs en sus puertos, donde sentarse a degustar una buena cerveza y un fish and chips mientras se escucha el graznido de las gaviotas.

Y se llega por fin a Derry/LondonDerry, la ciudad más bonita de Irlanda del Norte y la única completamente amurallada que queda en la isla esmeralda. El paseo de ronda por encima del kilómetro y medio de cerca de piedra ofrece una vista estupenda de la ciudad del siglo XVII y sus casas solariegas e iglesias. El puente de la Paz, un enlace para bicicletas y peatones que conecta el centro de la ciudad y Ebrington Square, fue construido en 2011. Hasta entonces no había vado que uniera por este lugar las dos riberas del río Foyle, que separaba los barrios católicos de los protestantes. Derry/Londonderry es, sin duda, un final perfecto para esta ruta costera por los paisajes más bucólicos de Irlanda del Norte.

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