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El síndrome de Guillain-Barré, una rara enfermedad paralizante que brota en Gaza por la contaminación de comida y agua

La OMS alerta de la potencial propagación de esta dolencia, de la que ya se han detectado 85 casos, tres de ellos mortales

Palestinos reciben agua potable de la mezquita Al-Shafi y la llevan a sus tiendas, mientras los continuos bombardeos israelíes han destruido la infraestructura del enclave, dejando a los residentes sin acceso a agua potable en Jan Yunis, Gaza, el 16 de agosto.

El estallido de una enfermedad rara que paraliza el cuerpo y que puede resultar mortal preocupa a los agotados equipos médicos de la franja de Gaza. El síndrome de Guillain-Barré (GBS, por sus siglas en inglés), que se produce por una infección mediante virus o bacteria, lleva el sistema inmunológico a atacar el organismo, debilitando los músculos y paralizando distintas partes del cuerpo de manera progresiva. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha detectado 85 casos en el enclave desde junio. Tres de ellos han fallecido, según el Ministerio de Sanidad gazatí.

La OMS reconoce que la causa que produce la enfermedad “no es del todo entendida”, pero se vincula con la contaminación de la comida o con el consumo agua no tratada. En Gaza, las bombas israelíes han dinamitado las redes de agua y saneamiento desde el inicio de la ofensiva, construyendo un ecosistema insalubre en el mismo territorio donde conseguir agua para beber, cocinar, limpiarse o lavar resulta un reto diario, obligando al uso de agua residual.

Ahora, los especialistas advierten de que la enfermedad se propagará mientras Israel persista en sus ataques y en su bloqueo humanitario, lo que impide corregir la contaminación y la escasez sobre el terreno. En la mayoría de casos, esta condición permite una recuperación posterior, a menudo tras un período de atención en unidades de cuidados intensivos (UCI). La enfermedad no tiene una cura oficial, pero hay tratamientos que funcionan. Según la OMS, el principal de ellos no está disponible en la Franja.

El brote supone la proliferación de otra enfermedad infecciosa en los 23 meses de contienda en el enclave, después de que los hospitales gazatíes hayan detectado también estallidos de polio, de cólera, de hepatitis A y de sarna. Antes de la actual ofensiva en Gaza, los casos de esta enfermedad paralizante se podían contar con los dedos de una mano.

Síntomas y consecuencias

La diarrea es el primer síntoma de contagio. En pocos días, la enfermedad dificulta el movimiento de las piernas, y más tarde bloquea los músculos que ayudan el cuerpo a respirar. Ese impedimento puede resultar mortal. La propagación de la parálisis también puede afectar a la frecuencia cardíaca o el habla.

El surgimiento del GBS aumenta, además, la carga a la que se ven sometidos los hospitales gazatíes. Cuando la enfermedad progresa y el cuerpo presenta dificultades para respirar, el paciente requiere la intubación de una sonda por vía nasal. Los principales centros médicos en el enclave duplican o triplican su capacidad inicial, y ya se ven saturados por la llegada masiva de muertos y heridos tras los bombardeos. Muchos centros atienden pacientes en el suelo o en los pasillos. Según la OMS, el 30% de los casos requieren de UCI y el 5% de los afectados puede morir por complicaciones derivadas de la enfermedad incluso en las mejores condiciones e infraestructuras médicas. Unas circunstancias que no se dan en Gaza.

Los perfiles más vulnerables a la enfermedad son los bebés, los niños con enfermedades preexistentes, las personas mayores y las personas con discapacidad. Todos ellos, como lamenta un doctor de emergencias del hospital gazatí Al Shifa en un reciente monográfico de Amnistía Internacional, se ven especialmente afectados por la carencia simultánea de alimentos, medicamentos, agua potable e higiene, un ecosistema que puede resultar letal cuando se suma al estado perpetuo de miedo y angustia por la ofensiva israelí.

