La estratégica colonia en Cisjordania con la que Netanyahu busca hacer imposible un Estado palestino
El proyecto israelí para dividir Cisjordania data de los años noventa, pero ningún Gobierno se había atrevido a aprobarlo, por presiones internacionales. “Este lugar es nuestro”, subrayó un eufórico primer ministro al presentarlo

Bajo un sol despiadado, Yusef Yahalín alimenta a sus cabras sobre unas lomas desérticas al este de Jerusalén. Su hogar no parece la Tierra prometida. Son, más bien, decenas de chabolas sin agua corriente, desperdigadas a ambos lados de la carretera que lleva de la ciudad al mar Muerto y a tiro de piedra de los colonos israelíes que las rodean. A su lado, hay una pintada en hebreo de, explica, hace dos semanas: nekamá, venganza. La zona se conoce en árabe como Jan El Ahmar y está en Cisjordania, el territorio que Israel ocupa militarmente desde hace más de medio siglo y que, sobre el papel, forma parte del Estado palestino que una decena de países ha comenzado ya a reconocer estos días. En los mapas estratégicos israelíes está, en cambio, dentro de los 12 kilómetros cuadrados que abarca el denominado E1, un polémico proyecto de asentamiento judío que data de los años noventa, pero que ningún Gobierno (laborista o conservador) se había atrevido a aprobar porque las cancillerías, en particular las europeas, veían con claridad su significado: dividiría Cisjordania y la aislaría de Jerusalén Este, capital natural de un eventual Estado palestino. Hasta ahora: la coalición de Netanyahu con ultranacionalistas y ultraortodoxos la aprobó este agosto. Haciendo en semanas lo que pasó décadas parado, un eufórico Benjamín Netanyahu dejó claro la semana pasada en una colonia cercana qué está realmente en juego: “Dijimos que no habrá un Estado palestino y no habrá un Estado palestino. Este lugar es nuestro”.
Israel viene promoviendo la creación de asentamientos judíos en Jerusalén Este y Cisjordania desde que las tomó en la Guerra de los Seis Días de 1967. Ha tendido a zonas que más le importaba conservar permanentemente, conectadas con la historia judía o perfectas para fracturar la continuidad del territorio palestino. Con más de 700.000 colonos hoy, ¿por qué tanta importancia a otras 3.410 viviendas?
“La clave es la ubicación. Se entiende que una gran colonia en el corazón de Cisjordania que divida el territorio en dos enclaves implica que no habrá un Estado palestino”, resume Aviv Tatarsky, veterano activista israelí de Ir Amim, una ONG pacifista centrada en Jerusalén, desde un alto junto al muro israelí de separación que permite observar la geografía de la ocupación militar.
Israel no ve E1 como el resto del mundo (un nuevo asentamiento ilegal según el derecho internacional), sino como una ampliación legal dentro de los límites territoriales de otro, Maale Adumim. Es su tercera mayor colonia en Cisjordania y una suerte de ciudad dormitorio de Jerusalén. Sus 40.000 habitantes viven allí más por el precio de la vivienda y por las subvenciones para que se muden que por argumentos bíblicos, como los que enarbola el ultranacionalismo religioso y violento que ejerce de punta de lanza del movimiento colonizador en zonas más aisladas.
Tatarsky precisa que la construcción de E1 —cuyo inicio se prevé en 2026, una vez licitado el proyecto— no solo separará, de norte a sur, Jerusalén Este del resto de Cisjordania. También, de este a oeste, ciudades clave del norte, como Ramala o Nablus, y del sur, caso de Belén o Hebrón. “Israel sabe que es muy difícil deshacer los hechos sobre el terreno”, recuerda el activista. Supondrá rodeos aún más interminables entre puestos de control y todo tipo de barreras al movimiento, como bloques de cemento, barreras elevadizas o montones de arena.
Pero, sobre todo, garantizará que solo haya un país entre el mar Mediterráneo y el río Jordán: Israel, como se jactaba Bezalel Smotrich, el ultranacionalista ministro de Finanzas al que —para poder regresar al poder en 2022— Netanyahu dio importantes prerrogativas sobre la colonización. “Enterramos de facto la idea de un Estado palestino”, a través de “acciones, y no eslóganes”, dijo Smotrich.
También él fue muy claro: “Toda la pelea durante 20 años era que cortábamos la continuidad para los árabes de norte a sur. Generamos continuidad [para los israelíes] entre Jerusalén y el mar Muerto y cortamos la continuidad para los árabes. Ese es el plan y por eso ha sido tan controvertido muchos años. Ahora, cuando veo la hipocresía de los países de Europa con la guerra de Gaza […], que nos convierten en los malos del asunto que están cometiendo un genocidio […] pienso: ¡qué delirante era que nos plegásemos tanto tiempo a la hipócrita presión política de los países europeos”.
