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El hombre más feliz del mundo, un monje budista, no movió un dedo por los demás. ¿A qué dedicarás tú tu larga carrera?

Para aquellos atrapados en trabajos inútiles o estúpidos, hay un antídoto: la ambición moral, el deseo de dedicarse a algo que beneficie también a la comunidad. Lo escribe el pensador holandés Rutger Bregman en su nuevo libro, del que ‘Ideas’ adelanta un extracto

Los neurólogos apenas podían creer lo que veían. Nunca antes habían tenido delante un cerebro como ese. Era primera hora de la mañana del 22 de mayo de 2001, y en un laboratorio de la Universidad de Wisconsin el equipo examinaba las últimas imágenes por resonancia magnética.

¿Qué demonios sucedía? El sujeto exhibía un nivel de ondas gamma inédito en neurociencia. El lateral izquierdo del córtex prefrontal —la parte del cerebro asociada a la felicidad— bullía de actividad, mientras que el lado derecho —asociado a pensamientos negativos— marcaba casi nada.

Cuando los científicos publicaron sus resultados, la prensa proclamó que habían hallado al ser humano con el cerebro más hermoso del planeta. “Su nivel de control mental es asombroso”, escribió un periodista británico, “y los impulsos felices de su cerebro se salen de toda escala”.

¿Quién era esta persona? Y ¿cómo consiguió su cerebro ser así? La persona de las imágenes por resonancia magnética era un monje budista llamado Matthieu Ricard. Había crecido en París y obtenido un doctorado en genética molecular por el prestigioso Instituto Pasteur. Pero a la edad de veintiséis años, con una prometedora carrera científica ante él, Ricard lo dejó todo atrás y viajó al Tíbet. Allí, con el tenue aire del Himalaya, estudió con los grandes maestros budistas.

Ricard acabaría acumulando más de 60.000 horas de meditación. Año tras año alimentó su cerebro con pensamientos de amor y compasión, y el efecto fue asombroso. Para cuando acabó en aquel escáner, según los titulares de todo el mundo, Ricard era “el hombre más feliz del mundo”.

Lo que este monje había conseguido era algo que millones de personas persiguen como objetivo último de sus vidas. Parecemos no saciarnos de mantras, métodos y trucos que prometen mayor presencia activa, prosperidad y bienestar. Uno puede fácilmente pasar 60.000 horas leyendo miles de libros acerca de los siete hábitos, las doce reglas o ese gran secreto único para vivir una vida larga y feliz. Todo ello, con la esperanza de, algún día, tener un cerebro tan bello como el del ilustre galo.

Pero también puede uno contemplar al señor Ricard bajo una nueva lente. Aquí tenemos a un tipo que ha pasado 60.000 horas —7.500 días laborables, el equivalente a 30 años de trabajo ininterrumpido— en su propia cabeza. Treinta años en los que hizo poco por los demás; treinta años en los que no movió un dedo por hacer del mundo un lugar mejor.

Puede que sueñes con hacer algo más con tu limitado tiempo en este planeta. Tal vez tu propia felicidad no sea el objetivo principal; mucho menos el objetivo definitivo de tu vida. Tal vez no quieres verte, en tu lecho de muerte, con el incómodo sentimiento de que tenías más que dar, tal vez mucho más. (…)

De todo lo que desperdiciamos en estos tiempos de desperdicio, lo más importante es el talento echado a perder. Hay millones de personas en todo el mundo que podrían contribuir a hacer del mundo un lugar mejor, pero no lo hacen. ¿Cómo es posible? En primer lugar está la razón obvia: no tienen la oportunidad. Al fin y al cabo, la mitad de la población del mundo ha de vivir con menos de siete dólares al día. ¿Cuántos Einstein perdidos hay entre ellos?

Pero en realidad aquí hablo de la gente que ha tenido todas las oportunidades. Aquellos que tienen el poder de moldear sus propias carreras, aunque viendo sus currículos, totalmente anodinos, uno nunca lo diría. Hablo de las personas con talento, con el mundo a sus pies y que, no obstante, se quedan atrapados en trabajos estúpidos, inútiles o directamente dañinos.

Hay un antídoto contra este tipo de desperdicio, y se llama ambición moral. La ambición moral es la disposición o el deseo de hacer del mundo un lugar decididamente mejor. Dedicar tu vida laboral a los grandes desafíos de nuestra época, ya sea el cambio climático o la corrupción, las tremendas desigualdades o la próxima pandemia. Es el anhelo de marcar una diferencia... y de dejar un legado que realmente importe.

La ambición moral comienza con una sencilla revelación: solo tenemos una vida. El tiempo que tenemos en este planeta es nuestra posesión más preciada. No puedes comprar más tiempo, y toda hora que hayas gastado se ha ido para siempre. Una carrera a tiempo completo consiste en unas 80.000 horas, o 10.000 días laborables, o 2.000 semanas laborables. Cómo pases ese tiempo es una de las decisiones morales más importantes de tu vida.

Así pues, ¿qué quieres que muestre tu currículo? ¿Una lista respetable, aunque insulsa? ¿O pones el listón más alto? Los individuos moralmente ambiciosos no se mueven con el ganado, sino que creen en una forma de libertad más profunda. La libertad de dejar de lado los estándares convencionales de éxito, de abrir tu propio camino por la senda de la vida, sabiendo que es un viaje que solo se puede hacer una vez.

Aquellas personas que deseen hacer el bien en el mundo actual no tienen que buscar muy lejos. Recuperándonos todavía de una pandemia mundial, vemos los niveles de hambre aumentar por primera vez en años. Entre tanto la autocracia está en auge, mientras el número de personas obligadas a abandonar sus hogares ha llegado a los 100 millones por primera vez. Y mientras las temperaturas rompen récords año tras año, los climatólogos subrayan la necesidad de “la mayor y más fundamental transformación de la sociedad jamás intentada en tiempos de paz”.

Resumiendo: nuestro tiempo requiere ambición moral.

Ahora estarás pensando: “Todo eso está muy bien, pero tengo un trabajo a tiempo completo, dos hijos y una hipoteca. Me gusta reciclar y comer tofu de vez en cuando, pero ¿una ‘transformación fundamental’? No, gracias”.

En ese caso, puede que este libro no sea para ti. Seamos sinceros: una vez tienes un golden retriever, un juego de cuchillos para queso o un robot cortacéspedes, no suele haber marcha atrás. Pero si te irrita oír eso —como imagino que te pasa—, bueno, venga, demuéstrame que me equivoco. He aprendido que siempre hay excepciones, y en este libro te quiero mostrar que tú puedes ser una excepción. Cuando se trata de ambición moral, nunca es demasiado tarde para dar un paso adelante.

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