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Las claves de la filosofía ‘heavy metal’: escepticismo, intensidad y honestidad brutal

El rock más duro también es una herramienta para canalizar la rebeldía y para recordarnos que hemos de mantenernos fieles a nosotros mismos

James Hetfield, de Metallica, durante un concierto en Neunkirchen am Brand (Alemania) en 1984
Mar Padilla

En 1987, Bruque cantó “el heavy no es violencia”. Ahora, tantos años después, algunas voces se preguntan si ese tipo de música —un ruido infernal para muchos— oculta una luminosa misión en sus entrañas.

Una cosa es verdad: a la hora de vivir, ante el desolado paisaje de dificultades, miseria y muerte sin respuesta, millones de personas encuentran sosiego en la furia de un riff guitarrero. “El metal es una transgresión existencial —explica al teléfono el sociólogo y filósofo Hartmut Rosa, autor de Cantan los ángeles, rugen los monstruos: una breve sociología del heavy metal (Ned Ediciones, 2025)—. Se mete en la oscuridad abismal, libera a los monstruos y lleva dentro un anhelo de redención. Con su música se busca de forma activa una experiencia genuina y profunda”.

Es una roca a la que agarrarse en un mar de sinsentidos. “Es más que música, es una forma de mirar el mundo con lucidez y rebeldía, de encontrar sentido y hermandad en medio del caos”, reflexiona por correo electrónico David Alayon, consultor y responsable del pódcast Heavy Mental junto con el cómico Miguel Miguel y el ingeniero Javier Recuenco. “La forma de mirar el mundo de un heavymetalero parte de una mezcla de escepticismo, intensidad y honestidad brutal. No se trata de negar la oscuridad, sino de mirarla de frente, transformarla en fuerza y convertir el dolor, la rabia o la desesperanza en algo creativo y colectivo”.

Algunos relacionan las canciones metal con el pensamiento existencialista. La periodista Flor Guzzanti escribe en la revista Rock-Art que lo que expresan “Black Sabbath o Judas Priest a través de la distorsión no es tan diferente a lo que Camus y Sartre escriben: la confrontación con el absurdo, la alienación y la libertad. Descartar el metal es descartar la filosofía hecha sonido”. Alayon coincide. “Compartimos una visión existencialista, aceptando que el mundo es duro y que lo único auténtico es mantenerte fiel a ti mismo y a tu gente”. Y viene a la cabeza la voz del recientemente fallecido Ozzy Osbourne cantando Electric funeral, que anima a no dejarse atrapar en una celda en llamas.

Para Andrés Carmona, autor de Filosofía y heavy metal (Laetoli, 2021), el universo sónico de la cultura heavy (en su vertiente protoheavy, trash, death, grunge, y también hard rock, aunque su definición y sus límites los dejamos para los puristas) es una buena herramienta de aprendizaje filosófico. “Aunque no nos demos cuenta, andamos todo el día pensando en lo bueno, en lo justo, en lo bello. No podemos no filosofar, y la música ayuda”, responde por teléfono. Carmona, profesor de Filosofía en un instituto de Ciudad Real, usa la canción Gaia, de Mägo de Oz, para dar a conocer a los alumnos a Lynn Margulis y su teoría sobre el peso de la cooperación en la evolución, y explica el concepto de la libertad utilizando Ama, ama y ensancha el alma, una canción de Extremoduro que contiene estrofas como “hay que dejar el camino social alquitranado / prefiero ser un indio que un importante abogado” (del poeta Manolo Chinato).

En un artículo en la revista Crawdaddy, William Burroughs escribió que el rock era un intento de salir de este universo muerto y sin alma y devolver al mundo su magia. Si eso es así, su vertiente más heavy busca una catarsis colectiva a través de la experiencia física. La música tiene el poder de transformar, y, en el caso del heavy, “algunas bandas actúan como unidad de resonancia que mueve al público, que quiere ser llamado en busca de contacto y transformación junto con otras personas”, según Hartmut Rosa. Porque mientras el presente y el futuro se dirige hacia las abstracciones de lo digital, en la cultura heavy el ritual físico es fundamental. Está el viaje, está el atuendo, el encuentro previo, la explosión de la música en directo vivida en comunidad, y su cálido recuerdo después al escuchar de nuevo esas mismas canciones a solas. “En un concierto se combinan sentimientos, emociones, cantar un tema con otras personas a la vez. Y también está el disco, en vinilo o en CD, la importancia de sus portadas, de sus letras… No me gustan las listas de reproducción”, se ríe el sociólogo alemán.

En la parafernalia heavy hay luz y tinieblas, hay ángeles y demonios, infiernos y cielos, hadas y monstruos, una puesta en escena alimentada por una imaginación que juega con cierta ironía romántica, que se toma las cosas medio en broma, medio en serio. Pero hay una certeza: sea en Alemania, en España, en Noruega, en Japón, en Irán, en Argentina o en Australia, para la hermandad metalhead la música es fundamental. Según un estudio del psicólogo Nico Rose —autor de Hard, heavy & happy (duro, heavy y feliz; sin traducción), un best seller en Alemania—, casi el 40% de los 6.000 encuestados estaban de acuerdo en afirmar que el metal les alejó de pensamientos oscuros, con la sensación de que “les había salvado la vida al menos una vez”.

El embrión del heavy metal está en Birmingham, uno de los epicentros de la revolución industrial inglesa (y con una riquísima tradición musical en los años sesenta del siglo pasado). Sus máximos representantes heavies a principios de los setenta, Black Sabbath —­con Ozzy Osbourne a la cabeza— o Judas Priest, venían de clase trabajadora o eran casi marginados. Y otros grupos de otros lugares como Saxon, Iron Maiden, Slayer, Anthrax o Metallica, también. Quizás por eso sus canciones son himnos contra el orden social, el control o la falta de libertad, y sus seguidores son una inmensa “comunidad de marginados voluntarios que encuentran en los riffs, los conciertos y la estética del metal una forma de pertenencia sin sumisión. Nadie te exige creer en nada, solo sentir y resistir”, según Alayon.

¿Pero acepta esa comunidad a todas las personas por igual? Hay quien considera que el universo heavy es sexista y heteronormativo hasta el paroxismo. Sin embargo, hace más de 25 años que Rob Halford, el cantante de Judas Priest —considerado el Dios del Metal— se declaró abiertamente gay, y figuras como Girlschool, Thundermother, Doro Pesch o Arch Enemy desmienten esa uniformidad macho. Pero hay trabajo por delante. Como reflexiona Guzzanti, “hoy, los colectivos feministas reclaman espacios en festivales, fanzines y plataformas en línea, afirmando que la resistencia debe ser interseccional. La supervivencia del metal depende de abrazar esta inclusividad”.

Decía Nietzsche que la vida sin música es un error, una fatiga, un exilio. Hay que seguir buscando, y a lo mejor no es mala idea hacerlo a través de la crudeza metalera. “Hay que aguantar sin miedo el baile sobre la grieta existencial: este me parece que es el logro del heavy metal”, sentencia Hartmut Rosa. Como canta AC/DC, for those about to rock (we salute you): A los que van a rockear… os saludamos.

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Sobre la firma

Mar Padilla
Periodista. Del barrio montañoso del Guinardó, de Barcelona. Estudios de Historia y Antropología. Muchos años trabajando en Médicos Sin Fronteras. Antes tuvo dos bandas de punk-rock y también fue dj. Autora del libro de no ficción 'Asalto al Banco Central’ (Libros del KO, 2023).
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