El doctor alerta de que la propagación de esta condición se encuentra una población debilitada por la desnutrición. Las heridas, narra, tardan más de lo normal en cicatrizar, lo que aumenta las estancias hospitalarias. El médico citado por Amnistía denuncia, además, la “destrucción entrelazada de múltiples capas”, donde un hospital como Al Shifa, que ha sido invadido y destruido desde dentro en dos ocasiones por los soldados israelíes en esta guerra, debe afrontar las consecuencias de la hambruna, de los bombardeos constantes y de los desplazamientos masivos de población civil hacia lugares abarrotados e insalubres.

“Lo primero fueron las piernas”, dice Nujood Abu Ghalibeh, sentada en la cama de un hospital donde su hijo Waleed está postrado. “Luego perdió la capacidad de hablar, y después no podía tragar”, explica en un vídeo difundido por la OMS el viernes. Más tarde, recuerda, su hijo presentó dificultades para parpadear. Mantenía los ojos abiertos y derramaba lágrimas.

Tras 17 días de cuidados intensivos, Waleed ha recuperado la capacidad de respirar y algo de movimiento en las piernas, pero no se tiene en pie, come ni traga. Se alimenta a través de un tubo por la nariz, respira por un tubo en el cuello y se plantean establecerle otro en el abdomen. “La cosa que más deseo es que mi hijo hable, respire, beba y ame la vida”, dice la madre.

El 4 de agosto, el Ministerio de Sanidad gazatí confirmó las primeras tres muertes causadas por esta enfermedad. En un comunicado, el Ministerio advirtió del “peligroso aumento de los casos de parálisis flácida aguda y de GBS entre los niños de Gaza, como resultado de infecciones atípicas y del agravamiento de la desnutrición aguda”. Los análisis hechos hasta el momento, decían las autoridades médicas, confirmaban “la existencia de un entorno propicio para la propagación descontrolada de enfermedades infecciosas”. Las tres muertes anunciadas, concluía, “son una alerta de un potencial desastre infeccioso”.

“Desde el inicio de la guerra, Israel ha destruido de manera sistemática el sistema de agua y de residuos en Gaza”, denuncia desde Beirut el doctor palestino-británico Ghassan Abu Sitta en varios mensajes intercambiados con EL PAÍS. Este doctor, que ejerce como rector de la Universidad de Glasgow, ha trabajado en la Franja durante la guerra actual y durante casi todos los conflictos que han llevado Israel a actuar militarmente en el enclave en el siglo XXI. Recuerda, además, que “Israel ya bombardeó las plantas de tratamiento de aguas residuales en octubre y en noviembre de 2023”, al inicio de la ofensiva, y que las tropas ocupantes también han roto las tuberías que trasladan las aguas grises.

En paralelo, la destrucción de las casas de los palestinos los ha forzado a vivir en lugares hacinados e insalubres. Y la hambruna ha reforzado su debilitamiento, convirtiéndolos en inmunodeprimidos. “La gente que padece hambruna tiene una inmunidad menor”, explica Abu Sitta, “y todo ello ha construido un ecosistema social, físico y biológico en el que este síndrome ha estallado”.

El primer ministro Benjamín Netanyahu, que desde 2024 es un fugitivo de la justicia internacional después de que el Tribunal Penal Internacional emitiera una orden de detención contra él por posibles crímenes de guerra y contra la humanidad en Gaza, anunció el 1 de marzo el bloqueo total de comida y de todos los suministros básicos que entraban en la Franja. La decisión, que contravenía el derecho humanitario internacional, supone un castigo colectivo sobre más de dos millones de civiles desarmados.

El sitio medieval se mantuvo durante dos meses y medio. Desde mediados de mayo, Israel ha permitido la entrada intermitente y en cuentagotas de algunos productos alimentarios y de algunos suministros básicos. En cualquier caso, la suavización del bloqueo y la entrada de bienes en unas cantidades que la ONU define como irrisorias no ha impedido el avance del territorio hacia la hambruna, declarada la semana pasada por la ONU en partes de la Franja.

Tras meses de carencias, las consecuencias del bloqueo humanitario se multiplican durante las últimas semanas. Un periodo que concentra la práctica totalidad de los casos de GBS y la mayoría de las 303 muertes registradas por inanición. La gran mayoría de ellas, 238, en menos de dos meses: desde principios de julio.

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