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Guatemala
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ir para contarlo al mundo

La voz de José Rubén Zamora, periodista encarcelado, es imprescindible para consolidar la pluralidad y la ausencia de impunidad que define a las democracias. Guatemala no puede perderla

Desde la izquierda, José Rubén Zamora, Sergio Ramírez, Pepa Bueno, Carolina Robino, Martin Baron y Carmen Aristegui, el jueves en la prisión Mariscal Zavala de Guatemala, donde Zamora cumple condena.
Pepa Bueno

La fotografía que encabeza este artículo está tomada el pasado viernes 23 de mayo por la mañana en la prisión militar Mariscal Zavala, a las afueras de la capital de Guatemala. Cuando solo unas horas después la miro, creo que produce una sensación engañosa porque parecemos un grupo de amigos reunidos en un lugar al aire libre, rodeados de vegetación, en torno a un protagonista sonriente y de aspecto feliz. La verdad es que poco después de que el fotógrafo, Carlos Sebastián, tomara esas fotos, el grupo se deshizo y todos menos uno emprendimos el viaje de vuelta a la ciudad, a tomar nuestras decisiones sobre el resto del día; dónde ir, qué comer, a seguir participando en el Festival Centroamérica Cuenta, que nos ha traído para hablar de literatura y periodismo bajo la guía del escritor Sergio Ramírez.

Atrás, encerrado en una habitación pequeña y austera, con unas ventanas diminutas y muy altas, cegadas con una celosía, con un baño que muchos días solo dispone de agua en las horas de la noche, rodeado de alambradas con concertinas, privado de libertad, se quedaba el periodista José Rubén Zamora (Ciudad de Guatemala, 68 años), fundador y director de elPeriódico, diario que tuvo que cerrar en 2023 tras la detención de Zamora, el embargo de sus cuentas y la persecución de sus reporteros que obligó a algunos de ellos a exiliarse.

Zamora nos recibe bromeando sobre su pérdida de peso, con una entereza y un humor que sobrecogen al contar las torturas que sufrió en los primeros meses de prisión, con el relato torrencial de su retorcida peripecia judicial, la pasión con la que describe su trabajo periodístico y la emoción por las pérdidas personales y profesionales que acumula.

La presencia en esa cárcel de un escritor —Sergio Ramírez, Premio Cervantes, Nicaragua, exiliado— y de seis periodistas —Carlos Fernando Chamorro (director de El Confidencial, Nicaragua, exiliado); Carmen Aristegui (una de las voces periodísticas más autorizadas de México); Carolina Robino (directora de BBC Mundo, Chile), Martin Baron (exdirector de The Washington Post, Estados Unidos), Jan Martínez Ahrens (director adjunto de EL PAÍS, México) y yo misma desde España—, pretendía dar calor al compañero, pero, sobre todo, hacer lo que siempre hacemos los periodistas: ir, ver, escuchar y contar al mundo que hay un periodista que lleva más de 1.000 días encarcelado preventivamente en Guatemala tras haber dedicado toda su vida a investigar y denunciar la corrupción, los abusos de poder, las violaciones de derechos humanos; está atrapado en unos procesos judiciales sin garantías, donde no existe la presunción de inocencia, sino la presunción de culpabilidad; con jueces que deciden su excarcelación para cumplir arresto domiciliario y a los pocos meses tienen que mandarlo de nuevo a prisión por decisión de una “sala judicial superior”, una cúpula de la Fiscalía y de la justicia que acosa a su familia, a sus colaboradores, a cualquiera que ose ayudar a hacer justicia en favor de su inocencia.

No es fácil explicar lo que ocurre en Guatemala, una democracia formal que celebra sus elecciones cuando toca, pero una democracia sitiada por la concertación de poderes económicos y del narco, que tiene penetrada a la cúpula de la justicia, al ministerio público, lo que aquí llaman “el pacto de corruptos”. La fuerza de la ola iliberal que recorre el mundo se manifiesta en gobiernos autoritarios que acosan o encarcelan opositores y ciudadanos vulnerables; persiguen o ciegan la libertad de expresión y pensamiento, y desoyen o impiden las decisiones de la justicia, garante de la legalidad.

Pero en Guatemala, el movimiento iliberal va en sentido contrario. Hace casi dos años, un candidato socialdemócrata inesperado, el sociólogo y diplomático Bernardo Arévalo, ganó las elecciones con mucha precariedad parlamentaria, pero sembrando la esperanza en un pueblo que llevaba muchos años sometido a los dictados de ese “pacto de corruptos”. Año y medio después de que Arévalo asumiera el poder, el sitio a la democracia continúa y su mejor expresión es esa cárcel en la que dejamos encerrado a José Rubén Zamora tras compartir con él un par de horas de conversación gracias a que el nuevo Gobierno ha mejorado mucho las condiciones de su reclusión.

Si estamos de acuerdo con Arthur Miller en que un buen periódico es una nación hablándose a sí misma, Guatemala no puede perder una voz importante en ese diálogo imprescindible para consolidar la pluralidad y la ausencia de impunidad que define a las democracias. La pierde Guatemala y, con ella, toda Centroamérica.

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