La semana en la que cristalizó la indignación del mundo hacia Israel por la masacre de Gaza
El arrogante discurso de Netanyahu ante una Asamblea General de la ONU casi vacía plasma el creciente aislamiento del país, con manifestaciones en la política, economía, cultura y deporte


“Aunque la advertencia de un tsunami diplomático, incluso su fecha exacta, se dio hace unos meses, Jerusalén parecía estar en shock cuando las olas arrasaron Israel esta semana”. Michael Milshtein, experto israelí en Oriente Próximo y director del Foro de Estudios Palestinos en el Centro Dayan de la Universidad de Tel Aviv, lo escribía este viernes en el diario Yediot Aharonot, al ver cómo, si no es un tsunami, al menos han llegado olas cada vez más grandes y que, al igual que en el mar, adoptan distintas formas.
La más simbólica llegó la tarde de este mismo viernes. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, lanzaba un discurso arrogante y autocomplaciente ante una Asamblea General de la ONU más vacía que llena. Cientos de diplomáticos habían abandonado la sala, en una de las mayores manifestaciones políticas de la creciente indignación global por la masacre en Gaza, poco después de que una comisión de investigación de Naciones Unidas le acusase por primera vez de genocidio en la Franja. Israel no es un Estado paria ni aislado, sobre todo por el apoyo de la —todavía— superpotencia mundial, EE UU, y de aliados en Europa que, en contraste con sus prisas para sancionar a Rusia tras la invasión de Ucrania, dudan hoy si tocar el acuerdo preferencial de comercio con Israel. Pero esta semana ha cristalizado en la política, la economía, la cultura o el deporte una sensación de indignación acumulada, a punto de cumplirse dos años de la invasión de la Franja a raíz del ataque de Hamás.
Eslovenia, por ejemplo, acaba de declarar a Netanyahu persona non grata, para “reafirmar su compromiso con el derecho internacional, los valores universales de los derechos humanos y una política exterior basada en principios y coherente”, como señaló su secretaria de Estado del Ministerio de Exteriores, Neva Grasic. Es uno de los cuatro países (con España, Noruega y Irlanda) que reconocieron al Estado de Palestina, en una oleada menor, en 2024. Su Gobierno, de centroizquierda, prohibió este jueves entrar en el país al primer ministro israelí, recordando su obligación, en cualquier caso, de arrestarlo si lo pisase: es un prófugo de la justicia internacional por presuntos crímenes de guerra y contra la humanidad en Gaza. Desde noviembre de 2024, cuando el Tribunal Penal Internacional pidió su arresto —al igual que el de su entonces ministro de Defensa, Yoav Gallant— y el de tres líderes de Hamás que Israel ha matado en los dos últimos años.
Desde la orden de arresto, Netanyahu solo ha viajado a EE UU (que no integra el tribunal) y a la Hungría de Viktor Orbán, tras asegurarse de que ningún tribunal emitiría una orden de arresto. De hecho, en una nueva plasmación del creciente arrinconamiento del Estado judío, el avión oficial de Netanyahu, Alas de Sión, dio un gran rodeo sobre el mar Mediterráneo en su ruta hacia Nueva York, para el discurso en la ONU. Evitó surcar el espacio aéreo de Francia y España por si un problema técnico obligase a un aterrizaje de emergencia. Fueron 600 kilómetros más respecto a la ruta habitual y unas 13 horas, en vez de las 10 habituales.
En sus anteriores desplazamientos a EE UU desde la orden de arresto, Alas de Sión ya había evitado el espacio aéreo de España, porque el Gobierno de Pedro Sánchez había sido claro en que la cumpliría. París, en cambio, se había mostrado ambigua. Pero un Netanyahu cada vez más enfrentado al presidente Emmanuel Macron (que acaba de reconocer al Estado palestino) también ha querido evitar Francia, y ha preferido atravesar el estrecho de Gibraltar. La Embajada de Francia en Tel Aviv aclaró que el Ejecutivo israelí había pedido a Francia autorización de sobrevuelo y que le fue concedida, pero finalmente decidió no usarla.
París ha sido, precisamente, el motor (junto con Arabia Saudí) de una conferencia para salvaguardar la solución de dos Estados, aquella que la comunidad internacional apoya sobre el papel desde hace décadas, pero se enfrenta a un reto inédito: la construcción desbocada en los asentamientos, los crecientes llamamientos en el seno del Gobierno a anexionarse al menos parte de Cisjordania (es decir, declararla formalmente parte de Israel y no un territorio pendiente de negociación) y la vehemencia de Netanyahu, día sí, día también, en aseverar que no habrá Estado palestino. “Tengo un mensaje para vosotros: no sucederá”, dijo en tono desafiante cuando comenzaron los últimos reconocimientos. Tras Portugal, se han sumado esta semana países nada menores como el Reino Unido, Francia, Canadá o Bélgica. Una decena, en total.
