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Una transgresión existencial: la experiencia de escuchar ‘heavy metal’

El libro ‘Cantan los ángeles, rugen los monstruos’, del sociólogo alemán Hartmut Rosa, explica el trance al que se llega al escuchar a Iron Maiden, Judas Priest o Black Sabbath

La mascota de Iron Maiden, Eddie, y el líder del grupo, Steve Harris, en un concierto del grupo inglés en Mánchester el pasado 22 de junio.
Carlos Marcos

Atención, noticia bomba: el heavy metal está de moda. Sí, en 2025, en la época en la que las canciones triunfan fundamentalmente si pasan por TikTok, en la era de la música urbana, del autotune y del corte de pelo degradado a lo militar. Hace unas semanas, Black Sabbath, los reyes del género (aunque cuando ellos comenzaron -1968- aquel intenso ruido no se llamaba heavy metal), ofrecieron su último concierto arropados por bandas punteras como Metallica, Anthrax, Slayer o Pantera. Un gran número de medios, hasta los que siempre ignoraron a los autores de Paranoid, se hicieron eco. Mucho más se habló del grupo cuando solo 17 días después, el pasado 22 de julio, Ozzy Osbourne, carismático cantante del cuarteto de Birmingham, murió a los 76 años. Entonces, ya salieron a dar la cara los que nunca trataron el género con artículos llenos de lugares comunes y desconocimiento.

Este mes de julio actuó en Madrid Iron Maiden, la banda más en forma de la época dorada (los ochenta) del heavy. El grupo de Steve Harris y Bruce Dickinson apasionó a 55.000 fans sedientos de metal, muchos de ellos jóvenes. En España cada vez existen más festivales de metal: Resurrection Fest (Viveiro, Galicia), Leyendas del Rock (Villena, Alicante), Rock Fest Barcelona, Rock Imperium (Cartagena, Murcia)… Y el resto de Europa ya entra en el capítulo del delirio: Wacken (Alemania), Bloodstock (Inglaterra), Hellfest (Francia), Graspop (Bélgica), Brutal Assault (República Checa)… Todos con miles de personas pasando por taquilla y meneando la melena (el que todavía la conserve). Live Nation, la mayor promotora de conciertos del mundo, informó de que los conciertos de heavy han aumentado un 14 % en los dos últimos años. Las reproducciones de canciones de heavy en Spotify se han duplicado desde 2020, según la plataforma, y casi la mitad de los oyentes son de la Generación Z. ¿Está de moda o no está de moda? Solo con haber sobrevivido en un ecosistema musical tan hostil para ellos como el actual ya debería producir asombro.

Joey Belladonna, de Anthrax, en el estadio Villa Park de Birmingham (Inglaterra), en el concierto homenaje a Black Sabbath, el pasado 5 de julio.

Se acaba de publicar Cantan los ángeles, rugen los monstruos, un ensayo sociológico sobre el heavy metal, una especie de Fargo Rock City, de Chuck Klosterman, pero sin tantos chistes. Lo escribe el catedrático de sociología alemán Hartmut Rosa, quien ofrece datos e historias propias como para hacernos una idea de que este hombre es un heavy irredento. Rosa (qué apellido más poco heavy) ofrece afirmaciones como la que sigue: “El heavy metal trata de experiencias de trascendencia, de la percepción de un encuentro con un poder o una realidad que va más allá de uno mismo, ya sea el bien o el mal. El metal es una transgresión existencial, un rebasamiento de los límites cotidianos de la realidad, tanto hacia lo más alto como hacia lo más bajo”. La cosa pinta seria.

El heavy no se desvanece, como ocurre con otros estilos de la música pop. Solo en el anquilosado festival de Eurovisión se pueden escuchar géneros pop congelados en una época. Ojo: el heavy también dejó cadáveres en forma de subgéneros: el hair metal, el nu metal… Pero, en esencia, es un estilo que perdura. Existen muchas cosas ridículas y tópicas en el heavy, pero van cayendo algunas: prácticamente se han suprimido, menos mal, los solos de batería.

