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Utopías, aquí y ahora: las iniciativas que proponen formas de vivir más justas y sostenibles

Una nueva oleada de autores, proyectos sociales e investigaciones artísticas dan vida a “utopías reales”, como ecoaldeas y espacios de agricultura sostenible

El Atlas de utopías recoge el trabajo de huertos urbanos en Madrid. En la foto, el de la Fundación Montemadrid
Bernardo Gutiérrez

En el siglo VI antes de Cristo, el filósofo griego Pitágoras fundó una comuna en la que hombres y mujeres compartían sus propiedades para profundizar en los misterios matemáticos del universo. En Japón, la comunidad de Atarashiki-mura comparte sus ingresos provenientes de la agricultura con unas 30 aldeas autoorganizadas. En Alemania, el Centro de Educación e Investigación para la Paz Tamera intenta invertir los efectos del cambio climático a través de la agricultura sostenible y reteniendo aguas pluviales. La ecoaldea Nashira (Colombia) cuenta con más de 80 viviendas construidas por mujeres y niños que han sufrido violencia doméstica o desplazamiento forzado por el conflicto armado.

Estas son algunas de las experiencias citadas por la etnógrafa Kristen Ghodsee en su ensayo Utopías cotidianas. Lo que dos mil años de experimentos pueden enseñarnos sobre vivir bien, publicado por Capitán Swing en 2024. Ghodsee se lanzó a escribir el ensayo, según explica en sus páginas, al darse cuenta de que se usa “la palabra utópico como sinónimo de irrealizable” y que existe un “profundo recelo hacia la imaginación política”. El inventario de experiencias colectivas descrito en su libro impugna de lleno la hegemonía del “realismo capitalista”, el omnipresente término acuñado por Mark Fisher. “Quería luchar contra la idea de que la utopía tiene que ser un proyecto que abarque todo —explica Ghodsee por correo electrónico —. En la literatura, el arte y el cine, las representaciones de la utopía suelen abarcar todos los aspectos de una sociedad, por lo que parece mucho más distante y propensa al fracaso. La gente piensa que es imposible y se conforma con las miserias del presente”. Por este motivo, la autora decidió centrarse en utopías cotidianas que ya existen: “Son personas que infunden sus experiencias diarias con el pensamiento utópico, dando pequeños pasos para construir una sociedad más feliz”. El “fin de la historia” que Francis Fukuyama propugnó en 1992 tras la caída del bloque soviético para entregar al capitalismo el monopolio total de la economía global fue, según la autora, un equívoco: “Supuso apenas el fin de una variante particular del utopismo”.

En 2010, el sociólogo estadounidense Erik Olin Wright (1947-2019) presentó en el ensayo Construyendo utopías reales (Akal) alternativas concretas y emancipatorias al capitalismo. El libro era el resultado de conferencias y encuentros coordinados por Olin Wright desde 1991. La prestigiosa editorial londinense Verso abrazó la incipiente “sociología de la utopía real”: publicó libros colectivos para utopizar la democracia, las empresas, el género o las finanzas globales. Desde la irrupción de Wright, las “utopías concretas” empezaron a desplazar a la gran utopía idealizada por Tomás Moro en su libro Utopía de 1516, que describía un sistema político y social perfecto. “Utopías simples que satisfacen deseos simples”, como escribió el holandés Rutger Bregman en su ensayo Utopías para realistas (Salamandra, 2017). “Las utopías concretas y cotidianas nos muestran que compartir y cooperar pueden cambiar el mundo”, asegura Ghodsee. “Cuando ves que hay gente experimentando con pensamiento utópico en muchos contextos (ecoaldeas, monasterios, vivienda compartida), el capitalismo no parece tan robusto. La utopía, más que un sueño amorfo, puede ser práctica política real”.

La historiadora del arte Julia Ramírez-Blanco, investigadora Ramón y Cajal en la Universidad Complutense de Madrid, defiende las utopías en plural. “Tanto desde el arte como desde otros ámbitos, se está pensando en utopías plurales y en minúsculas. Proyectos situados en proceso, que entienden la realidad como algo imperfecto y cambiante. Los estudios utópicos abordan lo utópico como un impulso propio del ser humano, ligado al deseo de vivir de manera más justa y satisfactoria”, afirma por correo electrónico.

El nuevo paradigma de las utopías reales fue inspiración directa para el Atlas de utopías del Transnational Institute (TNI), think tank fundado por la filósofa Susan George. El proyecto nació 2017 para mapear iniciativas que “estaban creando soluciones radicales a las crisis sistémicas de nuestro planeta”, como los huertos urbanos de Madrid. Sol Trumbo, coordinador del proyecto del TNI, explica por e-mail que el atlas consiguió exponer proyectos micro a audiencias globales: “Lo que para ti es una utopía aquí, es una utopía real en otra parte del mundo. Mostramos que otro mundo no solo es posible, sino que ya está aquí”. Un ejemplo: la ecoaldea irlandesa Cloughjordan. Gracias al diseño de bajas emisiones de sus 55 viviendas, a una granja comunitaria y a un centro empresarial ecológico, tiene la huella ecológica más baja de Irlanda.

Futuros especulativos

El antropólogo español Adolfo Estalella considera problemático el concepto “utopía”. Para el proyecto Futuros Concretos, organizado por el Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque de Madrid en 2021, del que fue uno de sus coordinadores, Estalella utilizó el concepto de especulación. “Es una manera de responder a los futuros agoreros”, explica por correo electrónico. “La especulación es una práctica de resistencia, como dice la filósofa Isabelle Stengers”. La dificultad para vislumbrar otros futuros posibles, según Kristen Ghodsee, reside en la mercantilización de la vida: “Hemos perdido la habilidad colectiva para imaginar un mundo al margen de las lógicas del mercado. Todo se convierte en mercancía, incluyendo nuestra atención, afección y emociones. Estamos demasiado apresurados y exhaustos para pensar de forma diferente. Llegamos a casa después de un largo día de trabajo y nos derrumbamos en el sofá y vemos alguna basura algorítmica en Netflix hasta que nos quedamos dormidos”.

Estalella rescata la idea de esperanza del corpus teórico de la utopía histórica: “La esperanza es esa relación activa con el futuro que nos anima a tomar parte en su alumbramiento. Las luchas activistas que los jóvenes están sosteniendo nos devuelven la esperanza”. Ghodsee ahonda en su ensayo precisamente en la esperanza y aboga por abrazar el concepto de “optimismo militante” del filósofo alemán Ernst Bloch, autor del mítico libro El principio esperanza (1950), una especie de compromiso social y psicológico con imaginar un mundo mejor y esforzarse por hacerlo realidad.

Para Ghodsee, la serie de ciencia ficción Star Trek encarna a la perfección el optimismo militante de Bloch. La autora usa un ejemplo del último episodio de la primera temporada de La nueva generación. La nave Enterprise-D navega por el espacio de la Federación cuando se encuentra con un satélite con tres humanos del siglo XX criogenizados: tres estadounidenses de finales de la década de 1980. Cuando uno de ellos exige ver a su abogado para recuperar su fortuna, el célebre comandante Picard le responde: “Mucho ha cambiado en los últimos 300 años. La gente ya no está obsesionada con la acumulación de cosas. Hemos eliminado el hambre, la miseria, la necesidad de posesiones. Hemos dejado atrás nuestra infancia”.

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