“Si [esta decisión] fuese inútil, sin fundamento ni repercusiones, los israelíes no le habrían prestado tanta atención”, escribía el pasado jueves el comentarista político palestino Mohammad Ayesh en el diario Al Quds. “Todo este movimiento global representa un cambio importante […] en la postura política internacional sobre lo que sucede en los territorios palestinos. Y quienes viven en países occidentales lo perciben claramente a diario”.
A algunos países les sirve para mostrar que no se quedan de brazos cruzados sin tener que abrir el verdadero melón (las sanciones); para otros, es una forma de subrayar a los palestinos que la luz al final de esta larga noche de piedra debe ser la paz y un Estado propio.
“Verdad complicada”
Netanyahu acusó a unos y otros este viernes de “promover el terrorismo” al lanzar el mensaje de que “asesinar judíos tiene premio”. El experto Milshtein alude, en cambio, a una “verdad complicada”. “Las respuestas automáticas sobre que es un premio para Hamás, motivos antisemitas y los intentos de los líderes occidentales de evitar crisis internas disfrazan una verdad complicada: la mayoría del mundo (aparte de Trump) no entiende cuál es la estrategia de Israel, además de librar guerras, particularmente en la cuestión palestina”.
El cambio de tono es palpable, incluso entre sus principales aliados. Al igual que España, el Gobierno de Italia ha mandado un buque militar para asistir a la flotilla de medio millar de activistas rumbo a Gaza. No van como escolta, ni se enfrentarán a las fuerzas israelíes, pero resulta simbólico e inusual. Giorgia Meloni, una de las gobernantes europeas más cercanas a Israel, habló en la ONU con tono de malestar y hartazgo. Israel, dijo, ha convertido su reacción al ataque de Hamás en “una guerra a gran escala que está afectando desmesuradamente a la población civil palestina” y que “ha terminado por violar las normas humanitarias, causando una masacre de civiles”. El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, ha roto un tabú en la UE al describirlo como un genocidio.
“En la ONU, Netanyahu demostró una vez más que no tiene un mensaje para el mundo ni diálogo con él”, escribía este sábado en un análisis la corresponsal diplomática del diario Haaretz, Liza Rozovsky. “Sus esperanzas, temores y esfuerzos se dirigen a un solo destino: la Casa Blanca, de la que el Gobierno de Israel se ha vuelto completamente dependiente”.
El cambio no se limita a la política. El gigante tecnológico Microsoft anunció este jueves que ha dejado de prestar ciertos de servicios de almacenamiento en la nube y de inteligencia artificial (IA) a la unidad de élite israelí que le permitían la vigilancia masiva de civiles palestinos.
La actriz estadounidense Jennifer Lawrence acaba de asegurar en el Festival de San Sebastián que “lo que está sucediendo [en Gaza] es nada menos que un genocidio”, un término que hace meses solo empleaba un puñado de intérpretes particularmente vinculados a la causa palestina, como Susan Sarandon, Mark Ruffalo o Javier Bardem. Hace dos semanas, 4.500 actores de Hollywood firmaron un manifiesto por la paz en Palestina con términos como “racismo” o “deshumanización”.
Otro campo de batalla es Eurovisión. Su organizadora, la Unión Europea de Radiodifusión, ha convocado una reunión extraordinaria para adelantar a principios de noviembre la votación sobre la participación de Israel, después de que España, Países Bajos, Irlanda, Eslovenia e Islandia hayan advertido de que se ausentarán del festival si no resulta excluido. El pasado día 18, de hecho, más de 50 eurodiputados pidieron al organismo europeo la expulsión de Israel de Eurovisión, como hizo con Rusia en 2022 tras invadir Ucrania.
En apenas dos semanas, ha cambiado el debate sobre la expulsión de la selección de fútbol israelí (inmersa en la fase de clasificación para el Mundial 2026) más sus categorías inferiores, y de los equipos del país (ahora mismo, solo el Maccabi Tel Aviv, que compite en la Liga Europa). La UEFA y la FIFA lo valoran y se lo ha pedido esta semana por carta el presidente de la federación turca, Ibrahim Haciosmanoglu. La UEFA prepara un voto en el que la mayoría de los 20 miembros del Comité Ejecutivo votarían a favor, según fuentes al tanto de la propuesta citadas por la agencia Associated Press.
Y después de que las protestas multitudinarias contra la participación del equipo Israel-Premier Tech forzasen el fin anticipado de la Vuelta Ciclista a España, el patrocinador principal, Premier Tech, está impulsando un cambio de nombre. Considera que el actual, con el nombre de un país cada vez con peor imagen, “ya no es sostenible”.
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