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Sarkozy ajusta cuentas con el sistema en su nuevo libro y bendice a la ultraderecha

El expresidente francés publica una obra sobre sus tres semanas en la cárcel en el que pide romper el cordón sanitario al partido de Le Pen “porque no constituye ningún peligro para la República”, critica a Macron y se compara con Alfred Dreyfus

Daniel Verdú

Nicolas Sarkozy es hoy un fenómeno literario, y lo sabía su editor el día que entró en la cárcel. Un mes exacto después de ser liberado y de haber pasado solo tres semanas entre rejas, el expresidente francés ha publicado Diario de un prisionero (Fayard), un libro sobre su fugaz periplo penitenciario que ya es otro superventas. “Número 1 en todas las categorías antes de salir”, celebraba este miércoles el propio autor ante el éxito de su título número 13, un ajuste de cuentas con el sistema y una bendición a la ultraderecha francesa. Si fuera por él, cuenta en su particular retrato carcelario, habría que terminar con el “cinturón sanitario”. El Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen “no es un peligro para la República”, escribe.

El libro lo forman 212 páginas donde el recluso 320.535 ―el número que le asignaron― desmenuza con detalle sus tres semanas de detención en la prisión de La Santé (París) rodeado de “violadores, terroristas islamistas, asesinos y narcotraficantes”. Un lugar que podía parecer un “hotel barato, excepto por la puerta blindada y las rejas”. El ex jefe del Estado, liberado el pasado 10 de noviembre después de haber sido condenado a cinco años por obtener apoyo del régimen libio de Muamar el Gadafi para financiar su campaña electoral entre 2005 y 2007, escribía a mano, en cuartillas, con un boli Bic. Su abogado las llevaba luego a la secretaria del político para que las pasara a limpio y fuera adoptando la forma de su nuevo best seller.

Sarkozy describe su entrada en prisión y el ruido ensordecedor del recinto, sobre todo por las noches. Explica cómo fue recibido de forma amenazante por otros presos. Pero también su austera y monótona vida. El expresidente se alimentaba de yogures y barritas de cereales (para que otros presos no vertieran nada en su comida), se tenía que agachar para poder afeitarse en una celda de 12 metros cuadrados, la número 11, y describe una ducha con un pequeño hilo de agua y “un colchón más duro que el del servicio militar”.

El dirigente conservador, sin embargo, no estaba solo, se reconforta en el libro. Recibió 22.000 cartas enviadas tanto por anónimos conmovidos por su situación como por figuras como el escritor Michel Houellebecq. Pero no tenía ni móvil ni tableta y muchas limitaciones para poder llamar por teléfono. Los únicos periódicos que pedía eran el conservador Le Figaro, muy cercano a su figura, y el deportivo L’Équipe. La buena noticia, explica, es que tenía CANAL+ y pudo ver desde la primera noche de su encarcelación los partidos del PSG, su equipo favorito.

El libro de Sarkozy, más allá de una simple crónica de sus días “grises” en la cárcel, es también un amargo ajuste de cuentas con parte del sistema que le condenó. Pero también un panfleto político con algunas de las ideas que sobrevuelan insistentemente a la derecha francesa, como el acercamiento que muchas voces empiezan a promover con la ultraderecha de Marine Le Pen, quien llamó al ex jefe de Estado durante su reclusión.

El expresidente, que se ve a sí mismo como una suerte de Alfred Dreyfus contemporáneo (compara las pruebas falsas que condenaron al militar judío con las informaciones del diario Mediapart que desencadenaron su caso), revela en su diario que habló por teléfono desde la prisión con Marine Le Pen, otrora feroz rival. “No compartimos las mismas ideas en cuanto a política económica, no compartimos la misma historia... y noto que aún puede haber algunas figuras problemáticas entre ellos. Pero representan a muchos franceses, respetan los resultados de las elecciones y participan en el funcionamiento de nuestra democracia”, analiza.