Uno de los aciertos de Cantan los ángeles, rugen los monstruos es su carácter didáctico, ya que va ofreciendo información mientras desarrolla, de forma entretenida, la sociología metalera. Muchos son datos que conocerán los iniciados, pero alumbrarán al resto. El origen del término, campo de batalla y controversia hasta hoy, el autor lo atribuye a su aparición en dos novelas del corrosivo gurú de la contracultura William S. Burroughs: Soft Machine (La máquina blanda, en España, 1961) y Nova Express (1964). La primera canción donde se menciona, afirma Rosa, es en Born To Be Wild, de Steppenwolf: “Me gusta el humo y los relámpagos. / Los truenos del heavy metal”. El tema se editó en 1969, nueve meses antes del álbum de debut de Black Sabbath. Ozzy siempre insistió en que lo suyo tenía más que ver con el blues.

En cuanto al origen social, el autor no contempla ninguna duda de que proviene de la clase trabajadora y de una época en la que este estrato apoyaba a grupos de izquierda. Ahora, como saben, no tiene por qué ser así. Solo hay que ver las imágenes de los conciertos de Saxon, Iron Maiden o Judas Priest (todas bandas inglesas) en los ochenta para identificar a chicos de barrio ataviados con chupas vaqueras, pantalones raídos y expresiones enojadas. Son los afectados por las políticas neoliberales de Margaret Thatcher.

¿Tienen algo que ver estas características de ser paria y combativo para que las bandas fueran ignoradas por las secciones de Cultura de los grandes medios de comunicación? En el ejemplo de España, Barón Rojo, Obús, Santa, Pánzer y demás así lo consideran. Con los años, apenas Motörhead y Metallica consiguieron penetrar en la modernidad, seguramente por su condición de bandas híbridas: el grupo de Lemmy Kilmister (que tocó, ojo a esto, en un festival tan poco heavy como Primavera Sound Barcelona) pisaba el punk con frecuencia y el de James Hetfield coqueteó con el rock alternativo. El que ambas bandas se desmarcaran de algunos clichés del género tipo Spinal Tap también influyó en que fueran aceptadas por públicos heterogéneos.

Otro dato revelador de un libro que puede interesar más allá de los que escuchan todos los días guitarrazos y voces agudas: que los bastiones metaleros se localizan en las zonas rurales más que en las urbes. El autor lo justifica así: las ciudades y su frenética actividad están más sujetas a los cambios de modas. Rosa afirma que los heavies no se toman su música como un “entretenimiento” y destaca de ellos el carácter “reverencial”: “Cuando un fan se encuentra en una tienda un disco de Iron Maiden en la sección de Motörhead, lo saca con cuidado y lo deja en el lugar correcto”.

Richie Faulkner y Rob Halford en el concierto de Judas Priest del festival gallego Resurrection Fest, el pasado 25 de junio.

Rosa pasa de puntillas por el drama del género, que no es otro que la falta de relevo. Los clásicos muestran buena forma y llenan recintos, pero algunos de estos músicos alcanzan los 70 años. Dentro de poco bajarán el nivel y preferirán disfrutar sin pisar los escenarios de sus últimos años de una abultada cuenta corriente conseguida con esfuerzo y talento. Y entonces, qué. Existen grupos jóvenes de rock fuerte, pero no se vislumbra a corto plazo que puedan vender por sí solos las entradas para llenar un estadio.

Muchos aficionados se sentirán identificados con estas dos aseveraciones, a modo de resumen, del sociólogo alemán: “Lo que define al heavy metal es el simultáneo e incontrolado rugido de monstruos y el júbilo de los ángeles. El metal es en sí mismo un acto de equilibrio entre monstruos y ángeles, entre lo feo y lo bello". Y: “Mi tesis es que los fans del metal buscan tener una experiencia de resonancia. Quieren ser llamados, tocados y transformados, y el metal les conmueve precisamente por la naturaleza arcaica de sus imágenes. El heavy metal no solo se escucha con los oídos, sino con todo el cuerpo. Con los ojos y el cuerpo dirigidos hacia delante”. O sea, hacia un altar. De eso se trata.


Cantan los ángeles, rugen los monstruos. Hartmut Rosa. Traducción de Cristopher Morales Bonilla. Ned Ediciones, 2025. 208 páginas. 19,90 euros.

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Sobre la firma

Carlos Marcos
Redactor de Cultura especializado en música. Empezó trabajando en Guía del Ocio de Madrid y El País de las Tentaciones. Redactor jefe de Rolling Stone y Revista 40, coordinó cinco años la web de la revista ICON. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Madrid.
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