Habitar la ciudad, cuidar las sombras
Las urbes pueden imaginar y crear mejores formas de protegernos del sol que esos toldos liliputienses


Dan vueltas al parque, donde habitan las sombras. Las ven, pero no las pisan. Ahora se nos olvida, pero cuando esto sucede el calor duele y el parque está cerrado. En ese trance quienes dan vueltas besarían la hierba, abrazarían a los árboles, dormirían junto a las fuentes, echarían raíces en esas sombras. Sin embargo, los días de más calor todo esto que ansían y que diferencia una ciudad de un desierto de asfalto está protegido por candados o llaves. Parte del verano en Madrid varios parques están, pero no están.
Hay quienes por las tardes orbitaron a su alrededor y cuando el calor apriete volverán a hacerlo. Los recuerdo: entre ellos quizá hablan, pero prefieren buscar un hilo de corriente. Concentrándose junto a las rejas cerradas desean que la vegetación que vive al otro lado del muro logre bajar algún grado la temperatura. Buscan que el aire que les acerca un poco más a los árboles les toque la cara.
Familias con niños, humanos con perros, ancianos con sombrero y otros sujetos de la especie giran en torno a esos parques sin llegar a comprender. Los ven, pero nunca los ojos han bastado para refrescar el cuerpo. Los árboles y las sombras son de la ciudad, pero no suyos.
Los carteles afirman que durante los periodos de altas temperaturas los parques permanecerán cerrados. En mi recuerdo no hay viento, no hay tormenta. Hay quien con buenas intenciones piensa “quieren cuidarnos”, “temen que los árboles se nos caigan encima por el calor”, “deben ser árboles más sensibles que los enfilados que llenan las aceras de Madrid y que también pueden caerse, y que en alguna ocasión trágica lo hicieron”. En la procesión junto a los parques no está claro si rezan para que el poseedor de las llaves les abra las sombras o si invocan la rutina del “mejor no pensar”. “Aguanta hasta septiembre u octubre”, mañana “llévate el portátil al Corte Inglés y camina con fresco y sombra mientras miras y consumes”.
Ay, la sombra. En España sabemos su valor, por minúscula que sea. La importancia de esos apenas centímetros de una hoja o un semáforo que, levemente, logran tapar un ojo achicado, aliviándolo unos segundos mientras intentas cruzar una calle estival en carne viva. La sombra casi desaparece cuando el sol está en su cenit. Es un triunfo absoluto, como una espada sobre la cabeza. Resistimos porque al otro lado de la calle hay un soportal, un árbol inclinado donde tomar aliento, un parque cercano y ¿abierto?
Es verano y fue verano hace un año, y hace dos y tres, y la ciudad quema y quemará. ¿Acaso entre un verano y otro no ha habido oportunidad de tratar con seriedad el acceso a las sombras de esos árboles a menudo enjaulados?
Cabe pensar si quienes dan las órdenes o gobiernan en la ciudad ¿siguen viviendo aquí durante el verano? Hay quienes cuentan con casas en plural, en la ciudad y en la sierra, o en la playa, o en un norte más fresco. Pero hay quienes habitan en Madrid todo el año, quienes trabajan en verano, quienes tienen casas solo con ventiladores, quienes son ancianos o no tienen recursos para salir, ni buenos aires acondicionados. Hay quienes con dificultad están buscando una casa asequible para trabajar o estudiar aquí, y al ver ahora la ciudad decapitada de parques y sombras se preguntan: ¿necesitaré entonces “dos” casas?
Duele observar que la previsión ante lo que ocurre sigue pasando por limitar las sombras. Tiene que haber maneras más comprometidas con la salud, con la vida, con los árboles, con nuestra responsabilidad ante el cambio climático. No puede ser que la respuesta sea cerrar el agua al sediento por miedo a que se atragante, o elegir morir aplastados por la rama de un árbol o por un golpe de calor. No queremos morir. Es más, no queremos que la ciudad sea desechada en verano porque se anima a la mayoría a irse, despreciando a quienes no pueden o no quieren. Puede evitarse, prepararse, imaginar y crear mejores sombras que las apenas proyectadas por toldos liliputienses.
Miren a las ciudades que están tomando medidas. Lean los estudios científicos sobre lo que está pasando y lo que pasará. Cuiden los árboles todo el año, prueben medidas que necesitamos. No nos abandonen a la supervivencia, danzando alrededor de los parques cerrados como quien mágicamente invoca a la lluvia y al fresco, pasando por alto que esto va con nosotros, que esto nos obliga como humanos y como planeta.
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