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Columna
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Cónclave: nadie tiene ni idea

La elección del futuro Papa es una cosa fascinante, la sublimación de los misterios romanos. Uno se sorprende de que la gente no vaya flotando por la calle, aunque tal vez lo haga

Cónclave Papa Francisco
Íñigo Domínguez

El encuentro del Vaticano con los medios no fue fácil. Vivía con el síndrome de asedio de la modernidad, los liberales, los comunistas, el reino de Italia y encima había que tratar con los reporteros. Se puede decir que la era del periodismo moderno comienza con la muerte de Pío XII, en 1958. Agonizaba en Castel Gandolfo y un prelado se puso de acuerdo con unos periodistas amigos suyos para darles en exclusiva la noticia del fallecimiento. Idearon un truco: cuando el papa expirara, él colocaría en un cierto modo la cortina de una ventana, y esa sería la señal. Pero un día alguien movió la cortina y varios diarios de Roma salieron con grandes titulares: Il Papa è morto. Murió al día siguiente, pero una cierta precisión es importante en el oficio. No fue el último problema con los medios de Pío XII: su médico vendió fotos del cadáver junto a un diario detallado de su agonía lleno de detalles macabros.

El poder de la prensa patosa o poco de fiar brilló en el segundo cónclave de 1978. Había dos favoritos, el del bando conservador, el cardenal Siri, y el de los progresistas, Benelli. Ya entonces repetían la misma mentirijilla de hoy: “No soy ni conservador ni progresista, y a menudo he observado que estas definiciones son superficiales”, declaró Siri. También, como ahora, había tremebundos análisis geopolíticos: el Osservatore della domenica, suplemento vaticano del domingo, consideraba posible que el nuevo papa tuviera que afrontar la tercera guerra mundial. Se daba por ganador a Siri, pero el Espíritu Santo intervino a través de un periodista pesado (valga la redundancia) de la Gazzetta del Popolo. Le perseguía desde hacía una semana y al final le sacó algunas frases, pero con la promesa de que solo las publicaría una vez iniciado el cónclave, de modo que los que estaban dentro no pudieran leerlas. Bueno, ya se imaginan: salieron el mismo día que entraban en la Capilla Sixtina. Siri, que se hacía el moderado, decía tan campante cosas como “ni siquiera sé lo que significa desarrollar la colegialidad episcopal”. Ese periodista quizá es uno de los responsables de la elección de Juan Pablo II. La sala de prensa del Vaticano desmintió todo, pero fue inútil. No tanto por lo que decía Siri, porque por allí se pasan el día perdonándolo todo, pero no ser un pardillo.

Luego ya tomaron la medida a la prensa. En los últimos dos cónclaves, en 2005 y 2013, se prohibió a los cardenales dar entrevistas y el ambiente informativo era espeso, con intoxicaciones y campañas misteriosas. Ahora sí las dan, algo ha cambiado, pero la prensa italiana marca mucho el paso a los miles de periodistas extranjeros que aterrizan sin fuentes y sin saber gran cosa. Y recuerdo la impresionante tabarra de los diarios italianos en 2005 con el cardenal Tettamanzi, seguro ganador que según las reconstrucciones posteriores recogió un máximo de dos votos. Y en 2013 con el cardenal Scola, que por lo que hemos sabido luego se desinfló tras la primera votación. Ya saben que en el fútbol nadie se acuerda del segundo, pero es que aquí ni siquiera se sabe bien quién llegó a jugar la final. En fin, digo todo esto porque lo que vemos estos días probablemente sea un espejismo, nos enteraremos más tarde de lo que está pasando. El cónclave es una cosa fascinante, la sublimación de los misterios romanos, todo se desenvuelve en una atmósfera tan fluctuante, sutil y vaporosa, en este aire efervescente de primavera, con esta luz color limón, que al salir de casa por la mañana uno se sorprende de que la gente no vaya flotando por la calle, aunque tal vez lo haga. Se lo diré sin rodeos, nadie tiene ni idea.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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