Además, se comprometió ante Le Pen en aquella llamada a no convocar un frente republicano en caso de elecciones legislativas anticipadas. El esposo de Carla Bruni invoca el fin “del cordón sanitario” que había promovido de forma radical su mentor y también expresidente de Francia, Jacques Chirac. “El RN no constituye ningún peligro para la República. Muchos de sus electores hoy eran los míos cuando estaba en política activa. Insultar a sus electores es insultar a los nuestros. Mi antigua formación política no está hoy en posición de fuerza. No puede ahora mismo esperar encarnar el futuro, incluso tendrá dificultades para estar en el segundo turno de las elecciones. El camino de reconstrucción será largo, pero solo puede pasar por un espíritu de reagrupamiento lo más amplio posible, sin exclusiones ni anatemas”, afirma.

El político ya había recibido este verano a Jordan Bardella, presidente del RN, avalando sin tapujos la supuesta normalización del partido de extrema derecha. Sarkozy argumenta ahora que la reconstrucción de su debilitado Partido Republicano “solo puede lograrse a través del espíritu de unidad más amplio posible”.

El cortejo de la ultraderecha a Sarkozy —todavía muy influyente en la derecha tradicional francesa y en las decisiones que toma— se hace evidente en el libro. También sus frutos. Uno de los colaboradores más próximos de Le Pen, Sébastien Chenu, escribió cartas de forma periódica al ex jefe del Estado. “El contenido era humano, sensible, personal, sin consideración política partidista”, se emociona el expresidente. “No olvidaré la sorpresa que me causó y el bienestar que me procuraron”, relata confirmando una proximidad personal hacia el entorno de Le Pen y un acercamiento en el que muchos ven la luz verde definitiva para alcanzar futuros pactos electorales entre Los Republicanos y el RN.

Sarkozy también menciona su antigua amistad con el presidente, Emmanuel Macron. Los dos hombres se reunieron en el palacio presidencial del Elíseo pocos días antes de que Sarkozy ingresara en prisión. Macron, consta en el libro, planteó preocupaciones de seguridad en la prisión de La Santé —llegó a decirle que no la podían garantizar— y ofreció trasladarlo a otra instalación, lo cual rechazó. En su lugar, se asignaron dos policías a la celda vecina para protegerlo las 24 horas.

El expresidente escribe que perdió la confianza en Macron después de que el mandatario no interviniera para evitar que le retiraran la Legión de Honor, la distinción más alta de Francia, en junio. Pero también critica la decisión política de disolver la Asamblea Nacional en junio de 2024. “Un capricho que hacía tanto daño a Francia como a su autor”. De hecho, pronosticó a Le Pen que no tardaría en producirse una nueva disolución [una hipótesis que se aleja tras la aprobación parcial del presupuesto del Estado este martes].

Sarkozy también se acercó a la religión católica de forma convencida en la cárcel. Y como se había prometido, al salir fue al santuario mariano de Lourdes, en los Pirineos franceses, con Carla Bruni. En el libro relata esa “inesperada experiencia espiritual” con el capellán del establecimiento penitenciario que le concedió la comunión el primer domingo de su detención. El político tiene previsto recibirle para comer dentro de unos días en sus oficinas de la calle de Miromesnil, en París.

“No soy un hombre violento ni un agresor. He pagado mis impuestos de forma escrupulosa. Fui durante 20 años el alcalde de una gran ciudad, Neuilly-sur-Seine, sin que nunca […] hubiera habido el más mínimo incidente. ¿Qué podría pasarme? A menos que tuviera una imaginación desbordada o una paranoia caricatural, nada. Las páginas siguientes demostrarán mi error”. Efectivamente, Sarkozy no es un asesino. Pero sobre él pesa un reguero de condenas judiciales y procesos por corrupción que hacen difícil pensar en un complot.

El 26 de noviembre, el Tribunal Supremo confirmó una pena a seis meses de cárcel por la financiación irregular de su campaña de 2012. En diciembre pasado, la misma instancia judicial también elevó a firme otra sentencia por un caso de corrupción y tráfico de influencias, por tratar de obtener favores de un alto magistrado en uno de los casos abiertos contra él. Por esa sentencia, entre febrero y mayo pasados tuvo que llevar un brazalete electrónico para controlar su arresto domiciliario. Y si las reformas que quiso implantar durante su mandato se hubieran aprobado, hoy ni siquiera estaría en la calle.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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