Reza y Dios te hará rico: Trump encumbra a los predicadores de la prosperidad
El ascenso en el círculo del presidente de la telepredicadora Paula White refuerza una corriente religiosa que vincula la fe con el éxito económico


La escena fue estrafalaria incluso para los estándares del excéntrico universo trumpista. Acababan de celebrarse las presidenciales de 2020. El recuento ya apuntaba al triunfo de Joe Biden y Donald Trump empezaba a denunciar fraude. En Florida, un grupo de fieles republicanos se reunieron para rezar por su líder. Por el ambiente, más parecía que lo hacían por su mesías. Tomó la palabra una mujer de cabello rubio y gafas caídas casi hasta la punta de la nariz. Mejillas arreboladas, al borde del trance, se enzarzó en unas letanías sobre “el Señor”, “los rincones del cielo” y la “confederación demoniaca” que quería robar las elecciones. Luego empezó a hablar en un idioma ignoto, como si la divinidad la hubiese dotado de don de lenguas. Parecía poseída. Lanzó una advertencia: una legión de “ángeles” viene de camino para ofrecer refuerzo celestial a Trump.
El vídeo se viralizó, claro. Y a los pocos días se olvidó. Así es el trumpismo: un histrión pronto es eclipsado por el siguiente. ¿Quién podía pensar que aquella exaltada merecía mayor atención? Pero la merecía.
Nacida en el Estado de Misisipi, Paula White, de 59 años, pasó en febrero de 2025 de ser asesora espiritual de Trump a directora de la recién creada Oficina de la Fe de la Casa Blanca. Si el cargo en sí ha sido cuestionado por bordear la confesionalidad, quien lo ocupa ha recibido críticas incluso desde círculos conservadores afines a Trump, donde llegó a sonar la acusación de “herejía”. ¿Por qué? Porque, pese a la aparente incongruencia de sus retahílas, White ha hecho fortuna —en seguidores y en dinero— como predicadora estelar de una corriente cuyos postulados van demasiado lejos incluso para los más dispuestos a poner la fe al servicio de Trump. Se trata del llamado “Evangelio de la Prosperidad”, el que predica White desde una megaiglesia de Apopka, Florida, según el cual la religiosidad va ligada al éxito económico. Como suena. “El dinero sigue tu sistema de valores”, sostiene White en podcasts, programas televisivos y libros como Money Matters (El dinero importa, sin traducir al español).
La promoción de White supone un espaldarazo para toda una galería de pastores con credo similar, como Creflo Dollar —sí, Creflo Dollar—, que sostiene desde su templo en Georgia que la “prosperidad del creyente” es “voluntad de Dios”; o Joel Osteen, que también vincula devoción y billetera ante su congregación texana. El actor y televangelista Ken Copeland, en su libro Las leyes de la prosperidad, llega a equiparar la dedicación a Dios con una inversión. “¡Ningún banco en el mundo ofrece este rendimiento!”, se maravilla. Para White y su grupo, los ceros en la cuenta corriente son “un canon para medir la fe”, como ha observado el biblista peruano Martín Ocaña.
El credo ideal de Trump
Las implicaciones políticas de esta teología mercantilista son evidentes. Si la riqueza se asocia a una buena relación con Dios —relación que, por cierto, es posible engrasar adquiriendo la variopinta mercadería que venden los predicadores—, la pobreza queda reducida a un mero “signo de impiedad” de quien la sufre, como ha analizado el columnista del Financial Times Edward Luce. No tiene, pues, causas que puedan combatirse.
Aunque al joven Trump no se le conociera más templo que la discoteca Studio 54, como político se ha esforzado en presentarse como presbiteriano. Tampoco es que presuma de una biografía piadosa, ni finja conocimiento de las Escrituras. Ni falta que le hace. Como explica la historiadora estadounidense Kristin Du Mez en Jesús y John Wayne (Capitán Swing, 2022), su tirón en el electorado cristiano no obedece a su virtuosismo, sino —al contrario— a su encarnación de una virilidad autoritaria arraigada en el imaginario evangélico.
Pastor Paula White leads President Trump and Foreign Ministers of the Democratic Republic of the Congo and Republic of Rwanda in prayer 🇺🇸 pic.twitter.com/BCX3sdzFFa
— Margo Martin (@MargoMartin47) June 27, 2025
Con la elección de White, el pope de la ultraderecha internacional ha hecho un guiño a una particularísima visión del cristianismo, una que en lo personal es óptima para dotar de una pátina sagrada a una propia fortuna —aunque esta deba más a su padre que a la providencia—, pero que en un plano más general también es coherente con la alergia neoliberal al reparto de la riqueza. Si Dios decide quién es rico o pobre, ¿qué puede hacer el Estado al respecto?
Contra el cristianismo “original”
Atento a todo lo que se mueve en el pensamiento cristiano, el teólogo español Juan José Tamayo ya identificó la también llamada “Teología de la Prosperidad” como uno de los pilares de la ofensiva de la extrema derecha religiosa a la que dedicó La Internacional del odio (Icaria, 2020). Según este credo en ascenso, observaba el autor, si los cristianos no son ricos “es porque viven en pecado”.
El Evangelio de la Prosperidad se ha erigido, sobre todo en Estados Unidos pero también en América Latina, en una de las expresiones más crudas de “la alianza entre el neoliberalismo económico, el ultraconservadurismo político y el fundamentalismo religioso” que “está arrebatando al cristianismo su mensaje original”, explica ahora Tamayo, que acaba de publicar un nuevo ensayo, Cristianismo radical (Trotta, 2025), en el que hace una contrapropuesta teológica al “cristoneofascismo”.
Desde Estados Unidos, Kristin Du Mez, autora del ya citado Jesús y John Wayne, afirma que esta singular doctrina ha “permeado” en el cristianismo estadounidense más allá del ramillete de predicadores de relumbrón. “La idea de que Dios bendice a los buenos cristianos con éxito material está bastante extendida. A menudo va de la mano de la oposición a cualquier tipo de ‘dádiva’ gubernamental a los pobres, considerados indignos y culpables de su pobreza”, explica la historiadora. Y añade: “Este mensaje contradice las enseñanzas cristianas tradicionales sobre la bendición de Dios a los pobres y la idea de que es más difícil para un rico entrar en el reino de los cielos que para un camello pasar por el ojo de una aguja”.

Du Mez ve en el ascenso de White el síntoma de un fenómeno mayor: el apogeo del “cristianismo radicalizado” en esta segunda era trumpista. “Los partidarios nacionalistas cristianos [de Trump] están rebosantes de alegría. Cada vez es más evidente que muchos que afirmaban abogar por la ‘libertad religiosa’ en realidad promueven la supremacía cristiana”, explica.
White y compañía también suscitan recelos en el evangelismo conservador estadounidense. Jon Root, un influencer que suele difundir mensajes de apoyo a Trump y su cruzada antiwoke, afirma que es “un lobo con piel de cordero” y una “falsa maestra”. ¿Por qué? Porque “embauca” a cristianos “vulnerables” que buscan respuestas, “prometiéndoles bendiciones sobrenaturales, como salud física y riqueza”, a cambio “del dinero que tanto les ha costado ganar”, responde Root, que también opina que “no hay justificación bíblica” para el reconocimiento de una pastora mujer, una posición patriarcal que es moneda corriente en los círculos cristianos conservadores. Pero ese ya es otro tema.
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