Abajo, en la carretera, los coches se acumulan frente al puesto de control militar israelí. No es hora punta. En los retenes, en la práctica, si los soldados ven a través de la ventanilla que los ocupantes del coche parecen judíos, reciben la señal de seguir. Si parecen palestinos, depende. Solo cruzan coches con matrículas amarillas, las que permiten acceder a Jerusalén y tienen todos los colonos judíos en Cisjordania y parte de los palestinos. Los coches de palestinos con matrícula blanca o verde se han visto obligados a desviarse antes. El objetivo: carreteras lo más segregadas posible, facilitando la movilidad de los colonos a expensas de la palestina, de forma que puedan vivir en un asentamiento y, por ejemplo, llegar a Tel Aviv en coche en apenas una hora. El proyecto E1 incluye, de hecho, desplazar ese atascado control militar hasta 14 kilómetros al este de Jerusalén (un tercio de Cisjordania) y levantar una carretera que separaría ambos tráficos.
Los ocupantes de los vehículos miran, como si fuese parte del paisaje, las chabolas de Jan El Ahmar, a ambos lados de la carretera. Por poco tiempo, quizás. El Tribunal Supremo de Israel ya dio luz verde en 2018 a demolerlas y trasladar a la fuerza a sus habitantes. Es la eterna rueda: están en zona C (los dos tercios de Cisjordania sobre los que las autoridades militares israelíes tienen pleno control, en virtud de los Acuerdos de Oslo de 1993), donde toda construcción palestina es ilegal y tiene casi imposible obtener los permisos, mientras que proliferan las colonias judías.
Colonias cercanas
Yusef Yahalín camina con pasto al hombro para su ganado. Carga un poco menos porque, cuenta, un colono le robó tres cabras la semana pasada. Señala un asentamiento con una bandera israelí a apenas decenas de metros. La distancia puede recorrerse en un par de minutos.
Tiene 44 años y la existencia del plan E1 lleva llenando de interrogantes su futuro desde que era niño. Como las otras 30 de familias de su clan. “No sabemos qué será de nosotros”, claro que nos afecta“, admite. “El Gobierno israelí solo quiere judíos en esta zona. Lo muestra en sus políticas”.

Ahora, la aprobación de la construcción en sus tierras ha transformado un miedo abstracto en un contador sobre cada una de sus chabolas. Un quad conducido por un hombre encapuchado cruza de repente el poblado. Lleva la palabra “seguridad” escrita en hebreo. Sucede a diario, explica. El ruido va y viene, todo el tiempo, amenazante. Como los grafitis con la palabra venganza escrita en hebreo que pueden verse en tres sitios. La ultraderecha nacionalista israelí sabe que, ahora mismo, va marcando la agenda y va ganando.
El edificio más estable y lleno de vida es la escuela. La diseñó en 2009 una ONG italiana especializada en estructuras ecológicas. De sus muros de arcilla sobresalen los neumáticos reciclados que emplearon para aportar consistencia, decorados con lemas como “Nunca seremos arrancados de esta tierra” o dibujos de banderas palestinas o de la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén. A la entrada, una placa recuerda que catorce agencias de cooperación, entre ellas las de España y la UE, financiaron su construcción. Un mes después de su inauguración, las autoridades militares israelíes emitieron una orden de demolición.
Como, para indignación de la derecha israelí más radical, nunca se ha aplicado, los niños aprenden a pronunciar bien letras en árabe. De una viga del aula cuelgan papeles con las primeras palabras, como madre, padre, puerta o ventana. Como suele suceder, el patio es el lugar con más risas del poblado.
Su directora desde hace 13 años, Halima Zahika, no ríe. Cuadra con seriedad los turnos de la escuela, que pertenece a la red de la Autoridad Nacional Palestina y alberga a unos 180 niños de entre cinco y 15 años. No solo de Jan El Ahmar, sino también de otras cuatro comunidades, a los que recoge un autobús de ruta. “Los alumnos nos preguntan: ‘¿qué nos pasará si cierran la escuela?’ ‘¿Y si nos echan de aquí?’ ‘Si nos echan, ¿cerrará la escuela?’ ‘¿Nos construirán una nueva? Están preocupados... Y preguntan qué nos pasará a los profesores. Tratamos de calmarlos y de ocultarles que, a nosotros, todo esto también nos afecta. Les decimos que sigan estudiando y que, en el caso, Dios no lo quiera, de que nos tuviésemos que ir, no los dejaríamos sin educación”.
El responsable de la comunidad se llama Eid Yahalín. Tiene un discurso deslavazado y enfadado de quien acumula decepciones con el mundo occidental, tras tantas visitas de embajadores (sobre todo europeos) y promesas de mejora que nunca llegaron. Puede verse en las fotos que decoran las paredes de la desangelada sala en la que nos recibe, una de las más sólidas de Jan el Ahmar.
Eid Yahalín insiste en que su comunidad lleva un cuarto de siglo sometida a una “guerra económica” por parte de Israel que marca su día a día. “La prohibición de que los niños puedan venir a clase por los cierres, los robos de burros o ganado...”, enumera. “Es”, compara, “como si metes a alguien en la cárcel, no les das agua ni comida y va muriendo poco a poco”. La aprobación del plan E1, prosigue el símil, “es simplemente la bala final por caridad”.
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