La tentación trumpista de Sarkozy
El expresidente francés, condenado a cinco años por la supuesta financiación de su campaña de 2007 con dinero libio, intenta reescribir los hechos apoyado por la ‘fachosfera’


Guillaume Denoix de Saint Marc tenía 26 años cuando perdió a su padre en uno de los atentados terroristas más trágicos de la historia reciente de Francia. En septiembre de 1989, un ataque con explosivos perpetrado por el régimen libio contra un vuelo comercial de la compañía francesa UTA, que debía conectar Brazzaville (Congo) con París, causó la muerte de 170 personas, entre ellas 54 ciudadanos franceses. Cuarenta años después, las imágenes difundidas esos días por los telediarios de los restos del avión, esparcidos a lo largo de kilómetros en el desierto del Ténéré, en Níger, siguen acompañando a Denoix de Saint Marc. Pero, sobre todo, persiste en él y en las familias de las víctimas, reunidas hoy en una asociación, un profundo sentimiento de injusticia y de rencor hacia Nicolas Sarkozy. El expresidente francés fue condenado en septiembre por la justicia a cinco años de cárcel por haber urdido un “pacto de corrupción” mediante el cual el dictador libio, Muamar el Gadafi, habría financiado su campaña al Elíseo en 2007 a cambio de la rehabilitación del Estado terrorista en la escena internacional y la absolución por parte de la justicia francesa de Abdallah Senoussi, autor del atentado contra el DC10 de UTA y mano derecha del Guía.
La campaña mediática de tinte complotista puesta en marcha por el clan Sarkozy tras la condena y la entrada en prisión del exlíder de la derecha gala, el pasado 21 de octubre, ha ulcerado a las víctimas, cuya indignación ha trascendido estos días en las redes sociales. Constituidas como parte civil durante el juicio, éstas denuncian un claro intento de borrar los hechos, sustituyéndolos por verdades alternativas. Las víctimas, al igual que muchos periodistas que cubrieron el juicio, sostienen que las pruebas presentadas por la Fiscalía —transferencias bancarias, testimonios clave, agendas— confirman la implicación del exmandatario. Defienden, como el sindicato de la magistratura, la seriedad de los jueces y de la presidenta del tribunal —hoy amenazada de muerte—, apoyándose en las más de 400 páginas de la resolución judicial y en 10 años de instrucción. Recuerdan además que, aunque la condena tiene un carácter histórico por ser la primera vez que un expresidente de la V República ingresa en prisión, la medida —la exécution provisoire— se aplica habitualmente en sentencias superiores a tres años y procede de una legislación que él mismo endureció con su política de mano dura. Subrayan, por otro lado, que no es la primera condena de Sarkozy ―que ha presentado un recurso de apelación―, ni el único caso judicial que aún arrastra. La decisión, de hecho, es mayoritariamente percibida por los franceses como justa e imparcial, según una reciente encuesta.
Los hechos, sin embargo, no tienen cabida en la estrategia de Sarkozy por controlar el relato mediático y recuperar su honor mancillado. Según el storytelling promovido por su entorno, el expediente judicial no contiene prueba alguna de su culpabilidad: él sería víctima de una persecución política y judicial, motivada por el deseo de venganza y de humillación de unos jueces obsesionados con hundirle. Una postura victimista que los comunicadores del expresidente han querido reforzar con una sutileza desconcertante, haciendo públicos los tres libros que el expresidente se ha llevado a la cárcel: los dos tomos de El conde de Montecristo y una biografía de Jesucristo ―El Padrino no hubiese quedado bien―. A la vez, su condena se ha presentado como un “ataque al Estado de derecho” y “a Francia en su conjunto”, un lema repetido hasta la saciedad en los medios de la fachosfera, en particular CNews, la Fox News cutre francesa donde hace unas semanas Luis de Borbón era presentado como un candidato serio para poner fin a la crisis política francesa.
Esta narrativa trumpista, como la calificó en una entrevista el portavoz de las víctimas, Denoix de Saint Marc, ha sido alegremente emulada por sus colaboradores y seguidores más fieles. Muchos de ellos no dudaron en congregarse el día de su encarcelación frente al domicilio del expresidente ―situado en la villa Montmorency, un barrio residencial cerrado de ultrarricos del muy exclusivo distrito 16 de París― al grito de “Sarko te queremos”, mientras se escuchaban insultos contra los periodistas y los jueces. Otros no tuvieron reparo en atacar la independencia de la justicia asegurando que visitarían al exmandatario en la cárcel, como Gérald Darmanin, nada menos que el actual ministro de Justicia y puro producto del sarkozismo, o recibiéndole en el Elíseo unos días antes de su entrada en prisión, como el propio presidente y primer magistrado de Francia, Emmanuel Macron.
Denoix de Saint Marc y los familiares de las víctimas del atentado aún recuerdan la traición que sintieron y cómo tuvieron que tragarse su dignidad cuando en 2007, recién elegido como presidente, Sarkozy recibió al dictador libio Muamar el Gadafi durante cinco días y con todos los honores reservados a los jefes de Estado. En esa visita a Francia ―la primera en 34 años de un Estado considerado entonces como un enemigo de Occidente―, incluso se le permitió al Guía instalar su tienda beduina en el jardín del Hotel de Marigny ―el alojamiento para los dignatarios extranjeros― donde ondeó la bandera libia y desfilaron bailarinas y cantantes, bajo la mirada atónita del personal del Elíseo y de toda la prensa. Las protestas de las víctimas del atentado de 1989 fueron ignoradas: Sarkozy se limitó a prometerles una estela funeraria en memoria de los muertos, que nunca llegó a erigirse. Casi 20 años después de aquella ofensa, las víctimas ya no están dispuestas a callar ni a que se les siga arrebatando su dignidad.
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